domingo, 30 de junio de 2013

Cara dura


Camuflage


sábado, 29 de junio de 2013

Bisonte en la nieve


Bebé frito


viernes, 28 de junio de 2013

Belice agujero azul


Astorga - León

jueves, 27 de junio de 2013

Las paridas del embarazo

Vía Muy Interesante

Una casa termosostenible

Vía Muy Interesante

Un ladrón especial


miércoles, 26 de junio de 2013

Tristeza canina

The woman of the year

martes, 25 de junio de 2013

Test sobre el Pene

Vía Muy Interesante

Te sientes muy atraído por una chica o chico

Vía Muy Interesante

lunes, 24 de junio de 2013

Soluciones para el Planeta Urbano

Vía Muy Interesante

Somos lo que comió mamá

domingo, 23 de junio de 2013

SOLEDADES

al Duque de Béjar

Pasos de un peregrino son, errante, 
Cuantos me dictó versos dulce Musa 
En soledad confusa, 
Perdidos unos, otros inspirados.

¡O tú que de venablos impedido 
—Muros de abeto, almenas de diamante—, 
Bates los montes que de nieve armados 
Gigantes de cristal los teme el cielo, 
Donde el cuerno, del eco repetido, 
Fieras te expone, que — al teñido suelo, 
Muertas, pidiendo términos disformes— 
Espumoso coral le dan al Tormes!:

Arrima a un frexno el frexno, cuyo acero, 
Sangre sudando, en tiempo hará breve 
Purpurear la nieve; 
Y, en cuanto da el solícito montero, 
Al duro robre, al pino levantado 
—Émulos vividores de las peñas— 
Las formidables señas 
Del oso que aun besaba, atravesado, 
La asta de tu luciente jabalina, 
—O lo sagrado supla de la encina 
Lo Augusto del dosel, o de la fuente 
La alta cenefa, lo majestuoso 
Del sitïal a tu Deidad debido—, 
¡O Duque esclarecido! 
Templa en sus ondas tu fatiga ardiente, 
Y, entregados tus miembros al reposo 
Sobre el de grama césped, no desnudo, 
Déjate un rato hallar del pie acertado 
Que sus errantes pasos ha votado 
A la real cadena de tu escudo.

Honre suave, generoso nudo, 
Libertad, de Fortuna perseguida; 
Que, a tu piedad Euterpe agradecida, 
Su canoro dará dulce instrumento, 
Cuando la Fama no su trompa al viento.

Luis de Góngora y Argote, 1614

TRES MISTERIOS GOZOSOS

El cantar de los pájaros, al alba,
cuando el tiempo es más tibio,
alegres de vivir, ya se desliza
entre el sueño, y de gozo
contagia a quien despierta al nuevo día.

Alegre sonriendo a su juguete
pobre y roto, en la puerta
de la casa juega solo el niñito
consigo, y en dichosa
ignorancia, goza de hallarse vivo.

El poeta, sobre el papel soñando
su poema inconcluso,
hermoso le parece, goza y piensa
con razón y locura
que nada importa: existe su poema.

Luis Cernuda

A mi madre

(reivindicación de una hermosura)

Escucha en las noches cómo se rasga la seda
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablemos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con
            empuñadura en forma de pato
y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)

"Poemas del manicomio de Mondragón" 1987

Leopoldo María Panero

sábado, 22 de junio de 2013

¡QUE LASTIMA!

¡Qué lástima! 
Que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo 
lo mismo que los poetas que hoy cantan! 

¡Qué lástima que yo no pueda entonar 
con una voz engolada esas brillantes romanzas 
a las glorias de la patria! 
¡Qué lástima que yo no tenga una patria! 

Sé que la historia es la misma, 
la misma siempre, que pasa 
desde una tierra a otra tierra, 
desde una raza a otra raza,
como pasan esas tormentas de estío 
desde ésta a aquella comarca.

¡Qué lástima que yo no tenga comarca, 
patria chica, tierra provinciana! 
Debí nacer en la entraña en la estepa castellana 

Y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada:
Pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
Y mi juventud, una juventud sombría, en la montaña. 

Después ... ya no he vuelto a echar el ancla 
y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada 
al mismo río que pasa rodando las mismas aguas, 
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa. 

¡Qué lástima que yo no tenga una casa! 
Una casa solariega y blasonada, 
una casa en que guardara, 
a más de otras cosas raras, 
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada 
y el retrato de un mi abuelo 
que ganara una batalla. 
¡Qué lástima que yo no tenga un abuelo 
que ganara una batalla, retratado 
con una mano cruzada en el pecho, 
y la otra mano en el puño de la espada! 

