Un Horror Tropical – William Hope Hodgson (1905)
Estamos a ciento treinta días de Melbourne, y durante tres semanas hemos tenido calma chicha.
Es medianoche, y hasta la guardia en cubierta, que será a las cuatro de la madrugada, voy a sentarme en la escotilla. Un momento más tarde, Joky, nuestro grumete, viene a charlar conmigo. Son muchas las horas que permanecemos sentados. conversando durante las vigilancias nocturnas. Aunque, a decir verdad, es Joky el que habla. Yo me contento con fumar y escucharle, gruñendo de cuando en cuando para demostrarle mi atención.
Joky lleva algún tiempo callado, con la cabeza inclinada, en honda meditación. De pronto, la levanta. con la evidente intención de hacer alguna observación. Pero al momento veo cómo su rostro se desencaja en una horrible mueca de espanto. Se echa hacia atrás, con los ojos mirando al vacío. Luego, abre la boca. Prorrumpe en unos sonidos inarticulados y cae de la escotilla, golpeándose la cabeza contra el suelo de cubierta. Intentando averiguar el motivo, vuelvo la cabeza.
¡Dios mío! Elevándose por encima de las planchas del barco, distingo claramente a la luz de la luna una inmensa boca a una braza de distancia. De sus gruesos labios surgen unos tentáculos. Entonces, la Cosa se acerca más al barco. Cada vez aparece más alto, más alto, más horrible. No tiene ojos visibles; sólo aquella boca, encima de un cuello semejante al tronco de un arbol.
Y ese cuello, mientras to contemplo fascinado, se curva hacia dentro con la celeridad de una enorme anguila. Luego, se convierte en una serie de pliegues y arrugas. ¿No acabará nunca? El barco sufre una tremenda sacudida par estribor al sentir el peso del monstruo. Luego, la masa ancha y aplastada, sin forma, se desliza por encima de la borda y cae en cubierta con un choque sordo.
Durante unos segundos, el horrible animal yace como un montón de cordajes babeantes. Después, con movimientos muy veloces, la monstruosa cabeza avanza por cubierta. Cerca del mástil principal se hallan los cajones con las viandas, y en lo alto de la pila hay uno con carne de buey salada. El olor de la carne parece atraer al monstruo; veo cómo la huele con respiración afanosa, increíble. Abre los labios y deja ver cuatro espantosos colmillos. Mueve la cabeza, se aye un crujido: la carne y el barril han desaparecido. El ruido hace salir a cubierta a uno de los marineros, que al momento no ve nada, par la oscuridad de la noche. Después, al aproximarse más, to ve, y lanzando tremendos alaridos, se precipita adelante ¡Demasiado tarde! De la boca de la Cosa surge una hoja blanca y reluciente, con unos dientes feroces y voraces. Aparto la mirada, pero no logro dejar de oír el ruido glotón de aquella boca.
El vigía, atraído par aquel sonido, ha presenciado la tragedia, y huye a refugiarse abajo, cerrando la portilla de hierro a sus espaldas.
El carpintero y el velero salen corriendo a cubierta, y al ver al monstruo huyen hacia el camarote, profiriendo chillidos de terror. El segundo contramaestre, tras una rápida ojeada desde el puente, desciende a toda prisa, seguido por el timonel. Le oigo formar una barricada tras la escotilla, y de pronto me day cuenta de que me he quedado sólo en cubierta.
Hasta ahora he olvidado mi propio peligro. Los últimos instantes me parecen una pesadilla. Sin embargo, comprendo mi situación y, estremeciéndome de horror, day media vuelta en busca de la salvación. Entonces, mis ojos tropiezan con Joky, que sigue insensible en el lugar de su caída. No puedo abandonarle. Muy cerca, en cubierta, se abre la puerta que conduce a una garita de acero. Dentro estaré a salvo.
Hasta el momento, la Cosa no se ha dado cuenta de mi presencia. Sin embargo, su cabeza en forma de barril gira en todas direcciones. Lanza como un berrido, y su lengua avanza y retrocede, al tiempo que el monstruo gira y viene hacia mí. Sé que no puedo perder ni un segundo, y agarrando al inconsciente muchacho, corro hacia la puerta abierta. Se halla sólo a unos metros, pero aquella horrible forma avanza hacia mí por cubierta, moviendo rápidamente sus anillos. Llego a la garita y caigo dentro con mi carga. Luego, pienso en cerrar la puerta. En el mismo instante, los blancos anillos rodean la garita. De un salto estoy dentro y atranco la puerta. Por el ojo de buey, veo cómo la Cosa rodea la garita, buscándome infructuosamente.
