lunes, 22 de octubre de 2007

Ratatouille

Remy no es una rata cualquiera. Sobrevive con los suyos en las alcantarillas de Paris, rebuscando alimento entre la basura y evitando que los humanos le aplasten con una escoba. Pero tiene una cualidad única en su especie. Es capaz de “sentir” la comida. Su exquisito paladar puede distinguir todo un arco iris de sabores y de variedad de gustos. Y no sólo es capaz de sentirlo, si no también de prepararlo. Remy, en efecto, es un excelente cocinero. Su ídolo es el prestigioso chef Gusteau, propietario del mejor restaurante de Paris.

Pero el mundo se le viene abajo a nuestra pequeña rata cuando se entera de la muerte de Gusteau, debido a la crítica negativa sobre su comida que ha escrito el siniestro columnista Antón Ego. Además, debido a una metedura de pata culpa de su excesiva afición por visitar las cocinas humanas, Remy se ve abocado a escapar de una muerte segura y separarse de los suyos. Cuando cree que ya no existe esperanza alguna, da con un humano que no le trata como un rata. Se trata del joven y torpe Lingüini, el cocinero más negado del restaurante de Gusteau, que corre el peligro de convertirse en un establecimiento de comida rápida. Remy y Lingüini se necesitan el uno al otro, pero, ¿podrán salir adelante?

Señoras y señores, esto se acabo. Pixar puede echar el cierre ahora mismo. Ya lo ha conseguido. Con “Los Increíbles” hizo la mejor película de animación y la mejor película de superhéroes de la Historia. Ambas a la vez. Con “Cars” pegó un pequeño bajoncillo, volviendo a la ñoñería marca Disney, y a las canciones. El mayor error de las películas de animación. ¿He mencionado que aborrezco las películas de animación con canciones?

El caso es que ahora Pixar ha vuelto. Y lo ha hecho creando la película de animación perfecta. Podrían despedirse con esta película y se merecerían una ovación con toda la sala en pie. Pero, ¿saben lo mejor? No cierran. Siguen con más actividad que nunca, creando Obra Maestra tras Obra Maestra, y muchos de nosotros les agradeceremos hasta la nausea que lo hagan.

Bueno, y si es la película de animación perfecta, ¿por qué no tiene un diez? Está bien, no es perfecta. He mentido un poquillo. Ruego me disculpen. Pixar no ha marcado un hito que servirá como referencia durante los siglos de los siglos para hacer animación. Sólo ha manejado las herramientas de las que dispone de la mejor manera que se puede hacer. Y esta mejor manera no es la perfección. Las películas de Pixar tienen fallos. Pero son fallos que han de tenerlos imperativamente. Y lo hacen porque les da la gana. Me explicaré.

Pixar pertenece a Disney, la compañía de animación por excelencia. Como ya ha sido demostrado sobradamente, los pupilos de John Lasseter se mean y se cagan en cualquier película de animación de cualquier estudio del mundo con un sencillo corto de 5 minutos. Disney era muy consciente de ello, razón por la que compró el estudio. Y Pixar ha de asumir ciertas “particularidades” a cambio de tener un altísimo grado, casi total, de libertad creativa. Todas las películas tienen que ser bonitas, tienen que gustar a los niños y tienen que defender valores como la familia, la amistad, el amor, etc. Eso es impepinable, al igual que el “happy end”. Pixar lo sabe, y sabe que de esa manera siempre estará limitado a sorprender por su excelencia técnica, su sentido del ritmo, sus descacharrantes gags y su entretenida historia, no podrá hacer algo trasgresor y rompedor. A mí me parece más que suficiente, y mucho más de lo que consiguen el 90% de las comedias actuales, pero nunca podremos ver una película Pixar con un final a lo “Con faldas y a lo loco” (con ese magistral “nadie es perfecto”) mientras sea Disney quien firme los cheques.

¿Representa eso un problema? Pues para mí ninguno, y para la mayoría de crítica y público tampoco. No se le puede pedir trasgresión a una película Disney o realismo a una de Michael Bay. Lo asumo perfectamente y me dispongo a disfrutar. Además, donde sí goza Pixar de libertad total es en los cortometrajes. Si sus películas son maravillas, sus cortos son aun mejores. En esta ocasión, previa a la proyección de la película, podremos disfrutar de “Abducido”, una Obra Maestra de apenas 7 minutos que ha de llevarse el Oscar desde el momento en que termina. Sin votación. Sin gala. Es simple sentido común. Magistral.

Y bueno, vamos a la película, que es lo que interesa. El director es Brad Bird, autor de “Los Increíbles”. Es el primer acierto. Brad ha demostrado con sólo dos películas de animación (la mencionada y “El gigante de hierro”) ser mejor director que la mayoría de sus congéneres. Y digo director de cine, convencional o de animación. Es sencillamente de lo mejor que nos podemos encontrar a día de hoy.

La idea básica de la historia es la superación. Cualquiera puede conseguir sus objetivos, sin importar su clase social. Esto se remarca por la diferencia entre “ratas” y “humanos”, una metáfora bastante obvia de las diferencias entre clases en los seres humanos. ¿Y cómo puede llegar una rata a cocinar? Bueno, eso es uno de los mejores gags de la película, que aunque inverosímil, cuela totalmente por lo divertido y absurdo que resulta. Y no es el único gag memorable. Todo el metraje, casi dos horas, está plagado de escenas que podrían figurar en los anales de la comedia, pero mantengamos alejados los spoilers. Es mejor verlo en el cine y partirse de risa, como todo el mundo.

