Mariza: fado y faro
En julio de 1984 Portugal me atrapó para siempre. Me sedujeron las esquinas de Lisboa con vendedores de sardi-nas asadas en braseros, sus playas de norte a sur infinitas y solitarias, la bondad de su gente y la nitidez de sus luces atlánticas. Fue en el verano de 2003, durante una cena en un restaurante de Peniche, cuando el aire se con-virtió en encantamiento con sonido de fado. Preguntamos, y la dueña nos regaló una hermosa conversación sobre la música de su tierra. Unos días después los auriculares me proporcionaban poesía cantada en las playas cercanas a Aveiro, mientras veía a los niños jugar con las olas o a los pescadores arrastrar las redes repletas hasta la arena al atardecer.
Nació en Mozambique en 1973 y se crió en el barrio lisboeta de la Mouraira, cuna del fado. Comenzó a cantar gospel, rhythm & blues y música brasileira, pero acabó desembocando en la música de su infancia, como si fuera una gaviota que siempre regresa al lugar donde nació, por muchas millas que vuele.
A pesar de que mis músicas habituales son otras, desde su primer disco Fado en mim, sigo la melancolía de Mariza como una estrella más de ese firmamento donde vamos dejando nuestras señas de identidad. En el fado me parece reconocer una suerte de parentesco con músicas populares de culturas hermanas: la música mediterránea, el tango o la música brasileira.
Hace dos años tuve la oportunidad de acudir a un concierto que ofreció en Asturias, y no podré borrar de mi memoria, ni la magia de su voz, ni el recuerdo de unas palabras que se le escaparon del alma con unas lágrimas, entre canción y canción: “Cuánto os quiero… os echaba tanto de menos…”
Nunca hablé con ella y, es posible que no lo haga jamás pero, con la forma de decir aquellas palabras, desveló que la misteriosa proximidad que se crea por los vínculos de la música es una religión en la que se cree a ambos lados del escenario.
Nació en Mozambique en 1973 y se crió en el barrio lisboeta de la Mouraira, cuna del fado. Comenzó a cantar gospel, rhythm & blues y música brasileira, pero acabó desembocando en la música de su infancia, como si fuera una gaviota que siempre regresa al lugar donde nació, por muchas millas que vuele.
A pesar de que mis músicas habituales son otras, desde su primer disco Fado en mim, sigo la melancolía de Mariza como una estrella más de ese firmamento donde vamos dejando nuestras señas de identidad. En el fado me parece reconocer una suerte de parentesco con músicas populares de culturas hermanas: la música mediterránea, el tango o la música brasileira.
Hace dos años tuve la oportunidad de acudir a un concierto que ofreció en Asturias, y no podré borrar de mi memoria, ni la magia de su voz, ni el recuerdo de unas palabras que se le escaparon del alma con unas lágrimas, entre canción y canción: “Cuánto os quiero… os echaba tanto de menos…”
Nunca hablé con ella y, es posible que no lo haga jamás pero, con la forma de decir aquellas palabras, desveló que la misteriosa proximidad que se crea por los vínculos de la música es una religión en la que se cree a ambos lados del escenario.
posted by zooey
No hay comentarios:
Publicar un comentario