sábado, 31 de diciembre de 2011

X-MEN ORÍGENES - LOBEZNO


Entre la barraca de feria y el Circo del Sol
Hay dos películas en X-Men Orígenes: Lobezno. La interesante comprende su primera mitad, planteada como spin-off de la trilogía X-Men en torno al más carismático de los mutantes de la editorial Marvel: James Howlett. Alias Logan. Alias Wolverine. El fiero y longevo canadiense con poder autocurativo, esqueleto recubierto de adamantium y garras retráctiles del mismo metal, que ha encontrado en Hugh Jackman una encarnación cinematográfica encomiable.
Pero que nadie se engañe. Ni siquiera esa mitad más afortunada de la película brinda alicientes similares a los de Iron Man, El Caballero Oscuro o Watchmen (por cierto, con la película de Zack Snyder comparte Lobezno, hasta cierto punto, la estructura e intencionalidad de los títulos de crédito). Nos hallamos en territorio 20th Century Fox, productora y distribuidora cuya leyenda negra a cuenta de la presencia en su staff directivo de Tom Rothman y Jim Gianopoulos es irrebatible. La realización apenas funcional de Gavin Hood (Tsotsi, Expediente Anwar), la afasia expresiva, lo inarticulado y rutinario de los conflictos dramáticos, ligan X-Men Orígenes: Lobezno a precedentes medianías Fox como Los 4 Fantásticos (Tim Story, 2005) o X-Men: La Decisión Final (Brett Ratner, 2006). Títulos por otra parte, como el que nos ocupa, no tan desdeñables como proclaman los Marvel zombies. El ecosistema de los superhéroes ha precisado para su legitimación cultural de series limitadas y novelas gráficas, pero si ha encandilado a sucesivas generaciones de lectores ha sido gracias a las series regulares, en todos los sentidos de la palabra regular. De la misma manera, quién sabe si para que el cine de superhéroes tenga futuro no serán tanto o más necesarias que las ambiciones de Christopher Nolan la atonía mainstream de Gavin Hood, Rob Bowman (Elektra), Louis Leterrier (El Increíble Hulk) o Mark Steven Johnson (Daredevil, El Motorista Fantasma).
Es una lástima, en cualquier caso, que no llegue a mayores el planteamiento de X-Men Orígenes: Lobezno, deudor irrespetuoso de dos cómics tan diferentes como Lobezno: Origen (Jenkins/Kubert/Isanove) y Arma X (Barry Windsor Smith): huidos de su hogar debido a circunstancias trágicas cuando son niños, el protagonista y su hermanastro Victor Creed (Liev Schreiber) sólo podrán hacer valer sus salvajes naturalezas mutantes enrolándose en todos y cada uno de los conflictos bélicos entablados por los Estados Unidos desde su creación, así como en una organización secreta —El Equipo X, formado íntegramente por mutantes— que impondrá la Pax Americana a lo largo y ancho del globo, incluso asesinando a seres humanos de genética alterada como la suya.
Esta cruda visión de Logan y sus camaradas no como fugitivos, sino como cómplices de un orden establecido en el que paradójicamente no hay lugar para criaturas como ellos, impregna la película durante muchos minutos de una singular aspereza. «Para nosotros la función no termina nunca», musita Victor en una sórdida caravana antes de liquidar a uno de sus ex–compañeros de batalla, reciclado en fenómeno de feria; y aunque Logan trate de escapar hasta en dos ocasiones a tal condición —mitad freak, mitad máquina de matar— refugiándose en escenarios idílicos de la América profunda (que remiten irónicamente en una ocasión al Superman de 1978, no en balde Richard Donner ejerce como productor ejecutivo), le será imposible hacerlo.
Hasta que llega al rescate, es un decir, la segunda mitad de X-Men Orígenes: Lobezno, que obliga a mutar a la propia ficción a fin de que cumpla su objetivo como precuela de X-Men (íd. Bryan Singer, 2000). El apelotonamiento de seres con poderes cada vez más vistosos y ridículos, de discordancias narrativas y escenas de destrucción digital metidas con calzador convierte la película en una función del Circo del Sol, en la que ya no importa más que dejarnos con la boca abierta, aunque no sepamos bien si por el asombro o los bostezos. Baste con decir que siendo el metraje de aproximadamente cien minutos, parece que sobrepasase de largo las dos horas. Pocas veces le será tan aplicable a una película el dicho aquel de quien pone un circo y le crecen… los mutantes.