Joky aún no se ha movido. Me arrodillo, le aflojo el cueIlo del suéter y le rocío la cara con agua. Mientras tanto, oigo gritar a Morgan. Instantes después, suena un chillido de terror, y otra vez el espantoso glú, glú.
Joky se estremece, se frota los ojos y se incorpora.
—¿Era Morgan el que gritaba. . . ? —se interrumpe con sobresalto—. ¿Dónde estamos? ¡He soñado algo terrible!
En aquel instante se aye el ruido de unos pasos en cubierta y oigo la voz de Morgan ante la puerta.
—¡Abre, Tom!
Calla de repente, y lanza un alarido desesperado. Le oigo correr hacia delante. A través del mirador, le veo huir hacia el aparejo de proa y trepar por un mástil. Pero algo le sigue. Algo blanco en la noche. Y ese algo se enrosca a su pierna derecha. Morgan se detiene, saca su navaja y la hunde ferozmente en su enemigo. Este le suelta; inmediatamente. Morgan se encarama a lo más alto del mástil.
Hay un rato de quietud, y observo que está amaneciendo. No se oye nada, excepto la respiración agitada de la Cosa. Cuando sale el sol, el horroroso ser se tumba en cubierta y parece gozar del calor. No se oye nada, ni los marineros en la proa ni los oficiales en la popa. Supongo que temen llamar la atención del monstruo. Un poco después oigo un disparo de pistola a popa, y veo a la serpiente levantando su inmensa cabeza para escuchar. Es así coma puedo ver su parte anterior, y distingo con claridad lo que ocultaba la noche.
En la boca hay un par de ojos diminutos, que parecen guiñar con inteligencia diabólica. Balancea la cabeza de lado a lado, lentamente; de pronto, sin previo aviso, se vuelve rápidamente y mira por el ojo de buey. Me aparto de allí, pero no lo bastante de prisa. Me ha visto y aplasta la cabeza contra el cristal.
Suspendo la respiración. ¡Dios mío, si rompe el vidrio! Estoy petrificado. De la mirilla viene un sonido espantoso. La Cosa lo está arañando. Me estremezco. Recuerdo que hay unas portillas de hierro que cierran los ojos de buey cuando hace mal tiempo. Sin perder un segundo, me levanto y la cierro. A continuación hago lo mismo con las demás mirillas. Estamos en tinieblas, y le dijo a Joky que encienda la lámpara, lo que, tras varios tanteos, consigue.
Me duermo una hora antes de medianoche. Me despierto súbitamente varias horas más tarde, a causa de un grito de agonía y el horrible glu, glu.
Sospecho to ocurrido. Uno de los hombres ha salido del camarote en busca de agua.
Evidentemente, ha confiado en la oscuridad para disimular sus movimientos. ¡Pobre chico! ¡Ha pagado su confianza con la vida!
Ya no puedo dormir, aunque el resto de la noche pasa tranquilamente. Al amanecer dormito un poco, pero me despierto a menudo, sobresaltado. Joky duerme plácidamente: no obstante, parece agotado por el sufrimiento de las últimas veinticuatro horas. Le llamo hacia las ocho, y nos desayunamos ligeramente con galletas y agua. Afortunadamente, el agua no falta. Joky parece restablecerse y habla levantando la voz. Seguramente demasiado alto para nuestra seguridad. Mientras él habla, suena un tremendo golpe contra la puerta. Joky calla al momento. Mientras estamos sentados me pregunto qué harán los otros, qué comerán, cómo podrán estar sin agua, y qué nueva tragedia estará a punto de ocurrir.
