viernes, 7 de septiembre de 2012

Romanzón


a L. P. G.
Primomisacantano

Caminantes camineros
de Madrid a San Sebastián
hemos visto cómo toda la tierra
está cantada por el mar.

Y al borde de tu misa oímos
un océano universal
y el rumor de todas las hostias
que se venían a quebrar.

El Obispo avanzaba ayer,
rojo, delante del altar.
Los fuelles del órgano soplaban
la hoguera de la cristiandad.

Y caminantes camineros
sacamos en claro esta verdad:
que toda la tierra puede
ser cantada desde un altar.

Como un nadador que separa dos olas
así abriste tú el misal.

Te vimos entrar en una 

opulencia de agua de mar
donde saltaba la barca de Pedro
y chillaba el águila de Juan.

Nos abriste como una casa
las grandes puertas del misal
-el único pórtico rojo
por el que debimos entrar-.
Cambiar nuestro vino por tu Vino;
cambiar nuestro pan por tu Pan.

Es porque he mirado la tierra
que tengo derecho a cantar:
yo estaba de guardia una noche. Las tiendas
eran blancas a la luz lunar.
Los grillos cantaban enamorados
y no paraban de cantar.
Un riachuelo sesgaba hacia la muerte
y no cesaba de sonar.

Yo comenzaba a comprender. Venus
desde el abismo me miraba con triste mirar.

En Guetaria las muchachas eran arañas
entre las redes de pescar.
Tejían una red infinita
mientras nos veían pasar.
En el agua quieta de Orio, brillaba
gorda la estrella vesperal.
Entramos en una taberna
y nos pusimos a tomar.

El vino lo sacaban casi negro
de un barril profundo, inmemorial.

En la cocina misteriosa
un niño empezó a llorar.
Sobre un plato abandonado, hedía
una sardina de metal.

Si quisiera contar todo eso
no terminaría jamás.
Sería como las estrellas del cielo,
como las arenas del mar.

Del mundo te traigo este día,
con lo difícil de nombrar,
los pasos pesados de este romance
y el abrazo de mi amistad.

Convento de Oña 
Burgos, España, 1946

Carlos Martínez Rivas

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