El pensamiento de usted - por Ryan Woodward

Feliz Nochevieja y Año Nuevo 2012

viernes, 30 de diciembre de 2011

jueves, 29 de diciembre de 2011

Piranha Bite Test

Simi Valley Firestorm powrslaveeli / YouTube

Battle at Kruger

miércoles, 28 de diciembre de 2011

El poder de las vitaminas

El Roto y los Bancos

Inocente

Cuidado durante todo el día....

martes, 27 de diciembre de 2011

El 42º Maratón de Nueva York 2011

Desnudos como argamasa

El avión despegó sin los diamantes

Vía Muy Interesante

lunes, 26 de diciembre de 2011

El arado perjuducó a la gente del Neolítico

Vía Muy Interesante

Diplomacia de altos vuelos

Vía Muy Interesante

10 Canine Commandments

domingo, 25 de diciembre de 2011

A LA QUE ES DEMASIADO ALEGRE


Tu cabeza, tu gesto, tu aire
Como un bello paisaje, son bellos;
Juguetea en tu cara la risa
Cual fresco viento en claro cielo.

El triste paseante al que rozas
Se deslumbra por la lozanía
Que brota como un resplandor
De tus espaldas y tus brazos.

El restallante colorido
De que salpicas tus tocados
Hace pensar a los poetas
En un vivo ballet de flores.

Tus locos trajes son emblema
De tu espíritu abigarrado;
Loca que me has enloquecido,
Tanto como te odio te amo.

Frecuentemente en el jardín
Por donde arrastro mi ironía,
Como una ironía he sentido
Que el sol desgarraba mi pecho;

Y el verdor y la primavera
Tanto hirieron mi corazón,
Que castigué sobre una flor
La osadía de la Naturaleza.

Así, yo quisiera una noche,
Cuando la hora del placer llega,
Trepar sin ruido, como un cobarde,
A los tesoros que te adornan,

A fin de castigar tu carne,
De magullar tu seno absuelto
Y abrir a tu atónito flanco
Una larga y profunda herida.

Y, ¡Vertiginosa dulzura!
A través de esos nuevos labios,
Más deslumbrantes y más bellos,
Mi veneno inocularte, hermana.

Charles Baudelaire

AMOR PROHIBIDO


Subes centelleante de labios y de ojeras!
Por tus venas subo, como un can herido
que busca el refugio de blandas aceras.

Amor, en el mundo tú eres un pecado!
Mi beso en la punta chispeante del cuerno
del diablo; mi beso que es credo sagrado!

Espíritu en el horópter que pasa
             ¡puro en su blasfemia!
¡el corazón que engendra al cerebro!
que pasa hacia el tuyo, por mi barro triste.
             ¡Platónico estambre
que existe en el cáliz donde tu alma existe!

¿Algún penitente silencio siniestro?
¿Tú acaso lo escuchas?  Inocente flor!
... Y saber que donde no hay un Padrenuestro,
el Amor es un Cristo pecador!

Cesar Vallejo

LA TRILLA


Sobre un mar de silvestre manzanilla
Pebetero de rústica fragancia. 
Alza su alegre construcción sencilla 
El edificio de una vieja estancia, 
En cuyos muros caldeados brilla 
El sol de fuego que doró mi infancia: 
El patrio sol cuya gentil corona 
La vid fermenta y el trigal sazona.

Una aurora de nimbos sonrosados

Sobre la estancia su cendal despliega, 
Se mece con el junco en los bañados
en el columpio de las lianas juega; 
Pinta el rubio maíz de los sembrados, 
Que con diamantes brilladores riega,
puebla de melódicos cantares 
El ancho quitasol de los palmares.