A mediodía, oigo una detonación seguida de un mugido ensordecedor. cómo se astilla la madera, y los gritos de los marineros. Me pregunto en vano qué estará sucediendo. Y empiezo a razonar. Por el sonido del disparo, comprendo que se trata de algo más pesado que un rifle o una pistola. y a juzgar por el mugido de la Cosa, el proyectil habrá hecho blanco. Pensando más, me convenzo de que, por algún medio ignorado, han disparado con el pequeño cañón de que disponemos. y aunque sé que alguien debe estar herido, tal vez muerto, experimento una gran exaltación cuando oigo mugir otra vez a la Cosa, y comprendo que está herida, quizá mortalmente. Poco después, no obstante, el mugido se apaga, y sólo un sonido bajo y ocasional, que denota más ira que sufrimiento, me dice que el monstruo aún vive.
Por la inclinación del barco a estribor, comprendo que la Cosa está en aquel lado, y aliento la esperanza de que posiblemente se haya hartado de nosotros y ansía volver al mar. Por unos instantes reina el silencio y mi esperanza va en aumento. Me inclino hacia Joky y le despierto; dormía de bruces sobre la mesa. Se levanta lanzando un grito.
—¡Chis! —le hago callar—. No estoy seguro, pero creo que se ha largado.
El rostro de Joky resplandece, y me interroga ávidamente. Aguardamos otra hora, siempre más esperanzados. La confianza se aferra a nuestra alma. No oímos nada. Ni siquiera la respiración de la bestia. Cojo unas galletas, y Joky, tras buscar en un armario, saca un pedazo de tocino y una botella de vinagre. Lo devoramos todo con avidez. Después de nuestro largo ayuno, la comida obra en nosotros como el vino, y Joky insiste en abrir la puerta para asegurarse de que la Cosa se ha ido. No se lo permito, diciéndole que será mejor abrir las portillas de las mirillas y echar una ojeada hacia fuera. Joky discute, pero no me dejo ablandar. Se excita. Es muy joven y ligero de cascos. Luego, a medida que abro las portillas, Joky corre hacia la puerta. Lo atrapo antes de que pueda descorrer el cerrojo, y tras una breve lucha lo conduzco otra vez a la mesa. Mientras intento amansarlo, se oye por la puerta de estribor (la que intentaba abrir Joky), como un bufido agudo y fuerte, seguido inmediatamente por un gruñido atronador y un hedor a respiración pútrida que se filtra por debajo de la puerta. Se apodera de mí un gran temblor, y a no ser por el cajón de las herramientas de carpintería, me caería al suelo. Joky palidece y parece terriblemente mareado, tras lo cual solloza en un ataque de desesperación.
Van transcurriendo las horas y casi muerto de cansancio, me tumbo encima del cofre donde estoy sentado, y trato de dormir.
Deben de ser más de las dos de la madrugada; después de un prolongado sopor, me despierto sobresaltado, debido a un tremendo clamor. Los hombres gritan, maldicen, rezan… Mas a pesar del terror expresado, todos parecen en extremo debilitados. Mientras tanto, resuena el espantoso glu glu de la bestia. El terror se apodera de mí, y sólo sé caer de rodiIlas y rezar. Sé muy bien lo que está ocurriendo.
Joky, en su sueño, no ha oído nada, de lo cual me alegro.
Por fin, la luz se filtra por debajo de la puerta, y sé que nace el día de la segunda mañana de nuestro encierro. Dejo dormir a Joky. Que goce de paz mientras pueda. Pasa el tiempo, pero apenas me fijo en ello. Probablemente, la Cosa esté durmiendo. A mediodía como una galleta y bebo un poco de agua. Joky sigue durmiendo. Es lo mejor.
Un ruido quiebra el silencio. El barco sufre una sacudida; comprendo que la Cosa se ha despertado. Se mueve por cubierta, haciendo que el barco se balancee ligeramente. Se dirige a proa… hacia el puente. Al parecer, no halla nada. puesto que retrocede inmediatamente. Se detiene delante de la garita y va hacia popa. Allí, no sé exactamente dónde, parece reír salvajemente, si bien el sonido está lejos, algo apagado. El horror cesa de pronto. Escucho intensamente, pero solamente capto un agudo crujido más allá del extremo de la garita, como si alguien la forzase.
