X-MEN ORÍGENES - LOBEZNO
Entre la barraca de feria y el Circo del Sol
Hay dos películas en X-Men Orígenes: Lobezno. La interesante comprende su primera mitad, planteada como spin-off de la trilogía X-Men en torno al más carismático de los mutantes de la editorial Marvel: James Howlett. Alias Logan. Alias Wolverine. El fiero y longevo canadiense con poder autocurativo, esqueleto recubierto de adamantium y garras retráctiles del mismo metal, que ha encontrado en Hugh Jackman una encarnación cinematográfica encomiable.
Pero que nadie se engañe. Ni siquiera esa mitad más afortunada de la película brinda alicientes similares a los de Iron Man, El Caballero Oscuro o Watchmen (por cierto, con la película de Zack Snyder comparte Lobezno, hasta cierto punto, la estructura e intencionalidad de los títulos de crédito). Nos hallamos en territorio 20th Century Fox, productora y distribuidora cuya leyenda negra a cuenta de la presencia en su staff directivo de Tom Rothman y Jim Gianopoulos es irrebatible. La realización apenas funcional de Gavin Hood (Tsotsi, Expediente Anwar), la afasia expresiva, lo inarticulado y rutinario de los conflictos dramáticos, ligan X-Men Orígenes: Lobezno a precedentes medianías Fox como Los 4 Fantásticos (Tim Story, 2005) o X-Men: La Decisión Final (Brett Ratner, 2006). Títulos por otra parte, como el que nos ocupa, no tan desdeñables como proclaman los Marvel zombies. El ecosistema de los superhéroes ha precisado para su legitimación cultural de series limitadas y novelas gráficas, pero si ha encandilado a sucesivas generaciones de lectores ha sido gracias a las series regulares, en todos los sentidos de la palabra regular. De la misma manera, quién sabe si para que el cine de superhéroes tenga futuro no serán tanto o más necesarias que las ambiciones de Christopher Nolan la atonía mainstream de Gavin Hood, Rob Bowman (Elektra), Louis Leterrier (El Increíble Hulk) o Mark Steven Johnson (Daredevil, El Motorista Fantasma).
Es una lástima, en cualquier caso, que no llegue a mayores el planteamiento de X-Men Orígenes: Lobezno, deudor irrespetuoso de dos cómics tan diferentes como Lobezno: Origen (Jenkins/Kubert/Isanove) y Arma X (Barry Windsor Smith): huidos de su hogar debido a circunstancias trágicas cuando son niños, el protagonista y su hermanastro Victor Creed (Liev Schreiber) sólo podrán hacer valer sus salvajes naturalezas mutantes enrolándose en todos y cada uno de los conflictos bélicos entablados por los Estados Unidos desde su creación, así como en una organización secreta —El Equipo X, formado íntegramente por mutantes— que impondrá la Pax Americana a lo largo y ancho del globo, incluso asesinando a seres humanos de genética alterada como la suya.
Esta cruda visión de Logan y sus camaradas no como fugitivos, sino como cómplices de un orden establecido en el que paradójicamente no hay lugar para criaturas como ellos, impregna la película durante muchos minutos de una singular aspereza. «Para nosotros la función no termina nunca», musita Victor en una sórdida caravana antes de liquidar a uno de sus ex–compañeros de batalla, reciclado en fenómeno de feria; y aunque Logan trate de escapar hasta en dos ocasiones a tal condición —mitad freak, mitad máquina de matar— refugiándose en escenarios idílicos de la América profunda (que remiten irónicamente en una ocasión al Superman de 1978, no en balde Richard Donner ejerce como productor ejecutivo), le será imposible hacerlo.
Hasta que llega al rescate, es un decir, la segunda mitad de X-Men Orígenes: Lobezno, que obliga a mutar a la propia ficción a fin de que cumpla su objetivo como precuela de X-Men (íd. Bryan Singer, 2000). El apelotonamiento de seres con poderes cada vez más vistosos y ridículos, de discordancias narrativas y escenas de destrucción digital metidas con calzador convierte la película en una función del Circo del Sol, en la que ya no importa más que dejarnos con la boca abierta, aunque no sepamos bien si por el asombro o los bostezos. Baste con decir que siendo el metraje de aproximadamente cien minutos, parece que sobrepasase de largo las dos horas. Pocas veces le será tan aplicable a una película el dicho aquel de quien pone un circo y le crecen… los mutantes.
Por Diego Salgado
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