La talla de Zapatero
En una semana el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha multiplicado sus comparecencias internacionales en Viña del Mar (Chile), Londres (Reino Unido), Estrasburgo (Francia), Kiehl (Alemania), Praga (República Checa) y Ankara (Turquía). Es una nueva confirmación del creciente interés que todos los presidentes sienten por estos asuntos cuando llegan a la segunda legislatura. Pero, además, es la respuesta a una exigencia ineludible, derivada de la crisis económica mundial en la que nos encontramos inmersos para la que no hay salida en el aislamiento. En todo caso, esta nueva movilidad de Zapatero, su primer contacto con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y sus labores de mediación para atenuar algunas diferencias merecerían reconocimiento. Tanto más, cuanto que el primer partido de la oposición le ha venido negando todo al presidente en el plano internacional, empeñado en seguir el lema del director de The Observer: "Despreocúpese de los hechos, fabrique un escándalo".
Algunos ministros son incombustibles, pero otros han padecido una consunción acelerada.
Así que, por ejemplo, con independencia de lo que cada uno piense sobre la Alianza de Civilizaciones, impulsada por los gobiernos de España y Turquía y bendecida por Naciones Unidas, convendría que se empezara a reconocer en la medida en que funcione y a extraer de ella el rendimiento que más nos beneficie. Porque nada hay de ofensivo para nadie en los trofeos que pueda obtener en esas plazas el presidente del Gobierno y para tranquilidad de sus adversarios legítimos debería bastar el recuerdo contrastado de que los éxitos internacionales en absoluto garantizan que vayan a lograrse frente al electorado del ruedo ibérico.
Ahí está la derrota en las urnas de Churchill después de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Si nuestro presidente resultara ser un valor añadido para el peso y la consideración de España en el área internacional, tanto mejor para todos. Porque los líderes no siempre suman, en ocasiones restan, como Berlusconi en Italia o Bush en América. Así que celebremos la capacidad del Gobierno español para decidir con autonomía el despliegue de nuestros efectivos militares en las misiones de paz o de guerra como acaba de hacer el premier británico, Gordon Brown, que nos ha precedido en la retirada de Kosovo, pero afinemos los modos para evitar susceptibilidades entre los aliados.
De vuelta a casa, el señor presidente del Gobierno se encuentra con una remodelación del Gabinete, filtrada en su ausencia por alguno de los que quieren darle un sesgo determinado e irreversible. Porque está bien establecido que ningún hecho permanece igual a sí mismo después de haber sido difundido como noticia. Aunque esa difusión se haya hecho con el máximo respeto a la realidad. Así que alguien ha querido madrugarle la remodelación cuando ésa es una de las atribuciones constitucionales exclusivas del presidente, de la que todos sus predecesores se han sentido en extremo celosos. Algunos han sido verdaderos obsesos de la reserva con su cuadernito y su canesú, pero ninguno ha querido que le llevaran la mano. Zapatero en sus viajes habrá podido observar que para hacer cambios en la composición de sus gabinetes algunos colegas de otros países se ven obligados a pactar con los socios de otras formaciones políticas que les acompañan en la coalición de gobierno; otros, deben escuchar a la ejecutiva de su propio partido o han de llevar a cabo difíciles despachos con el jefe del Estado.
Sin embargo, en su caso, cautivos y desarmados los antiguos barones autonómicos y disueltas las diversas etiquetas socialistas con denominación de origen, la aparente sencillez deriva en mayor complicación. Porque es el propio Zapatero quien ha de reunirse consigo mismo, sin más contraste que quiera hacer con sus asesores áulicos, fuera del organigrama, convocados con sigilo o sumados a sus correrías al aire libre por el monte de El Pardo.
Se advierte con claridad que determinados componentes del Gobierno están quemados. Pero sabemos que el fenómeno de la combustión sólo se produce si se suma el combustible y el comburente. Alguno de sus ministros son incombustibles pero otros, que hubieran resistido mejor en circunstancias más favorables, han padecido una consunción acelerada debido a la fuerza del viento suministrado por la crisis.
Ahora el presidente con el equipo que forme dará su propia talla porque carece de condicionamientos exteriores y puede hacer con libertad el Consejo de Ministros a su imagen y semejanza. Veremos.
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR 07/04/2009
EL PAÍS
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