sábado, 14 de marzo de 2009

¿Quién teme a la cuchilla de Poster Boy?

A los carteles callejeros les ha salido un enemigo: el cúter.
Entrevistamos a los cabecillas de la antipublicidad, un movimiento surgido en Nueva York que trae de cabeza a policía y anunciantes.

OBJETIVO: la publicidad que fagocita las estaciones de metro neoyorquinas.
Arma: un cúter.
Ejecutor: Poster Boy (y compañía).
Resultado: collages geniales donde el mensaje publicitario se transforma en ideas anticonsumo o de carácter crítico-social que además provocan una sonrisa (menos a los propios anunciantes, que se han quejado a las autoridades). ¿Eficacia? Absoluta. En menos de nueve meses todos los grandes medios neoyorquinos han hablado de su trabajo, los ciudadanos aplauden su mensaje y fotógrafos como Terry Richardson y raperos como Kanye West le buscan para trabajar con él.

Reinterpretación por Poster Boy de la polémica viñeta del 'New York Post'-

No quiero dinero, sino devolver las calles a los ciudadanos y quitárselas a la publicidad. La contaminación visual es exagerada.

Pero, ¿quién se esconde tras el nombre de Poster Boy? "Es un movimiento. Quizás yo lo empezara pero la realidad es que hay mucha gente cansada del acoso visual al que nos somete la publicidad en las calles. Si te asalta en una revista puedes pasar la página y en la tele puedes cambiar de canal. Pero cuando caminas por la ciudad no hay manera posible de huir".

Para entrevistar a Poster Boy es obligatorio mantener su anonimato, entre otras cosas porque alguien acusado de ser Poster Boy fue arrestado recientemente (un tal Henry Matyjewicz, de 27 años, fue detenido en una inauguración en una galería del SoHo, donde se incluía una obra suya. Un flyer anunciando la presencia de Poster Boy fue la excusa de la policía, según publicó el New York Times) y su principal defensa de cara al juicio se apoya en que esa persona no existe como tal sino que todos somos poster boy. "Desde el principio quise que tuviera un componente social, que fuera una idea que no se puede comprar ni vender. Cualquiera puede tomar el nombre y hacer este tipo de obras. Se trata de recuperar nuestro entorno y de utilizar el arte como una forma de reivindicar nuestro derecho a ocupar el espacio público que nos roba la publicidad. Hay que devolver las calles a los ciudadanos. La contaminación visual es exagerada".

Aunque otros se hayan unido, hubo alguien que empezó a darle al cúter con el suficiente talento como para llamar la atención. neoyorquina que abandonó con una asignatura pendiente. "Es mi declaración de principios. No estoy de acuerdo ni con la educación artística ni con el mercado del arte". Por eso quienes le han definido en la prensa como el Banksy neoyorquino se equivocan. A él le han influido más Noam Chomsky y las pinturas negras de Goya que la cultura de los triunfadores del siglo XXI. "Yo no quiero ganar dinero con Poster Boy, lo que quiero es propagar el mensaje".

No cree en el mercado del arte, "porque convierte a los creadores en una marca", ni en los derechos de autor. De ahí que al menos este Poster Boy le entregue sus cuadros, fotos o esculturas (produce de todo) a otros artistas que aceptan venderlas como si las hubieran creado ellos. "Quiero librarme de los límites que impone un nombre o una galería".

A Poster Boy le han salido colaboradores en el mundo del arte callejero de Nueva York, donde hoy ya hay muchos militantes antipublicidad. Y una cosa es darle color a las calles y otra diferente, apuntar al corazón de las empresas que, por ejemplo, empapelan con sus proclamas las cabinas telefónicas. Jordan Seiler, un artista increíblemente veloz en el arte de dar el cambiazo y sustituir esos anuncios por obra propia está organizando junto a Poster Boy un inminente golpe de estado contra las muchas compañías que cuelgan sus carteles ilegalmente en Nueva York.
"Hay decenas de anuncios ilícitos en nuestras fachadas. Si les pillan pagan multas mínimas, así que lo siguen haciendo. Mi objetivo es que Nueva York algún día sea como São Paulo, donde la publicidad callejera se prohibió hace dos años.
BÁRBARA CELIS - Nueva York - 13/03/2009
EL PAÍS

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