¿Escepticismo? Todo tiene su momento…
Durante el reinado del terror de la Revolución Francesa, una mañana las ejecuciones comenzaron con tres hombres: un rabino, un sacerdote católico y un escéptico racionalista.
El rabino fue el primero en subir al patíbulo. Allí, frente a la guillotina, le preguntaron si quería decir sus últimas palabras. Y el rabino gritó al público, “Creo en el único y verdadero Dios, y él me salvará”. Tas eso, el verdugo lo colocó en posición bajo el filo, ajustó la presa sobre su cuello, y tiró de la cuerda para liberar la cuchilla del terrible instrumento. La pesada hoja cayó hacia abajo rasgando el aire. Pero entonces, de manera abrupta, se paró con un “crack” apenas a unos centímetros del cuello del condenado. Tras esto el rabino exclamó: “Os lo dije”.
“¡Es un milagro!” gritó la multitud. Y el verdugo no pudo sino estar de acuerdo, por lo que dejó libre al rabino.
El siguiente en el orden del día era el sacerdote. Cuando le pidieron que dijera sus últimas palabras declaró: “Creo en Jesucristo, padre, hijo y espíritu santo, el cual me rescatará en mi hora de necesidad”. El verdugo lo colocó en posición bajo el filo. Tiró de la cuerda, y de nuevo la cuchilla cayó hasta que sonó un “crack” y se detuvo muy cerca de su objetivo, como en la anterior ocasión.
“¡Otro milagro! Susurró asombrada la multitud decepcionada. Y el verdugo, por segunda vez, no tuvo más opción que liberar al condenado.
Ahora le llegaba el turno al escéptico. “¿Cuáles son tus últimas palabras?” le preguntaron. Pero el escéptico no les oía, simplemente miraba atentamente al ominoso instrumento mortal, parecía perdido. Entonces el verdugo le golpeó en las costillas y la pregunta volvió a oírse, tras lo cual respondió el hombre.“Claro, ya veo el problema”, dijo el escéptico señalando triunfante al lugar concreto en el que se detenía la cuchilla. “¿Ves ese engranaje?, está obstruyendo el recorrido de la hoja ¡justo aquí!”.
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