domingo, 7 de marzo de 2010

Inocencia y Compromiso

Inocencia y compromiso

La celebración del centenario del nacimiento de Miguel Hernández es ocasión propicia para animar a los jóvenes a leer a uno de los más grandes poetas en lengua castellana y para hacer una relectura fiel a los valores literarios del poeta.

• La vida breve de una leyenda
El objetivo de lograr que Hernández se conozca se explica por la inmensa calidad y calidez de su obra y por un acto de justicia histórica, para no añadir una herida más, la del olvido, al hombre y al poeta que declamó: Con tres heridas yo/ la de la vida/ la de la muerte/ la del amor.

La lectura fiel, adecuada, de su obra es para desterrar el tópico de un Miguel Hernández cuya actuación política desmereció su calidad artística.

A lo largo de su vida, Miguel Hernández dio siempre pruebas de su inocencia y a la vez de su vocación comprometida. Sus inicios como poeta –escribe sus primeros versos a la edad de 15 años mientras pastorea las cabras de la familia– muestran su contemplación admirada del mundo que le rodea, riscos, arroyos y pájaros cantores.

Pronto cambiará el poeta los paisajes de Orihuela por la poesía gongorina –¿quería demostrar al universo poético madrileño y a sí mismo que él también podía escribir esa poesía culta?–. Mas no tardará el poeta en dedicar sus esfuerzos a una poesía religiosa que ha de tenerse como la mejor del género en la primera mitad del siglo XX.

Su segundo viaje a Madrid y, especialmente, su conocimiento de Pablo Neruda y Vicente Aleixandre darán un giro a sus preocupaciones líricas. No rechazará su neocatolicismo, simplemente se le olvida la devoción: Me libré de los templos, sonreídme,/ donde me consumía con tristeza de lámpara/ encerrado en el poco aire de los sagrarios.

El conflicto de ausencia de Dios lo sustituye el poeta por la ausencia de la mujer amada. Miguel encuentra el amor, se enamora de Josefina y ya nada será igual, el amor deja de pertenecer al universo del pecado para franquear las puertas de la felicidad, del goce natural, de la naturaleza, volviendo así a su formación infantil en los campos: Salté al monte de donde procedo.

El libro de poemas amorosos El rayo que no cesa marcará una ruptura en la vida y la obra de Miguel. Aparece la pena del poeta, la pena de amor insatisfecho, la pena de tantos elementos espirituales con los que el joven poeta quiere marcar una cesura con su etapa de catolicismo; ya ha sentido la influencia de la poesía sin pureza de Pablo Neruda, y lo confiesa con su nítida claridad: Me llamo barro aunque Miguel me llame./ Barro es mi profesión y mi destino/ que mancha con su lengua cuanto lame.

Será el estallido de la guerra la circunstancia que señalará el compromiso de Miguel. Se alistará con pronta voluntad al Quinto Regimiento. Sin uso de las especiales condiciones que asistían a los intelectuales que apoyaron la República, marchará al frente como zapador sin tomar en consideración la oportunidad de la que otros disfrutaban de permanecer en la retaguardia, en el Palacio Heredia-Spínola, sede de la Alianza de los Intelectuales Antifascistas, donde estaban sus amigos poetas.

Mas lo que importa es cuál fue la evolución de su espíritu poético, qué cambios produce en la obra del poeta las circunstancias de la guerra. Miguel creará una nueva poética, dedicará sus versos a los soldados que defienden los valores republicanos. Escribirá poesía bélica, comprometida, con el objetivo de flagrar la lucha por la civilización de los soldados, para hacer resplandecer como fuego o llama la causa de la justicia. Publicará Viento del pueblo con un subtítulo que nos confirma cuál es la motivación de la obra: Poesía en guerra.

Durante años el poemario bélico de Miguel no fue aceptado por los especialistas y escritores. El prejuicio de considerar al rapsoda de guerra como el intelectual que acata las consignas políticas y las pone en verso les cegó, no supieron acceder a la profunda emoción que anidaba en la conciencia del poeta lo injusto de la guerra.

Hernández ejercita su compromiso político esgrimiendo la palabra pura, inocente, como un arma más, nos narra lo que ve y, sobre todo, lo que siente, en una práctica poética en primera persona que construye un espacio de quejas y bravuras, animando a los soldados fruto de vientres pobres a desquijarar leones para liberar a España de la invasión fascista.

La justicia de la historia ha ido transmutando las opiniones críticas acerca de tan serio y humano poemario. Así, en la década de los sesenta, José Manuel Caballero Bonald, sin temor ni prejuicio, afirmará: “Se trata de uno de los libros más emocionantes, limpios y fervorosos que ha producido la poesía española en la primera mitad del siglo XX”.

Y es que Miguel Hernández, cuando muestra su compromiso con la causa republicana en sus poemas no lo hace abdicando de su condición de poeta, de su oficio; concreta su compromiso con la palabra, con su bien decir, con su bien nombrar las cosas, ¿no es ésta la función de la poesía?

