domingo, 2 de septiembre de 2007

La Historia de las Cucharas Largas

Había una vez un rabino que empezó a darle vueltas a lo que era el cielo y a lo que era el infierno. Y tanto y tanto lo pensó, que le entró una gran curiosidad por ver ambos lugares. La curiosidad ya le creció tanto que le fue imposible detenerla.
Un día, a la salida de la sinagoga, pidió a Dios poder ver el cielo y el infierno. Dios vio la desazón que tenía el judío, profesor de la Ley, y le concedió lo que pedía.
- Pero será tu guía el Profeta Elías.
El Profeta se presentó al rabino y le dijo:
- Sígueme.

Primero lo condujo a un lugar grande que en el centro tenía un enorme fuego. Encima del fuego había un puchero muy grande con una comida exquisita. Alrededor del fuego había mucha gente sentada. Tenían en las manos unas cucharas largas, largas, con las que querían sacar la comida del puchero. La gente estaba pálida, flaca, con mal aspecto. Como el mango de la cuchara era tan largo, no podían llevarse a la boca una comida tan buena como la que estaba conquistándoles el olfato. Tras contemplar aquella triste situación, el profeta Ellas y el rabino salieron fuera de la estancia.
- Qué lugar tan extraño es éste -comentó el rabino.
- Es el infierno -contestó el profeta.
Después, Elías condujo al rabino a una segunda estancia, en la que todo estaba exactamente igual que en la primera. En el centro de la habitación ardía el fuego y se cocinaba comida exquisita en un gran puchero. Alrededor estaba sentada mucha gente con cucharas largas en las manos. Pero esa gente estaba nutrida, se les veía sanos y felices. No intentaban alimentarse a sí mismos, sino que utilizaban las largas cucharas para darse de comer unos a otros.
- Esta habitación es el cielo, dijo el profeta Elías.
El rabino, despacio y con la voz llena de emoción, dijo:
- Se dan de comer unos a otros.
Terminada su misión, el profeta Elías se despidió del rabino.
Este, cuando llegó a su casa, abrió un armario, sacó un voluminoso cuaderno, buscó en él la primera página que no estaba escrita y anotó:
"CUANDO NOS DAMOS DE COMER UNOS A OTROS EMPEZAMOS A TENER EL CIELO".
Cerró el cuaderno, se sentó en una butaca y se quedó pensando...

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