martes, 11 de septiembre de 2007

Bodas de Oro

Se la había hecho envolver para regalo. Iba a ser para él de todas formas, pero le hacía ilusión regalarse algo, así que pidió que se la envolvieran con un bonito papel de colores vivos. ¿Le pongo un lazo y una etiqueta de Felicidades, señor? le preguntó la dependienta. Sí, sí, contestó él solícito. Quería que fuera un regalo de verdad, así que debería llevarlo todo, lazo y felicitación. A sus casi 70 años, y tras la muerte de su esposa Amanda, ya no recibía muchos regalos. Si acaso para Navidad, le llegaba algún que otro paquete desde algún lugar del mundo. Sus hijos no le visitaban, pero se acordaban de él en las fechas señaladas.

Fue a la habitación que había junto al recibidor y encendió la luz. Miró el armario que había al fondo y se detuvo. No estaba seguro de poder hacerlo, a su mujer no le hubiera gustado. Pero qué más daba, ella ya no estaba allá para decirle si estaba bien o no, así que se acercó al armario y abrió uno de sus cajones. El paquete estaba tal y como lo había dejado. Su regalo estaría intacto. Estaba nervioso, así que esperó un poco antes de desenvolver el producto.

Puso el paquete sobre la cama y se dispuso a desenvolverlo. Sin romper el papel desnudó la caja de su regalo. Ya sabía lo que había bajo el envoltorio, pero aún y así se dejó sorprender. Vio la cara de Rose impresionada en la caja. Era guapa y tenía un gran parecido a su mujer. Por eso la había escogido a ella. Había otras más baratas, pero Rose se parecía tanto a Amanda que la quiso en cuanto la vio
.
La sacó de la caja y la estiró sobre la cama. Estaba arrugada y su cara no tenía la menor expresión, lo que le dejó abatido. Ahora se arrepentía de su compra. Empezó a inflarla despacio, y ante él fue apareciendo Amanda. Sus pechos aumentaron de tamaño rápidamente, su cara y el resto de su cuerpo fueron tomando forma poco a poco. Tocó su suave pelo oscuro. Era rizado y brillante. Deslizó sus manos por su cara. Las facciones eran tan reales que creyó verla pestañear.

¿Debería ponerle un nombre? ¿a un trozo de plástico? quizás sí, o no. Bueno, ya lo decidiría. Quizás lo mejor sería llamarla Amanda, aunque eso le costaría. Se levantó y la miró desde lo alto. Estaba preciosa. Al verla allí recordó la primera noche que vio desnuda a Amanda. Acababan de casarse bajo una preciosa luna de verano. Sí, decidido, la llamaría Amanda. Apagó la luz y la dejó sola. Celebraría aquella noche de verano como lo había hecho allá por 1957. Prepararía una buena cena, pondría aquel disco de Sinatra que tanto les gustaba y haría el amor con Amanda como habían hecho aquella misma noche cincuenta años atrás.

J. Coltrane

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