viernes, 21 de septiembre de 2007

La Soga (1948) - Alfred Hitchcock

La Soga - 1948

-Director: Alfred Hitchcock
-Reparto:· John Dall (Shaw Brandon)· James Stewart (Rupert Cadell)· Farley Granger (Philip)· Joan ChandlerGuión: Arthur Laurents, Hume Cronyn y Ben Hetch (adaptando la obra teatral "Rope's end" de Patrick Hamilton)
-Música David Buttolph y Leo F. ForbsteinFotografía: William V. Skall y Joseph A. Valentine
No podía faltar Alfred Hitchcock, el mago del suspense como se le ha bauti-zado con poca originalidad.Quién no ha degustado cine de verdad, con ma-yúsculas, cocinado por el perfil más famoso de la historia del celuloide. Además nos enseña matices y sabores nuevos cada vez.
"La soga" es, como no podía ser de otro modo, suspense en estado puro, lo que para el autor significaba: hacer que el espectador sepa más que los pro-tagonistas. Así de simple.
Varios apuntes técnicos la adornan: ser la primera película en color de Hitchcock (la obra de teatro que la inspira también era en color) y, sobre to-do, estar rodada en un único plano secuencia aparente (aunque en el fondo sean varios, empalmados con ingenio, por el tamaño limitado de las bobinas).
Parecería que la escenografía, la procedencia del guión o la renuncia al montaje la convertiría en algo parecido al teatro televisado, pero nada de eso sucede; el prodigio de realización nos lleva por toda la estancia magistralmen-te, mostrando lo que se quiere mostrar, exactamente cuando se quiere mostrar.
Un grito inicial nos advierte del asesinato del joven David (la víctima perfecta para el crimen perfecto), estrangulado con una soga, simbólico utensilio, metáfora visual, hilo conductor, arma homicida, castigo pendiente... genial desde el principio. Los asesinos son Brandon y Philip, compañeros de universidad del cadáver, tratando de demostrar dos tesis: que es posible el crimen perfecto y que la superioridad intelectual que lo hace posible nace también de la tranquilidad de espíritu, derivada de la propia superioridad, para la que no sirven los principios morales convencionales. La pasión de matar puede satisfacerte tanto como la pasión de crear, dice Brandon, instigador, frío, seguro de sí mismo. Malicia de salón que no sólo bebe de Nietzsche, o del darwinismo social, también de Carlyle o De Quincey. También con algo de "El corazón delator" de Poe, o el Raskolnikov de Dostoievski.
Lo que sigue es desenvuelto como un regalo con el toque prodigioso del director. En el apartamento donde yace el cadáver escondido en el arcón se celebra una fiesta a la que están invitados los padres del asesinado, la novia de éste, su mejor amigo, y el mentor de los jóvenes, Rupert Cadell, un soberbio James Stewart (siempre y cuando veamos la versión original, lejos de los destrozos de un desafortunado doblaje).Deliciosamente macabro.
Y ya tenemos planteada una velada-película a la que no se puede renunciar. El ritmo narrativo y su corta duración nos mantienen en vilo, todo es tan irónico que nos descubrimos en una contradicción, los asesinos no son simpáticos y su ensañamiento dramático tampoco lo es, pero la fascinación del crimen sin errores nos hace titubear.
Gran coreografía, juego psicológico, detalles velados, ambigüedad sexual de los protagonistas, pinceladas de humor negro, tensión, morbo, sospechas, cierto exhibicionismo difícil de medir.
El crimen perfecto, parece claro, es aquel del que nunca se ha oído hablar. Aunque, por otro lado, perfecto será también aquel que nos ponga frente a frente con nosotros mismos. Y Hitchcock fabricó bastantes de esos crímenes perfectos que uno no se cansará nunca de observar (y disfrutar).

por HombreRevenido

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