El Orfanato (2007)
Lo más tranquilizador, por el momento, es su más que buen recibimiento en el Festival de Cannes, donde fue aplaudida efusivamente por los asistentes. Pero no será hasta finales de este mes cuando el público español pueda comprobar con sus propios ojos si tantos elogios son merecidos, o se trata de pura y desmedida exaltación (no sería la primera vez).
Aquí un servidor, que ha tenido el lujo de verla en un pase de prensa (lo sé, la envidia os corroe) puede decir, desde su humilde opinión, que dicha película merece todos y cada uno de esos aplausos.
Aún sin haber visto las otras candidatas barajadas para representar a España -y con el riesgo que supone dictaminar sin conocimiento de causa- debo decir que teniendo en cuenta que una de esas películas estaba ahí por dirigirla quien la dirige (como siempre) y la otra trataba sobre el ya cansino tema de la posguerra (o guerra, tanto da), la elección de la cinta de Juan Antonio Bayona es acertadísima. Una cinta que, pese a formar parte del género de terror/thriller, se encumbra como una película realmente escalofriante a la par que emotiva.
Pero vayamos por partes, que si no me iré por las ramas.
Laura (Belén Rueda) se traslada junto a su marido (Fernando Cayo) e hijo pequeño (Roger Príncep) al orfanato en el que creció de niña, con la intención de hacer de él una residencia para niños discapacitados.
Al inicio, el suspense está depositado con cuentagotas para, posteriormente, ir impregnándose en cada fotograma a medida que la trama avanza. De esta manera, consigue que llegados a cierto punto del film, la angustia y el desconsuelo se apoderen férreamente del espectador. Es tanta esa angustia, que yo mismo deseaba que todo acabara lo antes posible para dejar de sufrir y aclarar el misterio de una vez por todas.
Y es que no hay duda que la catarsis con el espectador se produce de inmediato y sin poder uno evitarlo. Quizás también, porque parte de lo que se nos cuenta coincide con sucesos que desgraciadamente ocurren en la vida real (no digo más, para no chafaros nada).
La cuestión es que el ritmo pausado del film (no apto para los que se aburren con facilidad) y sus saltos en el tiempo permiten que vayamos viendo cómo los personajes principales van desarrollándose y cómo van afrontando todo lo que se les echa encima. Eso, por un lado permite que entendamos (y aprobemos) todas y cada de sus acciones/reacciones; y por otra lado, logra que enfaticemos con ellos, lo cual es altamente necesario para seguir con interés la película.
Aquí nada de modelos de Calvin Klein con encefalograma plano corriendo y gritando, nada de litros de sangre esparcidos por la moqueta, ni charcutería del todo a 100%. Aquí lo que importa es que conectemos con los protagonistas, que suframos con ellos y por ellos. Y tanto actores como director, consiguen que eso sea una realidad. Vamos, que la tensión está asegurada, así que iros dejando las uñas largas para tener algo que morder ese día.
Además, consigue crear una perfecta mezcla entre el terror y el drama, sin que ninguno de los dos géneros esté por encima del otro, sino más bien compenetrándose para ofrecernos una historia muy emocional con logrados momentos de puro suspense (a mi se me ha puesto la carne de gallina en algunos momentos).
Ese suspense del que os hablo no recurre en ningún momento a los efectismos baratos que tanto abusan otros títulos. La música acompaña, sin entorpecer, y apareciendo cuando toca. Los efectos sonoros no se utilizan para provocar sustos. Si hay que asustarse, que sea por lo que vemos y no porque nos revienten los tímpanos con el Dolby Surround.
La atmósfera está realmente lograda, pero Bayona tiene la delicadeza de no recrease en exceso en ella, haciéndola así partícipe del relato, al igual que el propio orfanato, que se erige como un secundario más, y no el centro de nuestras miradas.
Escenas al aire libre, planos generales, juegos de claroscuros pero nunca sin perder la visibilidad, cuidados títulos de crédito, elegante trabajo de fotografía, total ausencia de Parkinson en el cámara (gracias a Dios)…pequeñeces que en conjunto, hacen de esta película una de las mejores muestras de terror patrio de…los últimos años? ¿la última década?.
Una película que nada tiene que envidiar las producciones que se hacen al otro lado del charco, y mucho menos de lo último que nos llega.
Mención aparte merece el reparto. Y he aquí que llegados a este punto, no debo sino quitarme el sombrero ante Belén Rueda y su logradísima interpretación. Un papelón, señores, un papelón. Sus miradas, sus gestos y su rostro consiguen trasmitirte todas sus emociones: su pena, su angustia, su furia y un largo etcétera de sentimientos que la actriz logra captar y mostrar con suma naturalidad.Dan ganas de pegar un salto de la butaca, zambullirse en la pantalla y ayudarla, abrazarla o apoyarla en su lucha interior y contra lo desconocido.
Fernando Cayo logra también una creíble interpretación, siendo el suyo uno de los personajes más escépticos ante todo lo que acontece, aunque no por ello deba causarnos antipatía (nada más lejos de la realidad)Hasta el pequeño Roger Príncep, consigue que no nos dé ganas de estrangularlo a las primeras de cambio, algo que a mi me pasa con casi todo los niños que salen en las películas, sobretodo si son de terror. Su actuación no se vé forzada ni desentona con el resto (algo que si ocurría con el nefasto niño prota de ‘El espinazo del diablo’, dirigida por Guillermo Del Toro; aquí ejerciendo de productor).
Y por último, destacar la breve aparición de Géraldine Chaplin, cuyo papel le sienta como un guante; y también la sorprendente Montserrat Carulla, una actriz catalana de rostro amigable que aquí, con su caracterización e interpretación, consigue dar mal rollo.
Si acaso, el punto flojo del reparto lo encuentro en Mabel Rivera, que la percibo un poco forzada como psicóloga de la policía. Pero al fin y al cabo, un mal menor.
En resumidas cuentas, estamos ante un estupendo drama sobrenatural, cargado de acertado y sutil suspense y de sentimiento, mucho sentimiento (sin caer en la ñoñería barata y facilota). Sin ir más lejos, sus últimos 20 minutos se me antojan formidables, con un final evocador, aunque quizás no del gusto de todos los presentes.
Contadas veces hago uso de la palabra que escribiré a continuación, y mucho menos con una película española (por no decir nunca), pero debo admitir que he presenciado un PE-LI-CU-LÓN. Y eso lo escribe un tipo que no es precisamente un fiel devoto del cine español.
De todas formas, lo que al final importa es la opinión de cada uno, la que uno mismo tenga es la que verdaderamente cuenta. Así que pronto tendréis la oportunidad de juzgar vosotros mismos si la película merece o no ir a los Oscars, y sí por consiguiente, se merece una dorada estatuilla (yo creo que mucho más que la, para mí, sobrevalorada ‘El laberinto del Fauno’).
Mi humilde y desinteresado consejo es que si podéis, no es la perdáis.
Felicidades Bayona.¡Chapeau!.
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