sábado, 30 de abril de 2011

Bajo la luz quemada...

Bajo la luz quemada,
tienen frío los ojos con que buscas
estas horas de octubre
y su jardín manchado de ginebra,
hojas secas, silencios
que de nosotros hablan al caerse.

Porque si ya no existe,
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
y a punto de cerrar.
-Nos están esperando.

Nada sé contestarte,
sólo que soy consciente de mi propia ironía,
porque el hombre es un lobo también consigo mismo
-Nos están esperando.

Negras y en alto, buitres silenciosos,
nos esperan las nubes en la calle.

Luis García Montero

ERAS, INSTANTE, TAN CLARO...

Eras, instante, tan claro.
Perdidamente te alejas,
dejando erguido al deseo
con sus vagas ansias tercas.

Siento huir bajo el otoño
pálidas aguas sin fuerza,
mientras se olvidan los árboles
de las hojas que desertan.

La llama tuerce su hastío,
sola su viva presencia,
y la lámpara ya duerme
sobre mis ojos en vela.

Cuán lejano todo. Muertas
las rosas que ayer abrieran,
aunque aliente su secreto
por las verdes alamedas.

Bajo tormentas la playa
será soledad de arena
donde el amor yazca en sueños.
La tierra y el mar lo esperan.

Luis Cernuda

Proyecto de un beso

Te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra.

Te mataré mañana poco antes del alba
cuando estés en el lecho, perdida entre los sueños
y será como cópula o semen en los labios
como beso o abrazo, o como acción de gracias.

Te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra
y en el pico me traiga la orden de tu muerte
que será como beso o como acción de gracias
o como una oración porque el día no salga.

Te mataré mañana cuando la luna salga
y ladre el tercer perro en la hora novena
en el décimo árbol sin hojas ya ni savia
que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra.

Te mataré mañana cuando caiga la hoja
decimotercera al suelo de miseria
y serás tú una hoja o algún tordo pálido
que vuelve en el secreto remoto de la tarde.

Te mataré mañana, y pedirás perdón
por esa carne obscena, por ese sexo oscuro
que va a tener por falo el brillo de este hierro
que va a tener por beso el sepulcro, el olvido.

Te mataré mañana cuando la luna salga
y verás cómo eres de bella cuando muerta
toda llena de flores, y los brazos cruzados
y los labios cerrados como cuando rezabas
o cuando me implorabas otra vez la palabra.

Te mataré mañana cuando la luna salga,
y al salir de aquel cielo que dicen las leyendas
pedirás ya mañana por mí y mi salvación.

Te mataré mañana cuando la luna salga
cuando veas a un ángel armado de una daga
desnudo y en silencio frente a tu cama pálida.

Te mataré mañana y verás que eyaculas
cuando pase aquel frío por entre tus dos piernas.

Te mataré mañana cuando la luna salga
te mataré mañana y amaré tu fantasma
y correré a tu tumba las noches en que ardan
de nuevo en ese falo tembloroso que tengo
los ensueños del sexo, los misterios del semen
y será así tu lápida para mí el primer lecho
para soñar con dioses, y árboles, y madres
para jugar también con los dados de noche.

Te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra.

"El último hombre" 1984
Leopoldo María Panero

jueves, 28 de abril de 2011

Peridis y el PP

El Roto y los Chefs

Muchachada Nui 04- Celebrities- Ferrán Adrià

miércoles, 27 de abril de 2011

Ana María Matute: "El que no inventa no vive"

La escritora recibe de manos de los Reyes

el Premio Cervantes,

máximo galardón de las letras hispanas.

Más breve, menos erudito, más cercano y sincero que discursos precedentes, el de la escritora Ana María Matute este mediodía en Alcalá de Henares, a la hora de recoger el premio Cervantes, ha calado en los asistentes. En presencia de los Reyes, el presidente del Gobierno y otras autoridades, esta frágil señora de 84 años ha desplegado una férrea y bella defensa de la invención como valor supremo en la vida. "El que no inventa no vive", ha aseverado Matute con convicción. Ella es la tercera mujer que recibe el galardón más prestigioso de las letras hispanas. Desde que fuera fundado hace tres décadas, también lo han recibido la filósofa española María Zambrano y la poeta cubana Dulce María Loynaz.

