jueves, 13 de septiembre de 2012

Un profeta (Jacques Audiard 2009)

Título original: Un prophète.


Dirección: Jacques Audiard.
Países: Francia.
Año: 2009.
Duración: 154 min.
Género: Drama.
Interpretación: Tahar Rahim (Malik), Niels Arestrup (César Luciani), Adel Bencherif (Ryad), Reda Kateb (Jordi), Hichem Yacoubi (Reyeb), Jean-Philippe Ricci (Vettori), Gilles Cohen, Antoine Basler, Leïla Bekhti, Pierre Leccia, Foued Nassah, Jean-Emmanuel Pagni.
Guión: Jacques Audiard y Thomas Bidegain;
Basado en un argumento de Abdel Raouf Dafri y Nicolas Peufaillit.
Producción: Martine Cassinelli.
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Stéphane Fontaine.
Montaje: Juliette Welfling.
Diseño de producción: Michel Barthélemy.
Vestuario: Virginie Montel


Todavía con el visionado de la notable Celda 211 en la retina me enfrento a la película francesa Un prophète. Si en la película de Monzón, un funcionario de prisiones, de visita en el día previo a su incorporación, debía hacerse pasar por un preso más si quería salvar el pellejo y no ser borrado de la faz de la tierra por el temible Malatesta y sus secuaces, en Un Prophète, el protagonista es Malik un joven de 19 años, que entra en la cárcel, sin que sepamos el porqué, el cual irá sorteando múltiples obstáculos, en esa jungla que es la trena, para cumplir su condena de seis años.

La historia transcurre mayormente en la cárcel, y más tarde en esas escapadas que Malik realiza al exterior, una vez cumplida buena parte de la condena y fruto de su buen comportamiento.

La cárcel actúa como un mundo paralelo a la realidad que hay más allá de los barrotes. Allí dentro hay una jerarquía, distintos grupos de reclusos, conformados principalmente por su lugar de origen (el grupo de corsos), o por su religión (los musulmanes), grupos que apenas se tocan entre ellos, marcando muy bien las distancias, a no ser que lleguen a acuerdos de algún tipo, mediante trapicheos que proporcionen beneficios a todos ellos. Mientras, los funcionarios de prisiones, respetan el dejar hacer del capo carcelario Luciani quien merced a sus contactos en el exterior, dispone de móvil propio y de autoridad sobre los funcionarios a quienes da órdenes, sin que su condición de recluso le impida ejercer su poder en la cárcel, siendo temido por el resto de los presos.

El fresco carcelario queda perfectamente expuesto, mostrada la vida allí dentro con crudeza, sin ningún tipo de edulcoramiento, ni violencia gratuita, ya que la que se muestra, y hay bastante, viene a cuento, y en el caso de Malik marcará su devenir, ya que casi recién llegado se verá obligado a matar a otro preso; una ejecución pedestre y torticera, un acto tras el cual, Malik irá tanteando poco a poco sus propios límites. Malik sin saber escribir, pero empeñado en aprender, desplegará la inteligencia propia no ya de quien se conforma con sobrevivir en la cárcel, a la espera de la anhelada libertad, sino de quien es ambicioso y quiere prosperar, aplicando todo su potencial en la materia. Su contacto con Luciani será decisivo para empaparse bien de cómo hay que tocar la flauta para que la gente baile al son, donde apretar las tuercas, como engrasar determinadas voluntades, y al igual que un buen jugador de ajedrez, conocer de antemano y predecir cómo reaccionaran las personas antes tus movimientos.
Más de dos horas y media que se pasan en un visto y no visto, con un ritmo trepidante. El milagro de la película es el actor Tahar Rahim que logra el sueño de todo buen actor, mostrarse de tal manera que no vemos, como en este caso a un actor haciendo de preso. A Tahar Rahim no le hace falta ir afeitado, ni dejarse perilla, o poner voz de camionero cazallero. El cambio que vemos en la pantalla es gradual, y su mirada huidiza al comienzo, el miedo que lo hace tremolar se convierte día a día en otra cosa. Ese crecimiento o fortalecimiento interior rara vez se muestra en una pantalla con tal empaque y claridad. Un prophète está llamada a perdurar y sino al tiempo. Al menos desde esta blog la recomiendo.
por Popeye Doyle

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