Siete mesas (de billar francés)
Por fin se estrenan buenas películas españolas en 2007. ¿Qué hemos hecho los espectadores para estar castigados a esperar tanto? Gracia Querejeta, la hija del productor español por antonomasia, Elías Querejeta, ha dirigido en ‘Siete mesas (de billar francés)’ su mejor cinta hasta el momento gracias a un magistral trabajo interpretativo de todo su elenco y a un guión casi perfecto.
Ángela vuelve a Madrid para despedir a su padre en su lecho de muerte, pero llega demasiado tarde. La pareja del difunto, Charo, recibe a Ángela y a su hijo, Guille, con la mala noticia. Pero ésta sólo es una de muchas. Leo acabó con todo lo que había ganado gracias a un local de billares y se endeudó hasta las cejas. No hay dinero ni para pagar un entierro digno. Ahora Ángela deberá decidir si renuncia a todo, pufos incluidos, o si se queda con todo, pufos incluidos. Cuando regresa a Vigo, la ciudad a la que había huido de joven, descubre que su marido está envuelto en asuntos turbios. Nada la retiene más en esa ciudad y decide volver a Madrid para reabrir el negocio junto a Charo.
Con el salón de billares como excusa y la muerte del padre como constante en su cine, Gracia Querejeta nos cuenta una historia de dos mujeres que tienen que recomenzar su vida a edades avanzadas y a las que los acontecimientos les obligarán a sacar a flote, por fin, los sentimientos que llevan escondiendo durante demasiados años.
Para contar una historia como ésta son imprescindibles dos actrices de gran talento y aquí entran Blanca Portillo y Maribel Verdú. Ambas están tan sublimes en sus papeles que sería difícil poner a una por delante de la otra. Cuando Portillo recibió la Concha de Plata a la mejor actriz en San Sebastián por su papel, reconoció que la mitad del mérito era de Verdú. Y Querejeta opinó que se lo merecerían ex-aequo. Alrededor de ellas hay muchos otros actores y actrices que no desmerecen en absoluto la compañía en la que están. Ellos son Jesús Castejón, Víctor Valdivia, Enrique Villén, Raúl Arévalo, Ramón Barea, Lorena Vindel, José Luis García Pérez, Amparo Baró.
Además de una labor de dirección de actores perfecta, por parte de Querejeta, lo que ayuda a que se llegue a unas interpretaciones tan creíbles y emotivas es el guión. Los personajes que han creado la directora y David Planell son complejos y ricos, llenos de matices y aristas, como sólo lo son los buenos tipos cinematográficos y las personas reales. Gracias a todo esto, sentimos una enorme empatía con su historia y con las situaciones en las que se ven envueltas a pesar de que a priori, podría ser algo que nos resultase muy ajeno. Y ahí está el mérito de un buen guión: el que incluso un mundo en el que nunca pensásemos que nos podríamos ver envueltos, nos haga erizar el vello. Poco mérito tiene hacernos soltar una lagrimita recordándonos aquello que nos afecta habitualmente. Lo que se cuenta es sólo una excusa y poca importancia tiene. Cómo se cuenta confiere el verdadero valor a este libreto.
Otro de los logros del guión es la manera paulatina en la que nos va descubriendo los secretos. El film empieza con una tremenda intensidad dramática, momento en el que las actrices lo dan todo y que, a pesar de ser un planteamiento, se disfruta enormemente, debido a la fuerza que tiene lo narrado. Y, cuando las cosas comienzan a ir hacia delante para los personajes, podría parecer que la película se estanca, ya que hacia la mitad sentimos que no hay nada más que contar y llegamos incluso a sospechar que se iba a tratar de uno de esos guiones que comienzan bien, pero se van desinflando. Sin embargo, esto es sólo una sensación pasajera y, según se acerca el final, esa fuerza dramática remonta y comienzan a salir a la luz una serie de historias que afectan a todos los personajes y que obsequian a los espectadores con un nuevo despliegue de momentos magistrales interpretativamente hablando.
Me he centrado en la interpretación y en el guión, ya que me han parecido los aspectos del film que merecían el calificativo del titular, magistrales. Pero también sería necesario hablar del resto de los departamentos. En todos los campos, el trabajo es impecable y, si bien ese bajón de ritmo que mencioné que se da a mitad de película, se podría achacar a un montaje no todo lo ajustado que se podría esperar, hay que admitir que en este caso, la edición de Nacho Ruiz Capillas es muy superior a la que elaboró para films anteriores, ya fuesen de la propia Querejeta, como de otros directores. La parsimoniosa lentitud y frialdad que solía conferir a cintas previas, en este caso no ha invadido la sensación final de ‘Siete mesas’ y no nos ha impedido, como había hecho hasta ahora, sentirnos cercarnos a sus personajes y penetrar en sus emociones.
Por lo tanto, esta vez sí que me posiciono con total convicción para decir que es la mejor película española que he visto este año.
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Gracia Querejeta rueda ‘Siete mesas (de billar francés)’ con Blanca Portillo y Maribel Verdú
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