• "Sin escribir no soy nada"
• Ana María Matute: "Con 'El Quijote' lloré por primera vez leyendo un libro"
• "Si ganara el Cervantes daría saltos"
• "Quiero ver este premio como un reconocimiento a que he dado casi toda mi vida a escribir"


La cercanía de las palabras de Matute quizá ha quedado reforzada por el hecho de que la escritora no haya subido a la solemne cátedra plateresca del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Sentada en una silla de ruedas, junto a una mesa baja, un halo de intimidad y ternura ha envuelto a las palabras de Ana María Matute mientras esta trazaba un ágil relato de su relación con la literatura: "la mía es una vida de papel".

La capacidad de ficcionar ha servido a Matute de abrigo en una existencia a la intemperie: "La literatura es el faro salvador de muchas de mis tormentas". Vivió la guerra civil con 11 años, cuando conoció "el terror y el odio" y el mundo se volvió de repente "del revés". Ingresó entonces Matute en "la generación de los niños asombrados" y comenzó a comprender la importancia de los textos que arrancan con un "erase una vez...". Matute, en su tierno discurso, ha salido en defensa también del cuento como género mayor.

La ficción funciona para la escritora catalana como territorio de salvación, una suerte de santuario donde parapetarse y en el que los personajes en cierta manera protegen al lector. "Si algún día se encuentran ustedes con mis historias, con mis criaturas, créanselas, porque me las he inventado", ha concluido Matute.

Una "generadora de empleo"
Las palabras de Matute han encontrado eco en el discurso de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, quien (entre otras virtudes de la escritora) ha elogiado su faceta de "generadora de empleo": "Conviene recordar que esta contadora de historias, esta buscadora de lo inexplicable es también una enorme generadora de empleo. A veces me pregunto ¿cuántos libreros habrán pagado el alquiler de su local gracias a la Matute? ¿Cuántos impresores? ¿Cuántos distribuidores? ¿Cuántos correctores de pruebas, fabricantes de papel, cuántos transportistas, conserjes, telefonistas, contables, administrativos, secretarias, traductores en cuántas editoriales? Miro las mesas de novedades de nuestras librerías, los cientos de miles de registros que se generan en la red en fracciones de segundo con apenas teclear su nombre y pienso: este país tiene futuro y ese futuro pasa por la cultura. La cultura, donde se encuentran las fuerzas para modificar la realidad. La cultura donde podemos salvarnos mediante aquello que es más frágil, un mundo inferior que es espejo y mapa del superior".

El Ministerio de Cultura concede el Premio Miguel de Cervantes, dotado con 125.000 euros, "a los escritores que contribuyen con obras de notable calidad a enriquecer el legado literario hispánico". Se otorgó por primera vez en 1976 a Jorge Guillén y, con el de este año, han sido 34 los autores galardonados. En 1979 el Premio recayó exequo en Jorge Luis Borges y Gerardo Diego.


BORJA HERMOSO - Alcalá de Henares - 27/04/2011
EL PAÍS

One more 7000 FPS lady bug.

Cute Girl Has A Catchy Dance (No Ad At End)

Bandsaw magic

martes, 26 de abril de 2011

En recuerdo de Agustina Blanco

Agustina Blanco, tu vida hizo historia y tu comarca guardará de ella constancia por siempre.

Yo, hubo un tiempo en que me ahijé de ti, con tu hijo Miguel y hoy vierto dolorosas e incontenibles lágrimas por tu falta.

Sé que allí donde vayas seguirás tus costunbres terrenales y cuidarás de los tuyos como siempre lo hiciste.

