No hay interruptores para apagar mis sueños
Volví otra vez para descubrirlo. Detrás de cada buen viaje hay siempre, al menos, un buen par de enseñanzas. Ahora ya sé que es así. Es absolutamente imposible que deje de soñar cada vez que me levanto. Coleridge me descubrió este verano la diferencia entre fantasía e imaginación: para la primera es necesario el concurso de la experiencia individual, para la segunda, el hedonista recurso de la aventura sin afianzamientos. Fantaseo, pues, la mayor parte del tiempo, esto es pura imaginación.
Hay días que se instala la tristeza a mi lado y crece como una maceta de geranios. Solamente regalarme invenciones a mí mismo es la única válvula de escape. Llevo dentro continuamente una cazuela donde preparo la mejor sopa del mundo, la que mi hija prefiere, y solo hay que esperar que el fuego crezca, el agua rebulla y la tapa empiece a vibrar. Sigo vivo, sigo en pie.
Mis libros son hábiles escalerillas como las que se usan en las librerías de pro para alcanzar los estantes mas inaccesibles, me ayudan a llegar más alto. Manuel Puig me conmovió con El beso de la mujer araña, me llevó a una red de ternura de la que no quise desasirme. El maestro Carlos Barral sigue dándome lecciones desde su libro-entrevista Almanaque, que felizmente descubrí en las estanterías de mi amada librería. Y no puedo seguir hablando de tanta letra impresa que vino, de nuevo, a quedarse en mi casa después de este viaje ingente, no llego a tanto. Esos libros han de pasarme primero a mí, después de mi retina.
Hay vidrieras a mi espalda con estampas de las chicas imposibles y los momentos perecederos. Yo ya miré tus ojos. Los míos estaban vidriosos. Aún así, pude comprobar que los interruptores estaban hábilmente manipulados para no cumplir su estúpida función.
Hay días que se instala la tristeza a mi lado y crece como una maceta de geranios. Solamente regalarme invenciones a mí mismo es la única válvula de escape. Llevo dentro continuamente una cazuela donde preparo la mejor sopa del mundo, la que mi hija prefiere, y solo hay que esperar que el fuego crezca, el agua rebulla y la tapa empiece a vibrar. Sigo vivo, sigo en pie.
Mis libros son hábiles escalerillas como las que se usan en las librerías de pro para alcanzar los estantes mas inaccesibles, me ayudan a llegar más alto. Manuel Puig me conmovió con El beso de la mujer araña, me llevó a una red de ternura de la que no quise desasirme. El maestro Carlos Barral sigue dándome lecciones desde su libro-entrevista Almanaque, que felizmente descubrí en las estanterías de mi amada librería. Y no puedo seguir hablando de tanta letra impresa que vino, de nuevo, a quedarse en mi casa después de este viaje ingente, no llego a tanto. Esos libros han de pasarme primero a mí, después de mi retina.
Hay vidrieras a mi espalda con estampas de las chicas imposibles y los momentos perecederos. Yo ya miré tus ojos. Los míos estaban vidriosos. Aún así, pude comprobar que los interruptores estaban hábilmente manipulados para no cumplir su estúpida función.
posted by El detective amaestrado
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