El Final ...
Recuerdo cómo me dejó tu partida. La noche acompañaba mi estado de ánimo. Yo estaba acostado en la cama. Miraba sin cansarme el teléfono esperando que sonara en cualquier instante. ¿Por qué esperar una llamada que no quieres recibir? Me preguntaba. No sólo era el sentir que podías llamar sino el saber que yo también podía hacerlo, ese sentimiento de angustia, de amor desenfrenado que siempre se daba cuando te ibas, me sudaban las manos, sentía mi corazón latir, lo oía. Bien podría sentarme, levantarme de ese letargo, ahí en la cama, desnudo, ya sin ti y llorar. Llorar por mí, por el dolor que tenía adentro, por aquellos que no podían llorar, por ese silencio que me prohíbe hablar, por el silencio que me prohíbe gritar, cuando todo mi cuerpo lo pide a gritos. (“a gritos”, que irónico) ¿Cómo se oye el grito del cuerpo? Se siente en el estomago, la cabeza da vueltas, las piernas no se mueven, los labios no se abren, el sonido no brota. Arañazos en la garganta, son los sonidos de años de silencio. Esa noche te fuiste y para siempre, lo supe, lo sentí. Cerré los ojos y pensé en las largas caminatas que dábamos por las calles, después de salir de una cena, del cine, de teatro, no importaba, siempre caminábamos, hablábamos de la última película que habíamos visto, de la cena, discutíamos de algún problema en el trabajo o bien solo abrazados, en silencio nos dirigíamos a casa. Intenté llorar, no pude. Las lagrimas no salían, tratando de evocar recuerdos, de esos años, los que ya no son, los que ya no serán. ¿Por qué había perdido esa sensación? Los recuerdos sólo se habían quedado en eso, recuerdos. Me sentía hundido. Poco a poco me iba hundiendo en arenas que nunca había pisado pero siempre estuvieron ahí. Sólo era cuestión de tiempo. ¿Por qué nos las vi? ¿Cuándo sucedió? ¿Qué pasó? Volvía a preguntarme, no había respuesta. Sonó el teléfono, inmediatamente me paré, vi tu número, deje que sonara unos instantes y contesté, del otro lado silencio, las manos dejaron de sudar, mi corazón ya no sonaba. Fue un instante nada más, para mi fueron mil años, una vida.
-¿Por qué te fuiste?
Inevitablemente, el grito salió, lágrimas brotaron de mis ojos. Ninguno de los dos dijo algo más, solo lloramos. Un dolor lleno de liberación se apodero de mí. Ahí en la cama, sentado con las piernas cruzadas, desnudo, sin nada más que mi alma dispuesta a rendirse y correr detrás de ti, ahí, a corazón abierto, llorando, hablando en silencio los dos, escuchándonos, supimos lo que venía, entendíamos lo que era, el final. Lo último que escuche fue como aspirabas tus mocos para después colgar. Me acosté sin soltar el teléfono, cerré los ojos y como hace mucho tiempo no sucedía, comencé a soñar.
Estoy parado en la puerta del cuarto con mi taza de café que me regalaste el día de mi cumpleaños, la luz de la calle iluminaba tu cuerpo desnudo, me siento en el sillón que está frente a la cama, tú duermes. ¡Cuánto te amo, carajo!
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