¡Qué lástima que yo no tenga siquiera una espada! Porque ....¿qué voy a cantar 
si no tengo ni una patria, 
ni una tierra provinciana, 
ni una casa solariega y blasonada, 
ni el retrato de un mi abuelo 
que ganara una batalla, 
ni un sillón viejo de cuero, 
ni una mesa, ni una espada? 

¡Qué voy a cantar si soy 
un paria que apenas tiene una capa! 
Sin embargo...en esta tierra de España 
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa en la que estoy de posada 
y donde tengo, prestadas, 
una mesa de pino y una silla de paja. 
Un libro tengo también. 
Y todo mi ajuar se halla en una sala muy amplia 
y muy blanca que está en la parte más baja 
y más fresca de la casa. Tiene una luz muy clara
esta sala tan amplia  y tan blanca... 

Una luz muy clara que entra por una ventana 
que da a una calle muy ancha. 
Y a la luz de esta ventana vengo todas las mañanas. 
Aquí me siento sobre mi silla de paja 
y venzo las horas largas leyendo en mi libro y viendo 
cómo pasa la gente al través de la ventana. 

Cosas de poca importancia 
parecen un libro y el cristal de una ventana 
en un pueblo de la Alcarria, 
y, sin embargo, le basta 
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma. 
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa 
ese pastor que va detrás de las cabras 
con una enorme cayada, 
esa mujer agobiada 
con una carga de leña en la espalda, 
esos mendigos que vienen 
arrastrando sus miserias de Pastrana, 
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana. 

¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana siempre, 
y se queda a los cristales pegada 
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia tiene su cara en el cristal aplastada 
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola 
y la digo que es una niña muy guapa... 
Ella entonces me llama ¡tonto!, y se marcha. 
¡Pobre niña! Ya no pasa por esta calle tan ancha 
caminando hacia la escuela de mala gana, 
ni se para en mi ventana, 
ni se queda a los cristales pegada 
como si fuera una estampa. 
Que un día se puso mala, muy mala, 
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas. 

Y en una tarde muy clara, por esta calle tan ancha, 
al través de la ventana, vi cómo se la llevaban 
en una caja muy blanca... En una caja muy blanca 
que tenía un cristalito en la tapa. 
Por aquel cristal se la veía la cara 
lo mismo que cuando estaba 
pegadita al cristal de mi ventana ... 
Al cristal de esta ventana 
que ahora me recuerda siempre 
el cristalito de aquella caja tan blanca. 
Todo el ritmo de la vida pasa 
por este cristal de mi ventana ...
Y la muerte también pasa...

¡Qué lástima!
Que no pudiendo cantar otras hazañas, 
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana, 
ni una casa solariega y blasonada, 
ni el retrato de un mi abuelo 
que ganara una batalla, 
ni un sillón viejo de cuero, 
ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria que apenas tiene una capa...
venga forzado a cantar, cosas de poca importancia! 