Para su canto épico Miguel no encontrará más verso que el romance, como idóneo canto narrativo, pero hará un romance subjetivo, en primera persona, en clave de biografía propia, con el que nos revela su función: Si yo salí de la tierra,/ si yo he nacido de un vientre/ desdichado y con pobreza,/ no fue sino para hacerme/ ruiseñor de las desdichas,/ eco de la mala suerte,/ y cantar y repetir/ a quien escucharme debe/ cuanto a penas, cuanto a pobres,/ cuanto a tierra se refiere.

El ruiseñor de las desdichas está aún más claramente aplicado a la contienda político-militar, en una prueba más de que su compromiso político no le separa de su inocencia poética, en el poema Vientos del pueblo me llevan: Cantando espero a la muerte,/ que hay ruiseñores que cantan/ encima de los fusiles/ y en medio de las batallas.
Miguel es un ruiseñor que canta en medio de las batallas, un poeta que crea con la pureza del alma mientras suenan los obuses y se rompen las entrañas. Pues Miguel se sentía poeta, como confiesa en la dedicatoria del libro a Vicente Aleixandre: “A nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. (…) Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidos al pie de cada siglo”.

En cuanto a la militancia en organizaciones políticas sabemos que fue presidente de las Juventudes Socialistas de Orihuela, cargo que pronto abandonaría para mantenerse distante de la militancia política. Tras su muerte se habló con insistencia de su pertenencia durante la guerra al Partido Comunista, aunque tal circunstancia fue siempre negada por su esposa, pero ya en la década de los noventa se halló la ficha de afiliación de Hernández al Quinto Regimiento, en el que aparece como militante comunista. Es éste un dato claro, aunque algunos autores dudan de su veracidad debido a las irregulares circunstancias de los registros propios de la guerra.

El poeta comprometido sufriría algunos cambios en su actitud con los acontecimientos que se sucederían. Tras su visita a la URSS, María Zambrano explicó: “Fue a la vuelta de su viaje a la Unión Soviética cuando en Valencia, en las últimas veces que le vi, aparecía vuelto hacia dentro, enmudecido. Cualquier pregunta hubiese sido improcedente, ya que la respuesta era él, él mismo, a solas con aquello que dentro de su ser sucedía”.

Si desde el comienzo de la guerra en Miguel se produjo una lucha interior entre el deseo de libertad para su pueblo y su odio a la violencia y la muerte, será con la aproximación del final de la contienda, con la acumulación de la visión de tanta sangre y muerte y con la aparición de la consciencia de la derrota cuando afloren los más tiernos sentimientos de tristeza. En contraste, la noticia de la llegada de su hijo explosionará su vitalidad y deseos de futuro, cortados en la raíz con dos hechos cercanos en el tiempo que produjeron el deterioro del poeta, la derrota de los republicanos y la muerte de su hijo.

El poeta ético, moral, había entregado su fe y sometido a riesgo su vida por una causa noble en la que perdería todo lo que le hacía vibrar. Juan Ramón Jiménez, con su acritud habitual, salva a Miguel de sus críticas: “Los poetas no tenían convencimiento de lo que decían. Eran señoritos, imitadores de guerrilleros, y paseaban sus rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, vestidos con monos azules muy planchados. El único poeta, joven entonces, que peleó y escribió en el campo y en la cárcel fue Miguel Hernández”.

Así fue considerado como el poeta del pueblo por los combatientes, argumento utilizado en su procesamiento cuando fue detenido, a pesar de que todos le aconsejaban que se marchase fuera del país y que él optara por buscar a su mujer y a su hijo en Cox, como “el más inocente y confiado de los muchachos” (Carmen Conde).

En la cárcel, gravemente enfermo, sin atención médica, se le dejará morir. Aún se intenta la renuncia de sus ideas a cambio de la libertad y la cura. Se le pide que manifieste haber sido engañado por los “enemigos de España”. ¿Fue tal vez un intento de compensar el gran impacto negativo para los vencedores del asesinato de Federico?

Miguel se niega en un acto de conjunción sublime de su inocencia y su compromiso, el de pensar que no habrían de ser tan perversos como para dejarlo morir en una celda inmunda por negarse a abjurar de sus ideas, y si así fuera cómo podría él romper su compromiso con lo que cree, con lo que alimenta su fe de ser humano que busca la verdad y la justicia. Inocencia y compromiso desde la inicial manifestación de su vocación poética hasta el borde del abismo de una muerte digna para el poeta e ignominiosa para sus no tan indirectos asesinos.

En el procedimiento sumarísimo de urgencia, incoado por la Auditoría de Guerra de Madrid, ninguna acusación de delito alguno se le hace a Miguel, salvo ser autor de algunos poemas que se citan, como la Canción del esposo soldado.

En su declaración el poeta confiesa que su obra recoge la labor que como escritor antifascista y al servicio de la causa del pueblo ha desarrollado durante la guerra, glorificando la causa roja y recomendando la resistencia a la invasión.

La sentencia considera probado que Miguel Hernández ha publicado numerosas poesías, crónicas y folletos y que ello constituye un delito de adhesión a la rebelión, por lo que se le condena a la pena de muerte.

Su actividad poética culmina en una actitud humana que confirma la inocencia y el compromiso de Miguel Hernández, uno de los más grandes poetas de la literatura española.

ALFONSO GUERRA 07/03/2010
EL PAÍS

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