¡Oh luz!, ¡oh claridad! Tiende su vuelo 
La garza sobre el cauce cristalino, 
La becacina se remonta al cielo,
Y abre la flor su cáliz purpurino:
Mueve el ombú su suave terciopelo
Junto al cerco de pitas del camino,
El coatí se guarece en la espesura.
La esencia flota y el raudal murmura.

Bajo la lumbre que tremante brilla 
El tordo en el laurel trina y gorjea, 
Se aroma el espinillo en la cuchilla.

Carlos Roxlo
el guayacán sus nieves balancea; 
En la revuelta crin de la tropilla 
El dulce soplo matutino ondea.
la res montaraz, de ojos de llama. 
Escarba el suelo, se estremece y brama.

El alerta del gallo en los corrales 
Saluda reverente al nuevo día, 
Despierta la perdiz en los trigales
Y en el guayabo la torcaz bravía;
Del humo las azules espirales
Flotan sobre la pobre ranchería,
Y el rubio sol su clámide radiosa
Cuelga en los hombros de su opaca esposa.

Al fin la noche su soberbia humilla, 
Se alza del sol el círculo inflamado,
Y comienzan los lances de la trilla
De las espigas en el mar dorado;
Limpio de nubes el espacio brilla,
Sus alas cierra el viento embalsamado,
Y del ceibal en las flexibles ramas
Tiende la luz su túnica de llamas.

Briznas y tallos por el sol vestidos 
Con tintes de naranja brilladores, 
Se mecen en el aire sacudidos 
Por un turbión de insectos de colores;
Y bajo el mar de espigas escondidos
Se agrupan con placer los segadores,
Que encuentran en el oro del paisaje
Fresco abanico y ancho cortinaje.

Sobre la parva que reseca brilla 
Alzan los mazos de la mies bronceada, 
Entre los corvos dientes de la horquilla 
Los que disponen la primer carnada.
Y comienzan las rondas de la trilla
Bajo el casco fugaz de la yeguada.
Que con su golpe rítmico y sonoro.
Desmenuza la mies en hebras de oro.

Trémula por la danza febriciente 
Que apresura del látigo el chasquido,
Y las ondas del aire incandescente
Aspirando con hordo resoplido;
La inculta crin tendida en el ambiente
Y con el cuerpo de sudor teñido.
En grupo denso la yeguada rueda
Bajo asfixiante y áurea polvareda.

Llegó con su descanso el mediodía, 
La hora estival por el ofidio amada 
En que duermen las voces de la umbría
Y humea la llanura calcinada;
Se espesa el aire que enrarece el día, 
Con su voraz y brusca llamarada; 
Llora la esquila de la res sin brío
Y en brillazones se desangra el río.

Cuando el bochorno su desborde enfrena 
Gime de nuevo la tronchada espiga, 
Vuelve la ronda de clamores llena,
Y el flanco late con mortal fatiga;
Pero esta vez asiste a la faena,
Dulce testigo que al denuedo obliga,
La hija gentil del dueño de la estancia,
Silvestre flor de espléndida fragancia.

Se llama Margarita; el estanciero 
En ella tiene su mejor tesoro; 
La arrullan con sus píos el hornero
Y con sus trovas el zorzal canoro;
Las ráfagas salvajes del pampero
Se amansan al rozar su frente de oro,
Y en las cálidas tardes del estío
Se azula más, para besarla, el río.

Da a su labio la ceiba enmarañada 
El color de la púrpura salvaje,
Y a su rostro la espiga bronceada
Los matices estivos de su traje;
El boyero que gime en la enramada. 
Le da su voz de musical lenguaje,
Y el ritmo de su dulce movimiento
Las palmos columpiadas por el viento.

Torcaza de la selva en que ha nacido, 
Concentra sus modestas ambiciones 
En la verde guirnalda de su nido 
Saturado de arrullos y canciones; 
Muy niña aún, su corazón dormido 
No conoce otro afán ni otras pasiones 
Que el vuelo libre, por el campo en galas, 
Con un nimbo de luz sobre las alas.

