martes, 9 de octubre de 2007

Proverbio Africano

Había una vez un rey que vivía en un palacio enorme, con muchos siervos y muchas habitaciones. Un día llegó un pobre ciego y pidió hablar con el rey. Llevado ante el monarca el pobre ciego extendió la mano y dijo:
-¡Una limosna, señor!
El rey se conmovió y mandó que le dieran una buena cantidad de maíz.
El ciego dio las gracias con estas palabras:
-El bien que haces, a ti mismo te lo haces.
A los pocos días; el ciego se volvió a presentar a las puertas del palacio. El rey mandó que le dieran otra ración de maíz y el ciego dio las gracias diciendo:
-El bien que haces, a ti mismo te lo haces.
El ciego volvió a la semana siguiente con su eterna cantinela. La cosa empezó a fastidiar al rey y decidió quitárselo de en medio de una vez.
Cuando el pobre volvió a pedir, el rey ordenó a un siervo que le dieran harina con veneno.
El mendigo dio las gracias como siempre sin saber que le habían dado un alimento mortal.
Por el camino el ciego se encontró con un batallón de soldados al mando del hijo del rey. Estaban cansados, con sed y con hambre.
El príncipe paró al ciego y le preguntó:
-¿No tendrás, por casualidad, algo para comer? Tengo más hambre que un león.
El mendigo respondió:
-Tu padre me acaba de dar un poco de harina. Tómala, si lo deseas.
El príncipe le dijo:
-Es mejor que nada. Un día te recompensaré por esto. Tomó la harina y mandó a un soldado preparar el fuego y cocer un pan. Cuando estuvo a punto, el hijo del rey se lo comió todo. A los pocos minutos se sintió mal. Se llevó las manos al estómago y, sin decir ni siquiera "socorro", cayó al suelo.
Los soldados al ver esto salieron en busca del ciego. Lo prendieron y después de darle una paliza lo llevaron ante el rey.
El soberano no quiso ver al hombre que decía había matado a su hijo y ordenó al jefe de la guardia:
-Que le corten en seguida la cabeza.
Cuando llevaban al ciego a la plaza pública donde iba a ser ejecutado, llegó un mensaje del rey con una contraorden:
-Pongan al ciego en libertad.
La gente asombrada por lo que había ocurrido, mandó a los ancianos ante el rey para que les diera una explicación de aquel cambio tan repentino.
El rey respondió:
-Yo soy el culpable de todo. Ahora quiero que construyan una casa para el ciego y que en la casa esté grabada esta inscripción:
"EL BIEN 0 EL MAL QUE HACES, A TI MISMO TE LO HACES".

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