Un minuto más tarde oigo un grito, seguido casi al momento por otro agudo crujido que estremece al barco. Aguardo, lleno de ansiedad. ¿Que sucede? Los minutos transcurren con lentitud. Suena otro grito, que cesa de repente. El suspenso es espantoso, y no puedo soportarlo. Muy cautelosamente abro una portilla y atisbo hacia fuera. La visión es horrorosa. Con la cola en cubierta y su vasto corpachón en torno al palo mayor, se halla el monstruo moviéndose al aire. Es la primera visión clara que tengo de la Cosa. ¡Dios mío! ¡Debe pesar cien toneladas! Sabiendo que tengo tiempo, abro la mirilla, y me asomo para ver mejor. En el extremo del palo se halla uno de los marineros. Observo su rostro, desencajado por el miedo. No puedo ayudarle. La inmensa lengua surge y lame la vela, ascendiendo cada vez más. Más arriba aún, fuera de su alcance, se hallan otros dos hombres. A juzgar por to que veo, están atados al mástil. La Cosa intenta alcanzarles, pero, tras varios esfuerzos inútiles. se desliza hacia abajo, anillo a anillo, hasta la cubierta. Mientras tanto, observo una gran herida en su cuerpo, a unos cuatro metros de la cola.
Miro en ambas direcciones. La puerta del camarote está rota por los goznes, y el mamparo, que es de madera de teca, se halla destrozado en parte. Estremeciéndome de nuevo, comprendo la causa de los gritos después del cañonazo. Girando la cabeza, trato de mirar hacia el mástil de popa, pero me es imposible. El sol está ya bajo, y se aproxima la noche. Retiro la cabeza y cierro la mirilla con su portón.
¿Cómo terminará esta pesadilla? ¡Oh! … ¿cuándo?
Poco después se despierta Joky. Está muy inquieto, y aunque no ha comido nada en todo el día, no consigo hacerle probar bocado.
La noche se arrastra hacia nosotros. Estamos agotados. . . demasiado desesperados para hablar. Me tiendo, pero no consigo conciliar el sueño. Pasa el tiempo…
Un ventilador suena violentamente en la cubierta principal, y hay un alboroto ruidoso, constante. Más tarde, percibo el gruñido agónico de un gato. Luego, quietud. Una hora después se oye un chapuzón. Nuevamente, silencio como en la tumba. Ocasionalmente, me siento en el cofre y escucho, pero no oigo ni un leve susurro. El silencio es absoluto, incluso ha cesado el ruido de la maquinaria. Por fin, albergo nuevamente una leve esperanza. Aquel chapuzón, el silencio.. . Seguramente mi esperanza está justificada. No despierto a Joky. Primero comprobaré si estamos a salvo. Sigo sentado. Aguardo. No quiero correr riesgos innecesarios. Me aproximo a la mirilla y escucho. Ningún sonido. Pongo mi mano en la falleba, vacilo, pero no mucho. Sin hacer ningún ruido, empiezo a descorrer el cerrojo. La portilla gira sobre sus goznes, y me asomo. El corazón me palpita alocadamente. Fuera todo está oscuro. Tal vez la luna se oculta detrás de una nube. De pronto, uno de sus rayos penetra por la mirilla, desapareciendo al instante. Sigo mirando. Se mueve algo. Otra vez el rayo de luz. Ahora estoy mirando una enorme caverna, al fondo de la cual se estremece algo enorme y blanco.
Mi corazón se detiene. ¿Será el horror? Retrocedo y cojo la portilla para cerrar. De pronto, algo choca contra el cristal como un ariete, se parte en átomos y sus fragmentos Ilegan hasta el cofre. Chillo y me alejo de allí. La mirilla está completamente obstruida. La lámpara lo deja ver tímidamente. La lengua se retuerce una y otra vez. Es tan gruesa como un árbol, y está cubierta de una baba espesa. Al final tiene una zarpa como la de una langosta, pero mil veces mayor. Me acurruco en el rincón más lejano. Un golpe de sus mandíbulas rompería el cofre. Joky está escondido debajo de la litera. La Cosa gira hacia mí. Siento una gota de sudor, que resbala por mi cara… Sabe a sal. La terrible muerte se está acercando… ¡Crash! Ruedo hacia atrás. La Cosa ha aplastado la jarra de agua contra la que me apoyo, y pierdo el equilibrio, mientras el suelo se inunda de agua. La zarpa se eleva, luego baja. con un movimiento inseguro pero muy veloz, y golpea fuertemente el suelo, a un palmo de mi cabeza. Joky jadea horrorizado. Lentamente, la Cosa se eleva y empieza a rodear la litera. Se hunde en ella y extrae un almohadon. que muerde y vuelve a soltar. Avanza por el suelo. Juega con la mitad del almohadón, lo recoge, lo echa por la mirilla… y desaparece.