No te olvides de mí que pronto partiré en tu busca.

Que tu Dios te acoja como mereces.

Aquí no te olvidamos.

Dueling Saxophones, perfect NYC street music gosupermarche

El retorno del 'western'

¿Por qué el western siempre vuelve? Incluso su más cultivado, hondo y lúcido exégeta, Ángel Fernández-Santos, que fue crítico de cine de este diario hasta su muerte y que escribió un libro inolvidable sobre el género, Más allá del oeste, le dio por desaparecido muchas veces.


"Ya apenas se hacen westerns", escribió Ángel en 1989 sobre Arma joven y luego proseguía su artículo con ese estilo que le convirtió en un referente para varias generaciones de cinéfilos: "De tarde en tarde, Clint Eastwood o algún otro maniático del antiguo fuego sagrado del género de géneros, como Lawrence Kasdam en su Silverado, hace una incursión aislada, una escaramuza que no crea continuidad en los itinerarios de las viejas pistas abandonadas o en los antiguos poblados de madera ahora desiertos. Limpian como pueden las barreras de telarañas que envuelven los antiguos escenarios y hacen remedos de películas del Oeste". Sin embargo, apenas unos años después se estrenó una de las grandes obras maestras del género, Sin perdón, un filme que está a la altura de leyendas como El hombre que mató a Liberty Valance, Los profesionales, Grupo Salvaje, Centauros del desierto, Winchester 73 o El Dorado. El western vuelve una y otra vez porque como escribió Fernández-Santos era el género de géneros, el germen de casi todo el cine que vemos y admiramos, es una forma de contar aunque no haya caballos ni revólveres. Todavía es pronto para saber si llegará a formar parte de ese puñado de clásicos, pero los hermanos Coen han dado un nuevo impulso al género con Valor de ley, una inmensa película que recoge todas las claves del Oeste.

"La idea de que en un universo consumado y cerrado sobre sí mismo todavía es posible cruzar la línea que los puntos sin retorno dibujan en los secretos mapas de los sueños. El simple vadeo de un río cuya orilla sigue inexplorada o la cabalgada libre sobre una planicie ilimitada son configuraciones imaginarias en las que una remota frontera histórica se convierte en una cercana frontera mental. Eso es un western", dijo Ángel en Más allá del Oeste, libro que editó EL PAÍS y que recientemente rescató Debate. "Desde hace casi dos décadas no hay producción masiva de westerns en los Estados Unidos, pero el western como género, es decir como convención, como rito civil, como estilo de relato, como mitología e incluso como cosmogonía, no ha muerto por ello", señaló en un artículo sobre Pekinpah. La idea de que el cine del Oeste es una forma de mirar el mundo más que un género gravita en muchas de sus críticas, que nos enseñaron a tantos a leer las películas de otra forma más rica y compleja. Quizás Hollywood se esté desinteresando porque sus ejecutivos creen que no da suficiente dinero –se equivocan: Valor de ley ha sido muy rentable–, pero el género permanece más allá de las praderas: Avatar no deja de ser un puro western por mucho que los indios sean alienígenas azules y transcurra en un lejano planeta.

Y vuelvo a la pregunta inicial: ¿por qué sobreviven los western? Creo que la película de los Coen nos da muchas claves (una de ellas es que en la proyección en la que la vi en Madrid hubo aplausos espontáneos, como si estuviésemos en Cinema Paradiso): el cine del Oeste nos enfrenta con dilemas morales, nos habla de personajes cabezotas, que nunca se rinden, de héroes reluctantes, tipos que hacen el bien por encima de sus propios deseos (nadie encarna tan claramente ese personaje como John Wayne en Centauros del desierto, un filme de John Ford que compite con Ciudadano Kane en todas las encuestas por el título de la mejor película de la historia), nos relata la construcción de un país mientras que, como espectadores, encontramos el refugio apacible de los recuerdos de nuestra infancia. Son filmes que mezclan la violencia y la poesía, el amor y los paisajes infinitos, nos hablan de puestas sol –incluso hay un subgénero que lleva esa imagen en su denominación: western crepuscular– y de espacios infinitos, de venganzas que nunca terminan, de héroes ocultos y olvidados, de historias de amistad por encima de cualquier obstáculo. El western forma parte de la vida y regresar a él es recuperar una parte de todos nosotros. Por eso siempre vuelve.

