LA MIRADA
Se miró en el espejo y no se reconoció, aquella cara macilenta, las ojeras que demacraban su rostro y sobre todo la mirada que no parecía la suya, que parecía la de otra persona, otra persona que no le gustaba. Su mirada antes era siempre tranquila, dulce, serena, pero en aquel momento era una mirada fría, asesina, una mirada en la que se concentraba un odio atroz.
Eso era debido a que no podía más, no resistía más aquella voz, aquella cara, aquel cuerpo, en fin no podía soportar ni un minuto más su presencia, por eso decidió matarla.
No sabía como lo haría, no sabía tampoco el momento en que lo haría, pero sí que estaba seguro que tenía que hacerlo. Así que esperó pacientemente hora tras hora, durante el tiempo que faltaba para el fin de semana, que era cuando ella regresaba de su trabajo.
Ahí es cuando empezó todo, recordó. En ese mismo momento fue cuando sus vidas empezaron a decaer hacia el pozo de la desesperación. Ese maldito trabajo tenía la culpa.
Ella lo había conseguido gracias a su esfuerzo e inteligencia, y eso él lo sabía y sobre todo no lo olvidaba, no, claro que no, cómo iba a olvidarlo si ya se encargaba ella de que así fuera.
Él lo reconocía, ella era una mujer bella, inteligente, desenvuelta, una mujer de las que suelen llamar de bandera, eso era lo que más le había atraído al principio, pero ahora es lo que más odiaba de ella.
Además estaba lo peor, su lengua, una lengua aguda, afilada, una lengua que sabía desgranar frases amables y cariñosas hacia los demás y que destilaba veneno y ajenjo puro para él.
No siempre había sido así, su actitud hacia él empezó a cambiar cuando se quedó en el paro, entonces fue cuando empezaron los desprecios, los desplantes y las comparaciones con los demás hombres que conocía, comparaciones en las que él siempre salía malparado.
Pero todo fue a peor cuando a ella le propusieron la dirección de la nueva sucursal de la empresa que estaba a 300 kilómetros de su ciudad. Así que ella se trasladó y regresaba a casa los fines de semana.
Al tener ella que estar toda la semana fuera y sólo verse esos dos días, él pensó que este cambio podría ser bueno para los dos, y así fue durante los dos primeros meses, pero luego todo volvió a ser como antes, mejor dicho, fue peor.
Él aún seguía queriéndola, pero cuando se dio cuenta de que ella disfrutaba haciéndole sufrir, que era un placer para ella tenerlo bajo sus pies, dejó de amarla y empezó a temerla.
Además ahora de que estaba seguro de que ella, aunque tenía un amante, no quería separarse de él para poder seguir dominándolo, sabía que no le quedaba otra salida que matarla.
Esa misma noche cuando ella volvió del trabajo y estaba en su tocador quitándose esos caros pendientes que siempre llevaba, (él sospechaba que eran regalo de su amante) fue cuando la agarró por el cuello y apretó, apretó. Hasta que se vio en el espejo y vio con horror que la mirada que le devolvió el espejo no era la suya. Era la de su mujer que lo miraba con la agonía de la muerte.
El desván de Mary
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