La garita se llena de un aire pútrido. Hay un sonido de arrastre, y algo vuelve a penetrar par la mirilla. Algo blanco, con colmillos. Se curva más cada vez, raspa la litera, el techo y el suelo, con el ruido de una sierra. Pasa dos veces por encima de mi cabeza y cierro los ojos. Desaparece. Ahora suena al otro lado de la garita, cerca de Joky. De repente, el ruido rasposo queda ahogado, como si los colmillos pasaran por encima de una sustancia blanca. Joky chilla, y el sonido rasposo cesa totalmente. Abro los ojos. La punta de la inmensa lengua se halla enroscada y algo gotea de ella… Luego, se retira velozmente, dejando que los rayos de la luna entren por la mirilla. Me pongo de pie. Miro a mi alrededor. Observo de manera mecánica los destrozos producidos en la garita… Los cofres rotos, las literas destruidas… y algo más.
—¡Joky! — grito, arrodillandome.
La Cosa vuelve a estar junto a la mirilla. Busco una herramienta. He de vengar a Joky. Ah, junta a la lámpara se halla el cajón del carpintero Veo un hacha. Salto adelante y me apodero de ella. Es pequeña… pero contundente. Compruebo el filo. Ya estoy junto a la mirilla. Me situó a un lado y levanto el arma. La enorme lengua vuelve a abrirse paso, en busca de los restos de Joky. Llega hasta ellos. Entonces, gritando —¡Joky. Joky!—, golpeo salvajemente una vez y otra, jadeando ruidosamente. Una vez más, y la monstruosa masa cae al suelo, retorciéndose como una culebra. A través de la mirilla entra una inundación cálida. Hay el sonido de acero roto y un espantoso mugido. En mis oídos suena una canción. que va aumentando de volumen, más y más… Después, todo se vuelve oscuro.
Extracto del diario de a bordo del barco Hispaniola.
Visto un barco a cuatro puntos de proa, mostrando señales de abandono. Vamos hacia él y enviamos un bate. Se trata del Glen Doon, en ruta de Melbourne a Londres. Todo se halla en un estado terrible. Las cubiertas están llenas de sangre y de algo viscoso. El puente destruido. Una puerta rota, y en una garita un joven de diecinueve años, aproximadamente. en estado de inanición, y los restos de otro de unos catorce. Hay allí gran cantidad de sangre, y una masa de carne blancuzca. enroscada, que pesará media tonelada, uno de cuyos extremos parece haber sido cortado con un instrumento afilado. El puente de mando está destrozado, y su puerta cuelga de un solo gozne. La puerta, además, está abollada, como si hubiesen intentado forzarla. Entramos. Es terrible. Todo está manchado de sangre, con literas, sillas y otros muebles rotos, aunque no hay hombres ni restos humanos.
24 junio
Pasamos nuevamente a la garita; el joven da muestras de recuperación. Cuando vuelve en sí. dice llamarse Thompson y que han sido atacados por una inmensa serpiente, aunque debe tratarse de una serpiente de mar. Está demasiado débil para hablar; pero logra decir que unos hombres están en el palo mayor. Enviamos allí a un marinero, el cual nos informa de que todos están muertos.
Nos dirigimos al camarote de popa. Allí encontramos el mamparo destrozado y la puerta del camarote arrancada de cuajo. Hallamos el cuerpo del capitán, pero ningún otro oficial. Observamos un pequeño cañón con señales de haber sido recientemente disparado. Regresamos a nuestro barco.
Tras enviar allí al segundo contramaestre y a seis marineros, tenemos a Thompson con nosotros. Ha escrito su versión del espantoso caso, y ciertamente, después de ver el estado del barco, refrendamos completamente su historia.
Firmado:
William Norton (capitán).
Tom Briggs (1er. contramaestre).
FIN
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