León Felipe

FUEGO Y CENIZA

Y llegué a mi aposento. De la orgía, 
vibraba aún, en mi cerebro ardiente, 
la estruendosa y horrenda algarabía.
Y con el alma sorda y con la frente 
en sudor copiosísimo empapada, 
me desplomé en el lecho de repente.
Hundí, absorto, en mí mismo la mirada; 
vi, en mi interior, al crimen en acecho... 
y ansié la muerte; apetecí la nada. 
y clavando las uñas en mi lecho, 
sentí que resbalaban de mis ojos,
lágrimas de dolor sobre mi pecho.
Saciados y extinguidos mis antojos, 
no veía, en la negra lontananza, 
más que una senda pródiga en abrojos.
En donde ni un presagio de bonanza 
se entreveía, ni una lisonjera 
señal de luz, ni un iris de esperanza. 
Deshojábame en plena primavera, 
en demanda de un lampo de ventura, 
de una sola ilusión... ¡de una siquiera! 
¡Oh, que triste es gozar... y entre la obscura 
caverna del fastidio rodar luego, 
víctima del horror y la amargura!
Y ver que todo es vano: el grito, el ruego, 
la blasfemia brutal y dolorida, 
y hasta las mismas lágrimas de fuego. 
El vértigo sentir de la caída, 
y tener, en un rapto de demencia, 
que odiar a Dios... y aborrecer la vida.
Mirar las propias flores sin esencia, 
y, al pensar devolverlas sus olores, 
todo el hielo sentir de la impotencia.
y al cabo, de la orgía en los horrores,
buscar un lenitivo a los pesares, 
y ver... que allí más crecen los dolores. 
Que de la pena los revueltos mares, 
rugen más y se encrespan con más brío, 
entre risas y gritos y cantares. 
Y al fin la displicencia del hastío 
entra en el corazón y en hora aciaga 
el yerto corazón... muere de frío. 
Viene el remordimiento -oculta llaga- 
que corroe y corroe y corroyendo, 
parece que el espíritu se traga. 
Y en el trágico vórtice cayendo 
de la desolación, el alma muda, 
¡ay! sin querer morir, se va muriendo.
¿Qué fuerza poderosa hay que sacuda, 
entonces, esta angustia horripilante, 
que arraiga en nuestro ser pérfida y ruda? 
¡Ninguna! El infortunio sale avante, 
mientras la lividez y el desconsuelo, 
muéstranse en nuestro lúgubre semblante. 
Cubre nuestra pupila acuoso velo, 
y, al levantar los ojos empañados, 
nada se ve del prometido cielo. 
Así pensaba (¡oh, tiempos ya pasados!) 
A mi oído llegaban, desde lejos, 
los últimos rumores acallados... 
Entonces, olvidando los consejos
maternales, saqué una fina daga 
que en el aire trazó vivos reflejos.
Como el postrer celaje que se apaga 
en el ocaso, envuelta en una onda 
de dulce claridad trémula y vaga, 
penetró en mi aposento, blanca y blonda, 
una mujer de celestiales ojos 
y de mirada compasiva y honda. 
Acercóse; y, postrándose de hinojos, 
la más pura de todas las sonrisas, 
abrió el capullo de sus labios rojos. 
Nunca el ala vibrante de las brisas, 
tuvo el perfume que su blando aliento 
derramó entre las sombras indecisas 
que empezaban a entrar en mi aposento:
¡Ay! me parece aún que su respiro 
y que su soplo embalsamado siento.
Me parece que atónito la miro,
y que su seno, mórbido y convulso, . 
brota el hálito amante de un suspiro. 
No sé que noble y vigoroso impulso 
me empujó hacia la hermosa; un fuego extraño, 
devorador, aceleró mi pulso... 
Tendí mis brazos... ¡Ay! ¿el desengaño, 
en ese instante, como siempre iba 
a dejarme en el alma un nuevo daño? 
Contuve mi amorosa tentativa, 
y mi ardor reprimí... pero ya estaba 
ella, en mis brazos trémulos, cautiva 
-¡No, déjame dormir! -la dije- acaba 
¡oh, visión tentadora! ¡Huye, quimera!
¡Aléjate de mí! -Mientras hablaba, 
como el manto de un sol de primavera, 
sobre mi frente pálida, caían 
los bucles de su blonda cabellera. 
Se cerraban sus ojos y se abrían 
taciturnos, en tanto que sus manos 
en mi boca las frases detenían. 
-¡Oye! -exclamó- tormentos soberanos 
hoy subyugan tu ser... pero no importa, 
los sueños de tu amor... no están lejanos.
Yo te daré la calma que conforta; 
yo te daré la luz... La vida es buena 
para aquél que la sufre y la soporta.
Yo que siempre la tuya he visto llena 
de martirios, angustias y congojas, 
con la playa de infecunda arena, 
más dichas te daré, que verdes hojas 
los árboles frondosos a los nidos,
y la tarde, al ocaso, nubes rojas. 
Tuyos son mis encantos, mis sentidos,
y mi espíritu, terso como el lago 
donde se ven los cielos escondidos.
