El escuerzo
La verde piel del batracio resplandecía en el frío laboratorio; allí estaba, sobre la mesa, como esperando una decisión mía.
Era un escuerzo joven, con un cuerpo redondo y aplanado; apenas se adivinaban sus patas bajo esa forma hemisférica. Su cabeza se resumía a una cara que parecía tallada en la masa de su existencia.
Me miró con una expresión tierna, tomé una cuchilla enorme, tosca, que contrastaba con el resto del delicado instrumental, y corté al animal en dos partes.
Al seccionarlo, su cuerpo me pareció poco resistente, fue como cortar una naranja.
Arranqué de su interior una pequeña masa roja. Su dulce mirada me siguió penetrando desde un cercanísimo pasado, mientras poco a poco, compás a compás, un pequeño corazón aminoraba su latir sobre la mesa.
Era un escuerzo joven, con un cuerpo redondo y aplanado; apenas se adivinaban sus patas bajo esa forma hemisférica. Su cabeza se resumía a una cara que parecía tallada en la masa de su existencia.
Me miró con una expresión tierna, tomé una cuchilla enorme, tosca, que contrastaba con el resto del delicado instrumental, y corté al animal en dos partes.
Al seccionarlo, su cuerpo me pareció poco resistente, fue como cortar una naranja.
Arranqué de su interior una pequeña masa roja. Su dulce mirada me siguió penetrando desde un cercanísimo pasado, mientras poco a poco, compás a compás, un pequeño corazón aminoraba su latir sobre la mesa.
Textos seleccionados - Literatura
Contribución de Milton Blanco
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