sábado, 20 de octubre de 2007

El muro

El hombre grita y la mujer escribe poesía. Llega la noche y ahora los dos se miran en silencio. La luz de la habitación está apagada y la luna llena provoca un claroscuro de ternura. La mujer escribe algo en un viejo cuaderno de apuntes: "Una luz extraña alumbra la carne de las falsas promesas. Ahora el lenguaje del amor es mortal y la ley del tiempo arde sobre nuestras cabezas."

Con ojos abatidos el hombre mira hacia la ventana. Empieza a llover y las gotas de agua repiquetean sobre el vidrio creando una música melancólica. La mujer mira hacia el hombre, da un resoplido y vuelve a ensimismarse en su cuaderno.

"La vida resucita como una vela vuelta a prender pero lista para ser apagada. La respuesta del ojo es inmediata y sin piedad, emite ya sus ondas cargadas de utopías. Nadie canta en el sueño azul ahora. Ninguna vibración excita al tacto. El dolor de los olorosos cuerpos en la escena final del deseo es una mascota rabiosa que lame mi rostro sin cesar."
-¿Puedes escribir con tan poca luz? –pregunta el hombre.
-Sí. Ya lo he hecho otras veces.

Ahora el hombre prende un cigarrillo y el humo crea una atmósfera enrarecida.

"Alguien musita mi nombre desde un rincón alejado del tiempo. El sediento pasajero de los días ha aprendido a esperar. Una bien educada arruga nace en un día previsible. Alguien invoca ahora la cabeza de Afrodita para su colección privada. No me perdonaré nunca haber querido hablar con los dioses tanto tiempo. El vino ha sido derramado en la escena de los natales cartapacios. Mi nombre ahora es la respuesta de un público enfervorizado. Mi drama es la madre de todas las mujeres. Un signo que mi insignificante humanidad apenas alcanza a comprender."

-Recuerdo aquel día subiendo la colina -decía el hombre- mirándote a los ojos y pensando “esto es lo más cercano al paraíso que he estado en mi vida”, recuerdo tu cuerpo comunicándose con el mío y recuerdo casi todas las frases de aquel diálogo. Recuerdo que a cada rato me decía a mí mismo: “La vida puede llegar a ser perfecta”. También recuerdo sueños increíbles en los que siempre aparecías tú. Recuerdo la culpa de malgastar un día sin tu presencia. Recuerdo tantas cosas que tu imagen ahora está clavada en mi conciencia como un símbolo, como un resumen de casi toda mi vida.

La mujer ahora mira al hombre con un leve gesto de asombro. Éste permanece inmutable, mirando las gotas de agua al otro lado de la ventana.

"Vértigo. El tiempo estimula un órgano desconocido en mi anatomía de carnada mayor. Soy un animal que no sabe nivelar su sentido de supervivencia. Soy una vida remota en la historia de los calendarios. Un rito que ya no invoca ninguna fuerza. Soy la voz que grita desde el fondo del abismo. Una letra poco usada. Una canción irreconocible. Una imagen desdibujada sobre un cristal de utilería."

El hombre mira hacia la calle, donde divisa un lejano y solitario transeúnte acercándose. Después de un largo silencio vuelve a tomar la palabra.
-Y no sé como pasó todo esto -decía manteniendo un tono tranquilo en la voz- pero yo ya no me puedo explicar nada. Conocerte fue igual a ver un muro enorme destruirse mágicamente entre los dos. Ahora parece que el muro se vuelve a construir, y ni tú ni yo podemos hacer nada por evitarlo. Sólo nos remitimos a mirarnos con impotencia mientras el muro se va haciendo cada vez más grande, hasta que llegue el momento en que nos sea imposible tocarnos, o vernos.

La mujer permanece concentrada en su escritura. Se rasca la nuca con gesto cotidiano y observa el último párrafo de la hoja.

"Vacío del lenguaje. Germinal de sospechosas ilusiones. Migración de las aves desde un sueño hambriento hasta un sueño de saciedad. Liberación en el espíritu del no tiempo. Mi alma ruge contra mi cuerpo. Alguien que no quiero ver abre la puerta. Soy yo con los ojos de la incertidumbre, hablando un lenguaje que se nutre de espejismos y de miedo. Dormiré entonces en la dulce miel de la costumbre. Aprenderé a saciarme de ella y cantaré la respuesta de un reino imposible."

Con andar relajado la mujer ingresa dentro del cálido ámbito de las frazadas. El hombre aplasta lo poco que quedaba del cigarrillo y voltea para observarla, acercando su silla a la cama.

Entonces levanta su mano en dirección a la cabellera de la mujer, pero no se decide en tocarla, quedándose con la mano levantada por unos segundos hasta que cruza los brazos. Siente entonces un frío que cala hasta los huesos.

Afuera parece haber dejado de llover. El hombre se incorpora dirigiéndose a la ventana. El solitario transeúnte ahora camina a lo lejos, hacia el otro lado de la ciudad.
Textos seleccionados - Literatura
Contribución de Horacio

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