En plena dicha
¿Por qué estás de quererme avergonzada?
¿Por qué doblas la frente entristecida?
¿Por qué el lloro te nubla la mirada?
¡Levanta con orgullo la cabeza!
¡Mueve tu joven corazón con brío!
¿De qué servía tu gentil belleza
antes de abrirse bajo el beso mío?
Todo tiene marcado su sendero:
el polen urde las florales galas,
y en el agreste azúcar del romero
la avispa moja el zumo de sus alas.
¿Qué hace el rubí, con todos sus fulgores,
de su estuche en el frío calabozo?
¿De qué nos servirían los amores
sin la suprema convulsión del gozo?
Todo tiene marcado su camino:
cuando relumbran las estivas llamas,
entre los juncos del uncal vecino
las culebras enroscan sus escamas.
Teniendo tu belleza esplendorosa
de Friné las sagradas desnudeces,
¡sólo la envidia, la infecunda diosa
podría hacer severos a tus jueces!
¡No por arrepentida, por amante,
por joven, por gentil y por morena,
Jesús de Nazareth besó el semblante
pálido y tentador de Magdalena!
¡Por eso nada más! Por su hermosura,
el Maestro que amaba y comprendía
perdonó a la mujer tierna e impura
que en sus largos cabellos le envolvía!
¡El que castiga sin juzgar, desbarra!
¡No dobles con angustia la cabeza!
¡No existiría el tigre sin la garra,
ni el instinto sexual sin la belleza!
¿Qué importa que te adore y que me adores?
¿No se acoplan los tordos en los nidos?
¿No fecundan las flores a las flores?
¿No se parten los astros encendidos?
¡Álzate, pues, impura y victoriosa
sobre el purpúreo ocaso de mi vida!
Ser joven, ser amada y ser hermosa
es ser cincuenta veces bendecida.
El que creó los sexos y en el sino
de la ilusión templó las voluntades,
quiere que aquellos cumplan su destino
y odia las infecundas castidades.
¡Brille e impere tu beldad suprema
de las lujurias en los antros rojos,
y abrásate en el fuego que me quema
cuando me miran tus oscuros ojos!
¡Consiente que me abisme en tus hechizos,
en el perfume de pasión que exhalas,
y que sobre la noche de tus rizos
la voluptuosidad pliegue sus alas!
¡No la espantes, mi bien, con el tirano
rubor que anubla tu pupila hebrea,
ya que su dulce y complaciente mano
con invisibles gasas nos rodea!
¡Déjala que la cierre con el broche
donde el espasmo escribe sus alegros,
mientras hundo mis ojos en la noche
grande y profunda de tus ojos negros!
Carlos Roxlo, Uruguay, 1860
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