Guillermo Altares PapelesPerdidos

El Párkinson ya tiene su bateria Duracell

Vía QUO

lunes, 25 de abril de 2011

Cómo cocer bien un Huevo

Cocina Ligera

Granizado de Sandía

Cocina Sana

Croquetas de Huevo

Cocina Ligera

domingo, 24 de abril de 2011

Crema de Pescadilla y Rape

Cocina Ligera

Almejas a la crema de Cava

Cocina Semana

Aladino y la Lampara Maravillosa

Erase una vez una viuda que vivía con su hijo, Aladino. Un día, un misterioso extranjero ofreció al muchacho una moneda de plata a cambio de un pequeño favor y como eran muy pobres aceptó. -¿Qué tengo que hacer? -preguntó. -Sígueme - respondió el misterioso extranjero. El extranjero y Aladino se alejaron de la aldea en dirección al bosque, donde este ultimo iba con frecuencia a jugar. Poco tiempo después se detuvieron delante de una estrecha entrada que conducía a una cueva que Aladino nunca antes había visto. - ¡No recuerdo haber visto esta cueva! -exclamó el joven- ¿Siempre a estado ahí? El extranjero sin responder a su pregunta, le dijo: -Quiero que entres por esta abertura y me traigas mi vieja lampara de aceite. Lo haría yo mismo si la entrada no fuera demasiado estrecha para mí. -De acuerdo- dijo Aladino-, iré a buscarla. -Algo mas- agrego el extranjero-. No toques nada mas, ¿me has entendido? Quiero únicamente que me traigas mi lámpara de aceite. El tono de voz con que el extranjero le dijo esto ultimo, alarmó a Aladino. Por un momento pensó huir, pero cambio de idea al recordar la moneda de plata y toda la comida que su madre podía comprar con ella. -No se preocupe, le traeré su lámpara, - dijo Aladino mientras se deslizaba por la estrecha abertura. Una vez en el interior, Aladino vio una vieja lámpara de aceite que alumbraba débilmente la cueva. Cual no seria su sorpresa al descubrir un recinto cubierto de monedas de oro y piedras preciosas. "Si el extranjero solo quiere su vieja lámpara -pensó Aladino-, o esta loco o es un brujo. Mmm, ¡tengo la impresión de que no está loco! ¡Entonces es un ... !" -¡La lámpara! ¡Tráemela inmediatamente!- grito el brujo impaciente. -De acuerdo pero primero déjeme salir -repuso Aladino mientras comenzaba a deslizarse por la abertura. ¡No! ¡Primero dame la lámpara! -exigió el brujo cerrándole el paso -¡No! Grito Aladino. -¡Peor para ti! Exclamo el brujo empujándolo nuevamente dentro de la cueva. Pero al hacerlo perdió el anillo que llevaba en el dedo el cual rodó hasta los pies de Aladino. En ese momento se oyó un fuerte ruido. Era el brujo que hacia rodar una roca para bloquear la entrada de la cueva. Una oscuridad profunda invadió el lugar, Aladino tuvo miedo. ¿Se quedaría atrapado allí para siempre? Sin pensarlo, recogió el anillo y se lo puso en el dedo. Mientras pensaba en la forma de escaparse, distraídamente le daba vueltas y vueltas. De repente, la cueva se lleno de una intensa luz rosada y un genio sonriente apareció. -Soy el genio del anillo. ¿Que deseas mi señor? Aladino aturdido ante la aparición, solo acertó a balbucear: -Quiero regresar a casa. Instantáneamente Aladino se encontró en su casa con la vieja lampara de aceite entre las manos. Emocionado el joven narro a su madre lo sucedido y le entregó la lámpara. -Bueno no es una moneda de plata, pero voy a limpiarla y podremos usarla. La esta frotando, cuando de improviso otro genio aun más grande que el primero apareció. -Soy el genio de la lámpara. ¿Que deseas? La madre de Aladino contemplando aquella extraña aparición sin atreverse a pronunciar una sola palabra. Aladino sonriendo murmuró: -¿Por qué no una deliciosa comida acompañada de un gran postre? Inmediatamente, aparecieron delante de ellos fuentes llenas de exquisitos manjares. Aladino y su madre comieron muy bien ese día y a partir de entonces, todos los días durante muchos años. Aladino creció y se convirtió en un joven apuesto, y su madre no tuvo necesidad de trabajar para otros. Se contentaban con muy poco y el genio se encargaba de suplir todas sus necesidades. Un día cuando Aladino se dirigía al mercado, vio a la hija del Sultán que se paseaba en su litera. Una sola mirada le bastó para quedar locamente enamorado de ella. Inmediatamente corrió a su casa para contárselo a su madre: -¡Madre, este es el día más feliz de mi vida! Acabo de ver a la mujer con la que quiero casarme. -Iré a ver al Sultán y le pediré para ti la mano de su hija Halima dijo ella. Como era costumbre llevar un presente al Sultán, pidieron al genio un cofre de hermosas joyas. Aunque muy impresionado por el presente el Sultán preguntó: -¿Cómo puedo saber si tu hijo es lo suficientemente rico como para velar por el bienestar de mi hija? Dile a Aladino que, para demostrar su riqueza debe enviarme cuarenta caballos de pura sangre cargados con cuarenta cofres llenos de piedras preciosas y cuarenta guerreros para escoltarlos. La madre desconsolada, regreso a casa con el mensaje. -¿Dónde podemos encontrar todo lo que exige el Sultán? -preguntó a su hijo. Tal vez el genio de la lámpara pueda ayudarnos -contestó Aladino. Como de costumbre, el genio sonrió e inmediatamente obedeció las ordenes de Aladino. Instantáneamente, aparecieron cuarenta briosos caballos cargados con cofres llenos de zafiros y esmeraldas. Esperando impacientes las ordenes de Aladino, cuarenta Jinetes ataviados con blancos turbantes y anchas cimitarras, montaban a caballo. -¡Al palacio del Sultán!- ordenó Aladino. El Sultán muy complacido con tan magnífico regalo, se dio cuenta de que el joven estaba determinado a obtener la mano de su hija. Poco tiempo después, Aladino y Halima se casaron y el joven hizo construir un hermoso palacio al lado de el del Sultán (con la ayuda del genio claro esta). El Sultán se sentía orgulloso de su yerno y Halima estaba muy enamorada de su esposo que era atento y generoso. Pero la felicidad de la pareja fue interrumpida el día en que el malvado brujo regreso a la ciudad disfrazado de mercader. -¡Cambio lámparas viejas por nuevas! -pregonaba. Las mujeres cambiaban felices sus lámparas viejas. -¡Aquí! -llamó Halima-. Tome la mía también entregándole la lámpara del genio. Aladino nunca había confiado a Halima el secreto de la lampara y ahora era demasiado tarde. El brujo froto la lámpara y dio una orden al genio. En una fracción de segundos, Halima y el palacio subieron muy alto por el aire y fueron llevados a la tierra lejana del brujo. -¡Ahora serás mi mujer! -le dijo el brujo con una estruendosa carcajada. La pobre Halima, viéndose a la merced del brujo, lloraba amargamente. Cuando Aladino regreso, vio que su palacio y todo lo que amaba habían desaparecido. Entonces acordándose del anillo le dio tres vueltas. -Gran genio del anillo, ¿dime que sucedió con mi esposa y mi palacio? -preguntó. -El brujo que te empujo al interior de la cueva hace algunos años regresó mi amo, y se llevó con él, tu palacio y esposa y la lámpara -respondió el genio. Tráemelos de regreso inmediatamente -pidió Aladino. -Lo siento, amo, mi poder no es suficiente para traerlos. Pero puedo llevarte hasta donde se encuentran. Poco después, Aladino se encontraba entre los muros del palacio del brujo. Atravesó silenciosamente las habitaciones hasta encontrar a Halima. Al verla la estrechó entre sus brazos mientras ella trataba de explicarle todo lo que le había sucedido. -¡Shhh! No digas una palabra hasta que encontremos una forma de escapar -susurró Aladino. Juntos trazaron un plan. Halima debía encontrar la manera de envenenar al brujo. El genio del anillo les proporciono el veneno. Esa noche, Halima sirvió la cena y sirvió el veneno en una copa de vino que le ofreció al brujo. Sin quitarle los ojos de encima, espero a que se tomara hasta la ultima gota. Casi inmediatamente este se desplomo inerte. Aladino entró presuroso a la habitación, tomó la lampara que se encontraba en el bolsillo del brujo y la froto con fuerza. -¡Cómo me alegro de verte, mi buen Amo! -dijo sonriendo-. ¿Podemos regresar ahora? -¡Al instante!- respondió Aladino y el palacio se elevo por el aire y floto suavemente hasta el reino del Sultán. El Sultán y la madre de Aladino estaban felices de ver de nuevo a sus hijos. Una gran fiesta fue organizada a la cual fueron invitados todos los súbditos del reino para festejar el regreso de la joven pareja. Aladino y Halima vivieron felices y sus sonrisas aun se pueden ver cada vez que alguien brilla una vieja lampara de aceite. FIN Autor: Desconocido

