Ha llegado la luz hasta la playa
y el mar la respira con ondas bocanadas,
un hombre solitario anda sin rumbo
y absorto, contempla el desvarío de las olas,
que llegan alocadas, en volandas,
rompiendo sin ningún miramiento
y haciendo con la espuma encajes y filigranas.
Mira hacia lo alto, y a veces,
caminando sin ver, se para
y el agua espumosa le moja los zapatos
(cuando un hombre en la playa se detiene
se detienen con él todas las palabras).
El silencio rompe la superficie del aire
quedándose en suspenso e ignorante el alma.
Quietos los ojos, quietas las miradas,
es la sombra en definitiva lo que sigue moviéndose
para dejar sobre la arena constancia.
Constancia de su sola presencia.
Constancia de su constancia de andar
licuado, definitivamente el sol, sobre la playa.
Al Mar mudo y dormido le duelen las entrañas
y deja sobre el manto que conforma la orilla
restos de algún molusco y un puñado de algas,
es decir, deja constancia, sin inútiles palabras
de lo que lleva dentro, que es en definitiva,
todo lo que comienza y todo lo que acaba.
Escrito por Musaraña
Matalascañas 21.10.1991
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