y tú, tan sólo me darás en pago 
de mi infinito amor, tu amor eterno. 
(¡Amor! ¡única fuente en que me embriago!) 
Yo rasgaré las brumas del invierno 
que hay en tu corazón... y en paraíso 
transformaré tu prematuro infierno.
Escúchame; no temas; es preciso 
que aparte las espinas de tu senda 
y te aliente en la lucha. ¡Dios lo quiso! 
Yo romperé la tenebrosa venda 
que tus párpados cubre; a donde vayas 
iré contigo a levantar mi tienda.
Visitaremos cumbres, mares, playas, 
y un refugio hallarás sobre mi seno, 
si es que en el arduo batallar desmayas.
Suelta, suelta la copa de veneno 
que te brinda en sus vértigos la orgía, 
y ven conmigo a espacio tan sereno. 
Calló un instante, y, pura como el día, 
inundó el resplandor de su mirada, 
el yermo campo de la frente mía. 
y luego continuó: -Yo sé que cada 
palabra dulce que mi labio brota, 
tú no la escuchas... ¡oh, desventurada!
y al decir esto, no gota tras gota, 
sino a raudales se escapó su llanto, 
como la sangre de la arteria rota.
Mi mano ardía entre la suya, en tanto... 
que sus miradas, de ternuras llenas, 
reflejaban su amor y su quebranto. 
-¡No, déjame dormir! -la dije apenas; 
y retiré su mano, más pulida 
y blanca que las blancas azucenas. 
Ella, ante mi reproche, confundida, 
inclinó fatalmente la cabeza 
sobre su pecho, como garza herida.
¡y en sus ojos -abismos de tristeza- 
lágrima esquiva se quedó, como una 
gota de luz de celestial pureza.
-Perdóname- exclamó -¡Cuán importuna 
he sido, infame suerte! Pero sabe
que yo te adoraré como ninguna.
Era su voz, dulcísima y suave, 
como la triste queja vibradora 
que alza en su nido destrozado, el ave. 
y aquella última gota tembladora,
resbaló por su faz, como el rocío 
por el cendal purpúreo de la aurora. 
De pronto, con más ímpetu y más brío 
se abalanzó sobre mi cuerpo, hermosa, 
como el astro que fulge en el vacío. 
y estrechando con fuerza poderosa 
mis manos indolentes en las suyas 
hechas como de pétalos de rosa, 
exclamó tiernamente: -Si son tuyas, 
mi alma y mi carne y mi belleza rara, 
no es justo... no, ¡que de mis brazos huyas! 
Si me siguieras tú, ¡cómo te amara! 
Y, al hablarme, así, loca de entusiasmo, 
era una flor de lágrimas su cara.
-Deja, deja ese sórdido marasmo;
-continuó- ya verás cómo haré trizas 
de tu suerte el fatídico sarcasmo. 
Dime, ¿por qué tus dedos no deslizas 
por mis bucles copiosos... y me besas? 
¿Por qué la hoguera de mi amor no atizas? 
¿No te bastan mis múltiples promesas, 
ni este ósculo quemante que te imprimo, 
capaz de hacer tu corazón pavesas? 
¡Ah, no me escuchas... y a tu lado gimo 
Sin esperanza y Sin pensar acaso, 
que con mis rudos besos te lastimo! 
Y este fuego espantoso en que me abraso, 
te hace mal... ¡mucho mal! -Irguióse altiva, 
y dio, hacia atrás y hacia la puerta, un paso. 
Después, como esperando una expresiva 
frase amorosa de mi labio mudo,
anhelante, quedóse pensativa. 
Yo, que sentía en la garganta un nudo, 
callé, mientras mis ojos, mal cerrados, 
devoraban la carne del desnudo 
cuello de aquella virgen de dorados rizos, 
y boca de granada abierta, 
y ojos como luceros incendiados. 
Mas, ella, entonces, cabizbaja, incierta, 
se alejó más de mí... luego afanosa, 
la mano puso en la entornada puerta. 
y doliente, a la par que desdeñosa, 
-¡Adiós!- me dijo, con acento triste, 
pálida como el mármol de una fosa. 
-¡Adiós...! ¡Todo fue inútil! ¡No quisiste 
ni mi amor ni mi vida... yo te hubiera 
sacado del fangal en que caíste...! 
Pero me has desechado... aunque quisiera 
salvarte en este instante del abismo 
en donde yaces... imposible fuera.
¡Adiós! ¡Adiós! Perdono tu egoísmo 
-dijo, y salió. La noche derramaba, 
por doquiera, su sombra y su mutismo.
De pronto, cual si hubiese un mar de lava 
desbordado en mi mente, como un loco 
me incorporé... mas ella, se alejaba... 
se alejaba a manera de áureo foco 
de luz, de clara luz... y se perdía 
en la fosca tiniebla, poco a poco. 
Corrí; llegué a su lado... Quién creería 
que, al tocarla, creció mi desventura 
y se hizo más intensa mi agonía.
Porque mi mano, lujuriosa y dura, 
tan solo consiguió con su torpeza, 
desgarrar su flotante vestidura. 
¡Porque ella huyó, con toda su belleza, 
dejándome un jirón inmaculado 
de su divina veste. Con tristeza