sábado, 23 de abril de 2011

El Olfato de algunos perros detecta el cáncer

Vía Muy Interesante

El milagro de los peces y los móviles

Vía QUO

El Jeep

Vía Muy Interesante

viernes, 22 de abril de 2011

LLORA LA SAETA

El Código de la Sangre

Vía Quo

Cura para el Parkinson

Vía Quo

Cabras alpinistas




jueves, 21 de abril de 2011

miércoles, 20 de abril de 2011

ESTOY ENAMORADO DE CUÁNTO CRECE AL AIRE LIBRE

14
Estoy enamorado de cuánto crece al aire libre,
de los hombres que viven entre el ganado,
o de los que paladean el bosque o el océano,
de los constructores de barcos y de los timoneles,
de los hacheros y de los jinetes,
podría comer y dormir con ellos semana tras semana.

Lo más común, vulgar, próximo y simple,
eso soy Yo,
Yo, buscando mi oportunidad, brindándome
para recibir amplia recompensa,
engalanándome para entregar mi ser
al primero que haya de tomarlo,
sin pedir al cielo que descienda cuando yo lo deseo,
esparciéndolo libremente para siempre.

Versión de: León Felipe

WALT WHITMAN

LISE

Yo tenía doce años; dieciséis ella al menos.
Alguien que era mayor cuando yo era pequeño.
Al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas,
esperaba el momento en que se iba su madre;
luego con una silla me acercaba a su silla,
al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas.

¡Cuánta flor la de aquellas primaveras marchitas,
cuánta hoguera sin fuego, cuánta tumba cerrada!
¿Quién se acuerda de aquellos corazones de antaño?
¿Quién se acuerda de rosas florecidas ayer?
Yo sé que ella me amaba. Yo la amaba también.
Fuimos dos niños puros, dos perfumes, dos luces.

Ángel, hada y princesa la hizo Dios. Dado que era
ya persona mayor, yo le hacía preguntas
de manera incesante por el solo placer
de decirle: ¿Por qué? Y recuerdo que a veces,
temerosa, evitaba mi mirada pletórica
de mis sueños, y entonces se quedaba abstraída.