La historia, no obstante, no son gags histriónicos o escatológicos (ratas, comida… parece la oportunidad de oro para esto) unidos malamente, al estilo “American Pie”. Se trata de un guión de museo. Una auténtica guía de como hacer comedias, llena de pequeños guiños y de momentos geniales. La risa llega por lo bien diseñado de las escenas, por el contexto en el que se está contando, por el ritmo, por el montaje, no por el golpe de efecto. Una Obra Maestra en toda regla que, en manos torpes, hubiera terminado por ser un “susto-costalazo-caca-culo-pedo-pis”, pero que gracias a Brad Bird y a los maestros de Pixar se convierte en la experiencia cinematográfica del año. Incluso el típico e inevitable momento de conflicto entre los protagonistas, en el que todo parece perdido, cuanto nos necesitamos el uno al otro a pesar de habernos peleado… es realmente corto y justificado. No se hace ñoño ni pesado, ni cargado de moralina. La función tiene que continuar, señoras y señores. Dejemos hacer a los maestros.

Y si, digo maestros. Pixar son unos genios contando historias divertidas, donde el momento cómico no está en la situación accidentada, si no en lo que insinúa, en lo que plantea por detrás, en lo que es capaz de expresar sin resultar obvio. El momento cumbre, que no me permito desvelar porque es el punto álgido de la película, es simplemente para ponerse en pie y aplaudir hasta desgastar las palmas de las manos. Una escena que, por si misma, no tiene nada de cómica, pero que introducida en el contexto de la película es capaz de condensar en escasos 5 segundos uno de los momentos más divertidos de la Historia de la Animación. Tranquilos, sabréis identificar perfectamente la escena. Es imposible no llorar de risa.

Si la historia es tan buena, es porque está perfectamente bien sujeta por unos sólidos personajes. Nuestro protagonista, Remy, tiene el carisma necesario para ser el personaje favorito de los niños de aquí a Navidades por lo menos. Su afán de superación lo puede todo. Quiere ser cocinero y no duda en jugarse la vida por ello. Ni en permanecer oculto, mientras el torpe Lingüini es, a ojos de los humanos, un excelente chef. Remy tiene todo el reconocimiento que necesita en las caras de los comensales. Lingüini acepta gustoso las enseñanzas de este “mini-chef”, demostrando también capacidad de adaptación y ese espíritu de lucha que tanto gusta a los americanos. El malvado chef Skinner, que quiere quedarse con el imperio de Gusteau para transformarlo en el paraiso de la comida rápida, es el villano clásico de película de animación. Con aspecto desgarbado, histriónico y malvado hasta decir basta. Por último, la parte más importante del puzzle es el agrio crítico gastronómico, Antón Ego. Como ya he dicho, la magistral escena que protagoniza es clave. Es el personaje que sufre el cambio más radical. Comienza siendo como el típico listillo que se pasea con el “Ulysses” de James Joyce debajo del brazo por el mercado de Fuencarral y termina siendo… Bueno, termina siendo el que demuestra que, efectivamente, “cualquiera puede cocinar”.

En cuanto al resto de personajes, tienen una importancia menor, y la mayoría cumplen el papel de “alivio cómico”, o de la justificación de que el protagonista haga tal o cuál cosa. Como el pequeño fantasma de Gusteau que se le aparece a Remy, a modo de conciencia, que le dice lo que debe hacer en cada momento. O su hermano, que representa todo aquello que Remy no desea ser, pero a quien no puede evitar querer. Los otros cocineros del restaurante, así como la chica, necesaria para la inevitable subtrama romántica, tienen la importancia justa como para no sobrar pero no ser recordados mucho más allá de los títulos de crédito.

Faltaría, no obstante, por mencionar un personaje especial: la propia cocina. En ella se desarrolla la mayor parte de la historia. Es el escenario de la mayoría de los gags, con ollas y cazuelas volando por los aires a las primeras de cambio. Un material, insisto, que en las manos maestras de la gente de Pixar resulta algo totalmente comedido, y que en otras hubiera sido un no parar de ratas corriendo arriba y abajo, platos cayendo y señoras gritando subidas en sillas.

Por supuesto, Pixar también son ya no genios, si no simplemente inalcanzables en otro aspecto. En el aspecto técnico. Ni todos los “Shrek” o “Ice Age” puestos en fila india son capaces de lamer la suela de los zapatos de “Ratatouille”, ni a nivel de historia ni a nivel técnico. Esos personajes enanos, o cabezones, o narigudos, tienen mucho más encanto que cualquier personaje de proporcionadas formas, como los humanos de “Shrek”, por ejemplo. Y en cuanto a los detalles, como las luces de la ciudad, la textura de los objetos, la iluminación, lo mismo. Son apabullantes. Por no hablar del pelo de las ratas, algo que ya habíamos podido ver en “Monstruos S.A.”: miles de pelos moviéndose de manera independiente y respondiendo a estímulos como la electricidad o el agua. No hay rival, sencillamente.

En fin, como ya he dicho, no estamos ante una película perfecta. Es un típico producto familiar, con final feliz, moraleja… algo predecible, en resumen. Pero me importa un carajo. Dentro de los límites que la industria (Disney en concreto) le impone, es total y absolutamente maravillosa. La mejor película del 2007 sin discusión. ¿Qué aun quedan 4 meses para que termine el año? De acuerdo. Pero a ver quien es capaz de superar esto.

(¡hasta los críticos la amaron!).
Imagenes de la película:



Agosto 20th, 2007 — jorgearevalo

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