La niña a sus ensueños entregada. 
Mira con las pupilas soñadoras 
El trote abrumador de la yeguada 
Que hace saltar las cintas voladoras. 
Da principio después la repisada, 
Despiertan del crepúsculo las horas,
Y apresuran los peones la faena
Pensando en los placeres de la cena.

Humean ya los grasos costillares 
Pendientes de los férreos asadores. 
Sobre ramas de vetas seculares 
Envueltas en purpúreos resplandores; 
Se alzan en rojos nimbos circulares 
Del jugo que gotea los hervores,
Y un mastín, de pelaje encanecido.
Duerme junto a las brasas extendido.

Carlos Roxlo

Mi árbol de Navidad para 2011

sábado, 24 de diciembre de 2011

Memoria para el año viento inconstante


I
Sí. Ya sé.
Ya sé yo que lo que os gustaría es una Obra Maestra.
Pero no la tendréis.
De mí no la tendréis.

Aunque se vuelva, comentando, algún maestro
del humor entre vosotros: -Poco trabajo le costará cumplir...
Aunque sepa hasta qué extremo las amáis.

Sé cómo amáis la Música.
No la de los negros, por supuesto. Ni la guitarra
a lo rasgado, por tientos, esa
brisa seca de uñas y plata. Ni el endiablado
son de la Múcura que está en el suelo, o Rosa de Castilla
con su largo alarido al comienzo...

sino ¡BACH!
Ultimamente sobre todo Juan-Sebastián Bach.

Yo os he visto alzar la tapa de la discoteca,
oyendo en vuestros sagrados depósitos
de música estancada cómo cae
el Concierto, y tirar de la cadena
purificados por el suceso musical puro.

¡Con qué libertad respiráis! casi voy a decir
que vivís como hombres por un momento. De tal modo
saboreáis el aire salado de la emancipación
al salir por la puerta, la puerta
giratoria y afelpada -que se traba- del Museo de Bellas Artes.

Y ya cerrarlo con doble llave.
Y haber cumplido con la tercera y última de las variaciones de las variantes de la Battaglia.
Irse sin dejar nada pendiente con la figura
que toca el pífano y el tambor en el Cristo de los Ultrajes de Grünewald.

En paz con el exigente Maestro de la Leyenda de Santa Ursula.

Gran día para vosotros.
Ese de la Obra Maestra.

Una antigua necesidad: el holocausto
del propio ser. El deseo
de imponeros algo perenne y tribunal.

Y otro. Más rabioso,
más trémulo: el deseo de tener un pasado.
Un pasado por fin que oponer al maldito presente.

Un pasado adornado con todas sus plumas.
Con su perspectiva de adecuada jerga,
con sus categorías históricas y su problematismo crítico-cultural
precisado en función de una radical revisión de...
Y la larga, accidentada, alucinante teoría de los géneros y los estilos.

II
Si no estuviera el otro. El difuso
terco mundillo del amanecer.
La pululante línea de la imperfección y el anonimato.

Más informe en el año del hombre y dudosa que
en el año exterior
los renacuajos moviéndose sin dignidad,
que la crisálida de una abeja en su célula
cuando no es sino un poco de saliva ciega y moho,
que esas medusas que olvida el mar
aun sin hacer, translúcidas al asco.

Ahí velaremos.
Como sagaces hijos del siglo.
Como el Iscariote, que no conoció almohada.

Alertas centinelas en la púrpura penumbra
del umbral. Celosos polizontes
con la diestra en la cartuchera de cuero al pie del sicomoro.

Cada hoja tendrá su guardián.
El más mínimo remolino de savia
el tiempo necesario de cumplir su revolución
su breve furor elipsoidal hasta pintarse
como un leopardillo y ya ni Salomón en toda su gloria

(o tendrá más tiempo: todo el vasto y soleado tiempo
de no cumplirla y abdicarse a sí mismo y perderse).

No es una amenaza.
Tampoco exageraremos.

