El árbol
del escritor venezolano Luis Britto García.
El árbol
El Maestro pudo escapar antes que yo de la prisión: dejándome un mensaje cifrado en hexágonos, me dio cita en la Isla donde deberíamos reunirnos para hacer arraigar la Utopía. Debí tronchar la vida de un guardia y hacer caer por tierra a otro para escapar. Asumiendo diversas identidades y oficios, pasé tres décadas acercándome a la Isla. Los contrabandistas a quienes pagué por llevarme a ella despreciaron venderme como esclavo. En la Isla desolada encontré sólo un árbol extraño, en cuya corteza estaba grabado un mensaje en jeroglíficos hexagonales, por los cuales lentamente escurría la savia.
“Comencé —decía el mensaje— el primer surco para plantar el Palacio perfecto cuyo fruto sería la Utopía, hasta que me di cuenta de que era posible extraer alimento directamente de la luz del sol, por lo que sería abominación impedirle el paso con techumbres.“Cavé solitario los ramales del Gran Acueducto que debía llevar el agua hacía las cisternas —hasta que descubrí que el agua está siempre bajo la tierra que pisamos, y que es locura sangrarla, y llevarla de un encierro a otro creando ríos artificiales.“Una vez que esta convicción germinó en mi mente, maduró también la de que eran inútiles los perfectos caminos ramificados en canales, puentes y túneles que habíamos proyectado para trasladarnos de un sitio a otro de nuestra ciudad a velocidades insoportables. No hay necesidad de trasladarse cuando se está bien plantado donde se nace; cuando sólo se nace si se está bien plantado.“Enseguida me dediqué a cultivar los planes de los gineceos y las cámaras nupciales para las fecundaciones de las parejas y las sutiles oposiciones de sus pasiones, sus repulsiones y sus deseos —hasta que sentí caer en tierra abonada la idea de que es locura separar cada sexo en un cuerpo distinto; y el remedio contra tal desdicha es juntar ambos sexos en el mismo cuerpo, y encargar del comercio entre ellos al viento, o a mensajeros ignorantes que convierten en miel la exacerbación visible de nuestra lascivia.“De allí, todavía pensé en la labranza perfecta de las escuelas para injertar las leyes y la firmeza de carácter en los jóvenes retoños —pero qué academias serían necesarias para niños que podrían alimentarse abriendo los brazos al sol y plantando los talones en tierra; que podrían fecundarse exponiendo sus sexos al viento y multiplicarse lanzando al azar sus semillas.“Emprendí la redacción de la intrincada espesura de las leyes, pero a estas alturas ya sabía que toda conducta engendra la confusión y el yerro, y que el mejor acto es crecer sin tener acto ninguno, ni para perseguir el mal, ni para escapar de él.“He desgarrado mi corteza y desangrado mi savia para comunicarte mi destino, pero sabe que desde ahora renuncio a toda otra comunicación, porque todo destino perfecto es incomunicable.
El manuscrito terminaba en borrosos tachones de savia. El Maestro se burlaba de mí, o enloqueció antes de ahogarse. He derrumbado a hachazos el árbol solitario que dominaba la Isla. Toda su madera muerta no basta para construir un esquife con el que pudiera escaparme. El mar es como mi dolor, inagotable.
por Héctor Ugalde
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