Yo quería lucir mi saber infantil,
la pelota, mis juegos y mis ágiles trompos;
me sentía orgulloso de aprender mi latín;
le enseñaba mi Fedro, mi Virgilio, la vida
era un reto, imposible que algo me hiciera daño.
Puesto que era mi padre general, presumía.

Las mujeres también necesitan leer
en la iglesia en latín, deletreando y soñando;
y yo le traducía algún que otro versículo,
inclinándome así sobre su libro abierto.
El domingo, en las vísperas, desplegar su ala blanca
sobre nuestras cabezas yo veía a los ángeles.

De mí siempre decía: ¡Todavía es un niño!
Yo solía llamarla mademoiselle Lise.
Y a menudo en la iglesia, ante un salmo difícil,
me inclinaba feliz sobre su libro abierto.
Y hasta un día, ¡Dios mío, Tú lo viste!, mis labios
hechos fuego rozaron sus mejillas en flor.

Juveniles amores, que duraron tan poco,
sois el alba de nuestro corazón, hechizad
a aquel niño que fuimos con un éxtasis único.
Y al caer de la tarde, cuando llega el dolor,
consolad nuestras almas, deslumbradas aún,
juveniles amores, que duraron tan poco.

Victor Hugo

Voy a confiarte, amada,

Voy a confiarte, amada,
uno de los secretos
que más me martirizan. Es el caso
que a las veces mi ceño
tiene en un punto mismo
de cólera y esplín los fruncimientos.
O callo como un mudo,
o charlo como un necio,
suplicando el discurso
de burlas, carcajadas y dicterios.
¿Que me miran? Agravio.
¿Me han hablado? Zahiero.
Medio loco de atar, medio sonámbulo,
con mi poco de cuerdo.
¡Cómo bailan en ronda y remolino,
por las cuatro paredes del cerebro
repicando a compás sus consonantes,
mil endiablados versos
que imitan, en sus cláusulas y ritmos,
las músicas macabras de los muertos!
¡Y cómo se atropellan,
para saltar a un tiempo,
las estrofas sombrías,
de vocablos sangrientos,
que me suele enseñar la musa pálida,
la triste musa de los días negros!
Yo soy así. ¡Qué se hace! ¡Boberías
de soñador neurótico y enfermo!
¿Quieres saber acaso
la causa del misterio?
Una estatua de carne
me envenenó la vida con sus besos.
Y tenía tus labios, lindos, rojos
y tenía tus ojos, grandes, bellos...

Ruben Darío

martes, 19 de abril de 2011

En la altura los cuervos graznaban

En la altura los cuervos graznaban,
los deudos gemían en torno del muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste concierto.

Algo había de irónico y rudo
en los ecos de tal sinfonía;
algo negro, fantástico y mudo
que del alma las cuerdas hería.

Bien pronto cesaron los fúnebres cantos,
esparcióse la turba curiosa,
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su fosa.

Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
del negro estandarte las orlas flotaron,
como flota en el aire la pluma
que al ave nocturna los vientos robaron.

Rosalía de Castro

HAY CORAZONES SIN DUEÑO...

Hay corazones sin dueño,
que no tuvieron nunca la oportunidad
de regir como un péndulo casi atroz
el laborioso espasmo de la carne.

Hay corazones de repuesto,
que esperan sabiamente
o por quién sabe qué mandato
el momento de asumir su locura.

Hay corazones sobrantes
que se descuelgan como puños de contrabando
desde la permanente anomalía
de ser un corazón.

Y hay también un corazón perdido,
una campana de silencio,
que nadie sin embargo ha encontrado
entre todas las cosas perdidas de la tierra.

Pero todo corazón es un testigo
y una segura prueba
de que la vida es una escala inadecuada
para trazar el mapa de la vida.

Roberto Juarroz

OFRENDA

¡Oh cómo florece mi cuerpo, desde cada vena
con más aroma, desde que te conozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas...¿pero quién eres tú?