Pero ni un solo murmullo será malogrado.
Ningún lenguaje estéril y ameno brutalizará
los reciencapullos, los brotes del presente
que asómanse predicando lo que todavía no es cierto.
La fina sombra de una lanza llena de tacto
guardará el paso cálido, distinto al anterior, casi indecente
de una pulsación de segundo. El milagro
de un entendimiento súbito entre dos sangres extranjeras.

Aceptaremos sin entender cualquier discordancia:
el más aprendiz de los palmoteos
el más inventado de los borbollones.

Porque de lo seguro salimos a reposar en lo inseguro.
En lo peligrosamente sesgado como doncella
cortante veloz como desde un puente. Del puente
a lo escapado a lo demasiado huído a lo frío
saltamos
¡impacientes!

Y más si se quiere. Que el tránsito
de una burbuja nos sea viaje largo y fatigante.
Una piragua de papiro en el centro del remolino
es fortaleza, chato torreón de piedra, ante el inseguro
inestable vacilante hogar
de un corazón inclinado al esbozo.

De un corazón de hombres dóciles flexibles vulnerables
como un colibrí es siempre un colibrí agudo ardiente rápido.
Y más hombres: los que llamaren. Como ese colibrí
es tantos diferentes colibríes agudos ardientes rápidos.
A cada arranque imprevisto ¡un nuevo colibrí sin memoria!

Agua fluctuante y pan preparado sin fatiga,
delicioso como agua desaprovechada que se mira correr
y riqueza no guardada para mañana (recibida prestada
en el viento escrita) agua
móvil como sólo ella sabe serlo y jirones de plata
donde ninguno se repite y de ninguno
es posible hallar vestigio...

Lo que a los planetas eternos les fue negado
y concedido a una chispa: desaparecer! -Ese lujo-
dice el coro. Y vuelta a lo mismo:

de lo seguro para girar en lo inseguro
en lo ondeante adoncellado y con andares aptos para el  desmiembre
el date vuelta
en lo que como lomo de paloma amarillea
y ala untada de plata y gala de la mañana y que pasa
de nosotros con liberalidad projimal
o nos es quitado por asalto
o rechazado (arrebatado por rechazo) o birlado
vulgarmente
o registrado
chabacanamente destruido desplegado
con vocerrón devuelto
con las patas (¡y para nosotros gala de la mañana!)

pero que vuela saca las uñas duerme
vive ahí
-¿en dónde?- ¡aquí aquí en el entornado
desierto mundo del amanecer.
Y no domado dulcificado acorderado
bajo velocino

sino amenazante!

Carlos Martínez Rivas

Salmo desesperado


Como el león llama a su hembra, y cálido
al aire da su ardiente dentellada,
yo te llamo, Señor. Ven a mis dientes
como una dura fruta amarga. 
Mírame aquí sin paz y sin consuelo.
Ven a mi boca seca y apagada.
He devorado el árbol de la tierra
con estos labios que te aman. 

Venga tu boca como luz hambrienta,
como una sima donde un sol estalla.
Venga tu boca de dureza y dientes
contra esta boca que me abrasa. 

Tengo amargura, brillo como fiera
de amor espesa y de desesperanza.
Soy animal sin luz y sin camino
y voy llamándola y buscándola. 

Voy oliendo las piedras y las hierbas,
voy oliendo los troncos y las ramas.
Voy ebrio, mi Señor, buscando el agrio
olor que dejas donde pasas. 

Dime la cueva donde te alojaste,
donde tu olor silvestre allí dejaras.
Queriendo olerte, Dios, desesperado
voy por los valles y montañas.

Carlos Bousoño

A unos ojos


¿Me preguntas, pintor, que como quiero
que pintes el mirar y la hermosura
de aquellos ojos do el Edén fulgura,
de aquellos ojos por que vivo y muero?

Copia el fulgor de matinal lucero,
de gacela apacible la dulzura,
de la tórtola amante la ternura,
el brillo del diamante lisonjero.

Los habrás de pintar grandes y vivos
donde luzca la antorcha bendecida
del noble meditar, muy expresivos.

Con dulce vaguedad indefinida;
¿quieres darles aun más atractivos
de apasionado amor? dales la vida.

Alejandro Tapia y Rivera