sábado, 12 de mayo de 2012

El saltador


El saltador se encoge, se agarra las rodillas, 
esconde la cabeza entre las piernas. 
A punto de llegar da un latigazo 
y se estira de golpe contra el agua: 
al sumergirse nace, y el mundo, sacudido, 
vuelve a iniciar de nuevo sus circunvoluciones, 
su salto de gestante que atraviesa el espacio 
como una caracola o bosta o piedra 
lanzado hacia la luz: le enseña el saltador 
al mundo su trabajo, y a convertirlo en juego, 
y cómo al zambullirse quedar recién nacido: 
le enseña el mecanismo de la vida.

El mundo se detiene y mira concentrado, 
quizás reconociéndose en los gestos del hombre 
que rota y se traslada dibujando una elíptica 
con su cuerpo visible sobre un eje invisible.

Es el mundo el que salta, no es el hombre: 
esa bola que rasga la seda de la tarde 
desnudándolo todo, no es un hombre:
es el cauce de un río, las raíces de un árbol, 
la tierra de aluvión, pero no un hombre: 
es el molde de un hombre, un recipiente 
vaciado de un hombre y luego vuelto 
a llenar con el cauce, las raíces, la tierra: 
es el hueco dejado por un hombre 
para darle un cobijo a las cosas del mundo.

El hombre, cuando salta, ya no piensa, 
pues su interior es agua, filamentos o polvo.

Cuando salta es el puro movimiento 
y es la inmovilidad perfecta y pura: 
es el mundo que gira y el mundo detenido.

El mundo, ese aprendiz de saltador, 
y el saltador, ese aprendiz de mundo, 
se duermen en el aire
y nos suenan.

Jesús Aguado

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