alcé los ojos: mudo y desolado 
estaba el firmamento; ni una estrella . 
en el vasto negror anubarrado 
Solamente la rápida centella, 
de cuando en cuando, al traspasar la bruma, 
dejaba azul y fugitiva huella.
Yo, compungido, al ver que, como espuma, 
disipándose había aquella maga, 
cuyo recuerdo sin cesar me abruma, 
saqué otra vez la deslumbrante daga... 
mas temblé de pavor... Lanzó un gemido 
mi pecho -copa en que el dolor se embriaga. 
y angustiado grité: -Tú que escondido 
un tesoro de amor para mí guardas! 
¡Tú, que me ofreces en tu seno un nido,
¡Ven! No vaciles. ¡Vuelve! ¿Por qué tardas? 
¿No me ofreciste, en tu delirio, todo? 
Mi voz subía hasta las nubes pardas. 
-Perdóname -agregué-. Di, de qué modo 
podré hacerte tornar... ¡Sálvame, ingrata, 
ya que no de la vida, de su lodo!
Dime: ¿por qué tu sombra se recata 
en la noche sin fin de mi camino? 
¡ven... y mi pena inconsolable mata! 
¡Sálvame! ¡Por piedad...! Un peregrino 
del desierto, te busca y te desea, 
como la playa el náufrago marino. 
¡Ven! Que en tus ojos insondables vea 
otra vez tu mirada soñadora 
resplandecer como la luz febea.
Pensé fueras visión; -maldita hora 
de embriaguez y de hastío...- Tu presencia 
parecióme un fantasma... pero ahora 
que siento que se aclara mi conciencia, 
que te he visto partir... y que he aspirado 
de tu cuerpo y tu espíritu la esencia, 
no es justo, no, que lejos de tu lado, 
me dejes, para siempre, en este mundo, 
sin amor, sin virtud... ¡y abandonado! 
Ni un acento en la noche: el vagabundo 
viento aquietaba su invisible rueca. 
El silencio era trágico y profundo. 
De repente, una voz, cascada y hueca, 
oigo salir de mi aposento; giro 
la vista ansiosa... y, como rama seca 
de roble añoso, estupefacto miro 
en el rincón revuelto de mi cama 
una forma espectral; ¿sueño? ¿delirio? 
Aquella sombra, con amor me llama; 
también me ruega: -¡Ven, ven, eres mío! 
¡Ven, acércate más... no temas! -clama. 
¿Es un vampiro? ¿una mujer? Un frío 
polar, mi mustio corazón allana. 
Sin embargo, me acerco; desconfío 
de mis ojos aún. Es una anciana 
de ojos sin luz, de frente comprimida, 
de boca escueta y cabellera cana. 
La piel toca sus huesos; desvalida, 
clava en mi rostro sus marchitos ojos 
donde un resto no mas queda de vida. 
Es un montón de míseros despojos:
rezago de un incendio, gajo seco 
cubierto de cenizas y de abrojos.
Habla, y su aguda voz parece un eco 
que en el cálido ambiente se congela, 
porque, al salir, por el obscuro hueco 
de su boca glacial, mi sangre hiela. 
Cierro los ojos... ábrolos... No hay duda: 
riendo está la misteriosa abuela.
-¿Ya no la implores más -ronca y ceñuda 
dice, al verme acercar- no ves que ahora, 
ante tus ruegos, permanece muda? 
Esa rara mujer, deslumbradora, 
era «La Juventud...,. ¡con qué impaciencia 
te suplicó rendida! Haces bien: ¡llora...! 
Mas, no la llames ya; de tu presencia 
huyó... y no volverá con sus ternuras 
a embalsamar tu lóbrega existencia.
¡No, ya no volverá! Las ligaduras 
de sus brazos rompiste. En vano, en vano, 
buscas ansioso sus miradas puras. 
¡Ven...! Acércate más, ¡dame tu mano! 
¡Ven...! ¡Yo soy «La Vejez!». Para ti tengo 
un resto de calor; mi beso es sano.
A consolar tus desventuras vengo 
y me alargó, con ademán sombrío, 
su débil brazo, desteñido y luengo.
y agregó impacientándose: -Me río 
de tu desdén... si mi fealdad te aterra, 
es tarde y todo estéril... Ya eres mío! 
Aunque el cansancio en mi interior se encierra, 
yo tendré para ti mimos extraños; 
sólo te quedo yo sobre la tierra.
Yo sabré suavizar tus desengaños, 
contándote la historia de la vida, 
el proceso terrible de los años. 
Incorporóse un poco, y, en seguida, 
echó a mi cuello sus desnudos brazos; 
y me besó su boca desabrida. 
Entonces comprendí que aquellos lazos 
quebrantar no podía. Era el destrozo 
dé mi ensueño... tan pronto hecho pedazos. 
Hinchó mi pecho un fúnebre sollozo, 
y caí desplomado ante la anciana 
que se ciñó a mi ser... llena de gozo.
¡y ya su esclavo soy! Solo me afana 
dormir el largo sueño de los muertos, 
entrar en la gran noche del nirvana. 
Porque hoy al ver, obscuros y desiertos, 
sin una luz los horizontes míos, 
ella me oprime entre sus brazos yertos, 
y me humedece... con sus besos fríos. 

Julio Flores