La gloria de los niños perdidos
Danny Boyle logra inyectar vitalismo a la sordidez en 'Slumdog millionaire'Y el complicado experimento en un universo que le era ajeno le ha salido muy bien a este inglés tan destroyer. Sin rasgos de impostura ni de antropólogo cultivado, haciendo auténtica, desesperada, emocionante, tierna y cercana a una fauna de la que los occidentales sólo teníamos espeluznantes noticias a través de los concienciados documentales sobre la miseria extrema. Los personajes, el ambiente y los rituales de sufrimiento que padecen esos críos forzosamente buscavidas podrían ser exclusivamente una taxidermia del horror tercermundista, pero Boyle logra inyectarle vitalismo a la sordidez, combinar luces y sombras, dotar de autenticidad al costumbrismo, implicar al receptor de cualquier parte en esta historia de tinieblas y redención, de amores infantiles que perduran a pesar de los destrozos emocionales que causa el paso del tiempo en circunstancias permanentemente sombrías. Y sales contento del cine después de haber observado la tragedia de los desvalidos, con ganas de acompañar cantando y bailando a sus protagonistas en esos encantadores y postreros títulos de crédito en la estación de tren. Es una película osada y atípica, paradójicamente enaltecedora y bonita, ya que casi todo invita al espanto en la realidad que describe. Esta crónica del miserabilismo respira alegría.
Los Otros
Nada que objetar al Oscar a Sean Penn, actor siempre eminente, pero su irreprochable composición del mártir gay Harvey Milk huele plano a plano a obligatorio galardón. Tengo la sensación de que me la sé desde el principio. Algo que no me ocurre con el sorprendente y formidable Frank Langella ofreciendo un turbador retrato del tramposo, atormentado y derrotado Richard Nixon en El desafío.
Hace mucho tiempo que el infinito talento y el camaleonismo con causa de esa actriz tan joven como insólita llamada Kate Winslet se merecía el Oscar. Ella es lo único que posee latido, matices y turbación en la académica y fría El lector, adaptación epidérmica de una novela excepcional que te despierta todo lo contrario. Y no se entiende que no la nominaran por su escalofriante trabajo en Revolutionary Road, una película que sí está a la altura artística del material literario, de la lucidez, la mordacidad y el sentido trágico de ese escritor demoledor llamado Richard Yates.
A diferencia de en sus memorables creaciones en La niña de tus ojos y Volver (interpretaciones magistrales de una actriz irregular que necesita papeles con carne y alma y gente que la sepa dirigir), donde Penélope Cruz disponía de absoluto protagonismo, en Vicky Cristina Barcelona tiene pocas secuencias para demostrar su gracia y su frescura, pero las aprovecha inmejorablemente. Está brillante, neurótica, creíble, sensual, tragicómica, muy divertida. Ojalá que se tope frecuentemente con directores como Trueba, Almodóvar y Allen. Ella lo borda cuando lo que le ofrecen tiene vida.
El Oscar no le va a servir de nada al difunto Heath Ledger, pero es justo que hayan reconocido la perversa personalidad que su rostro deformado y su necesario histrionismo han aportado al incendiario Joker, a la incansable pesadilla del Orden en esa exhibición de gran cine titulada El caballero oscuro.
Los Oscar vuelven a demostrar que el talento no está en crisis. Lanzan a la famélica cartelera una docena de películas que otorgan sentido a ese placer incomparable consistente en ir al cine.
EL PAÍS
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