Pozos de ambición (There Will Be Blood) (2008)
Con esta pomposa traducción de ‘There Will Be Blood’ -más apropiada para una telenovela de sobremesa que no otra cosa-, nos llega la última película de Paul Thomas Anderson, un director adorado por la crítica y que entre el público goza de admiración y rechazo a partes iguales.
Además de la película que me ocupa, mi único contacto con la filmografía de Anderson ha sido ‘Punk Drunk Love’, un extraño (u original, según se mire) drama romántico con toques de comedia que a un servidor le pareció incoherente (por no decir absurda), aburrida y sumamente pretenciosa. Y son los dos últimos adjetivos los que precisamente considero que arrastra su nuevo film.
Anderson nos zambulle en el ambicioso y corrosivo mundo del petróleo, un negocio donde no hay sitio para la amistad ni la familia, y en donde lo único que importa es amasar fortuna al precio que sea.
En este contexto nos encontramos con Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis), un hombre que pasa de ser un simple minero a ser un gran magnate del petróleo en la América del siglo XIX. Con su particular visión dentro del negocio y sus más que discutibles métodos, conseguirá abrirse paso entre sus competidores comprando terrenos a base de embaucadores discursos.
A su llegada a Little Boston, un pueblucho de mala muerte del oeste, Plainview comienza a adueñarse de todo cuanto le rodea y sus pozos poco a poco empiezan a dar sus frutos. No importa que alguien tenga que morir ni importa a quien haya que amenazar o engañar. Él está dispuesto a enriquecerse con el oro negro y procurará que nada se interponga en su camino, ni siquiera su propio hijo o un predicador cuenta-cuentos llamado Eli Sunday (Paul Dano).
A medida que sus bolsillos se llenan, su alma se va oscureciendo hasta alcanzar el mismo color negro del petróleo que él y sus hombres extraen del subsuelo. Su codicia y su riqueza aumentan, como aumenta su despotismo.
‘Pozos de ambición’ nos relata la evolución del personaje de Plainview y también nos muestra un modo de vivir en una época donde el petróleo está en pleno apogeo. Podemos ver lo miserable que puede llegar a ser el ser humano cuando el dinero está por medio o lo repulsiva que puede ser una persona que come el coco a sus semejantes con discursos y deleznables shows religiosos.
Religión, corrupción y ambición confluyen dentro de una historia realmente cruda y por momentos, enérgica.
De todas formas, a un servidor no le ha parecido la obra maestra que se nos ha ido vendiendo. Claro que eso es una apreciación muy personal. Tan personal como puede ser considerarla que sí lo es.
El principal problema es, como ya suele ser habitual en muchísimos (demasiados) directores, el excesivo metraje. Hay tramos de la cinta que rozan casi la excelencia y que poseen un brío y solemnidad increíbles, ayudados sobretodo por el inconmesurable Daniel Day- Lewis. Pero hay otros momentos que son condenadamente plomizos e intrascendentes.
La ambientación nos traslada perfectamente a esa época, con unos áridos y polvorientos paisajes estupendamente fotografiados.
Pero la música compuesta por Jonny Greenwood, componente de los ‘Radiohead’, a veces se me antoja inadecuada y estridente. Los temas más clásicos de su partitura discurren bien con las imágenes, aunque en determinados momentos se agradece más el silencio que no una musiquilla de fondo. Pero luego están otros temas machacones que a mí personalmente no me cuadran para nada con lo que se está viendo y menos con el tipo de película que es (por mucho que sus sonidos quieran emular la maquinaria usada en la perforación de los pozos). No es que esto sea un gran problema y seguramente dependerá del gusto de cada uno, pero no está de más comentarlo.
Lo mejor, sin duda alguna, es la presencia de Daniel Day-Lewis, que está inmenso en su papel, como ya era de esperar en él. Es un actor que no se prodiga mucho, pero que cuando lo hace es para dejarnos clavados en la butaca. Consigue, como pocos, hacernos ver al personaje y no al actor que interpreta al personaje.
Mención especial también a un sorprendente Paul Dano (visto en ‘Pequeña Miss Sunshine’), que interpreta al detestable predicador del pueblo. A medida que vas descubriendo sus intenciones, vas viendo que entre él y Plainview no existen tantas diferencias como parecía haber (aunque sus motivaciones sean distintas).
Por lo demás, estamos ante una de esas películas que difícilmente encuentren término medio entre los gustos del público. A algunos les parecerá una maravilla del séptimo arte mientras que para otros será un tostón de cuidado (como ‘El Nuevo Mundo’ de Terrence Malick, por ejemplo). Vosotros diréis a qué bando pertenecéis.
A mí sinceramente me ha dejado bastante frío, más después de tanto halago recibido. De vez en cuando desviaba mi atención para consultar la hora que marcaba mi reloj, y eso no es buena señal.
Aquí tenéis una opinión a contracorriente de la del resto. Ahora os toca juzgar a vosotros.
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