Mira: yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Sólo tu sonrisa permanece
como muchas estrellas sobre ti,
y pronto también sobre mí.

A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, de tus pechos.

Rainer Maria Rilke

lunes, 18 de abril de 2011

domingo, 17 de abril de 2011

Potando arena

MIMO EN LA RAMBLA

¡Impresionante que titiritero!

sábado, 16 de abril de 2011

Pelícano en vuelo

Peridis y ETA

EL PAÍS

Monte Sant'Angelo - Italia

viernes, 15 de abril de 2011

Salvarse por un pelo...

Drama queen

El cocinero de Rota y el dichoso móvil (El Intermedio)

jueves, 14 de abril de 2011

El dia menos pensado

¿Hay algo parecido al síndrome de Down en otras especies?

Vía Muy Interesante

La cinta blanca (Das weisse band, Michael Haneke 2009)

Título original: Das weisse band.
Dirección y guión: Michael Haneke.
Países: Alemania, Austria, Francia e Italia.
Año: 2009.
Duración: 144 min.
Género: Drama.
Interpretación: Leonie Benesch (Eva), Josef Bierbichler (encargado), Rainer Bock (doctor), Christian Friedel (maestro), Burghart Klaussner (pastor), Steffi Kühnert (Anna), Ursina Lardi (Marie Louise), Susanne Lothar (comadrona), Gabriela-Maria Schmeide (Emma), Ulrich Tukur (el barón).
Producción: Stefan Arndt, Veit Heiduschka, Margaret Menegoz y Andrea Occhipinti.
Fotografía: Christian Berger.
Montaje: Monika Willi.
Diseño de producción: Christoph Kanter.
Vestuario: Moidele Bicke

El gran Michael Haneke ha vuelto para ofrecernos una obra de arte. Con gran maestría el director austriaco, nos presenta la vida diaria de una pequeña aldea rural, en los años previos a La Primera Guerra Mundial, donde aparentemente reina la paz y la concordia. Todo esto es pura fachada. Ya de entrada el médico del pueblo cae de su caballo al tropezar este con un alambre dispuesto entre dos árboles. A resultas de aquello el médico pasará un tiempecito sin trabajar recuperándose de las lesiones sufridas. Eso solo es el comienzo, dado que se sucederán los maltratos contra un par de niños, uno de ellos el hijo del Barón, cacique local que ocupa en sus terrenos a buena parte de la población local, y quien sin ostentar el distintivo de popular es cuando menos respetado.

Los niños son todos angelicales, blancos y rubios, pero todos ellos tienen una mirada, que parecen el mismísimo diablo bajo piel de querubín. El pastor protestante local tiene entre la miríada de vástagos un par de diablillos, a quienes la disciplina, el rigor, el orden y los castigos físicos impuestos, no logran meter en vereda, muy a su pesar, pero en quien prevalece más el sentido de protección que el de justicia, tan humano en definitiva como todos por muy pastor que sea.
La película está rodada en blanco y negro y su dureza es manifiesta. La semilla del mal ha germinado en ese poblado, y sin recrearse Haneke deja fuera de campo muchas cosas, lo cual hace la situación más insostenible, más asfixiante, como si esa porción de tierra, fuera un erial regado por veneros de maldad, donde reinase la envidia, el odio, la venganza, la crueldad, en un bucle del que es imposible salir, llegando inclusive a dinamitar la única inocencia que existe, la del niño Karli, con sindrome de down.

Si esto es el origen de lo que vendría después, el auge del nacionalsocialismo, el triunfo de Hitler y su plan de extermino judío, puede ser estudio de análisis. Lo que si que nos deja Haneke es una formidable aproximación a la maldad humana, a ese reverso oscuro, poco iluminado donde moran las serpientes inoculadoras del veneno del mal, todo ello perfectamente interpretado, con un climax que se mantiene desde que oímos la voz de ese hombre mayor, que quiere aportar algo de luz sobre lo que ocurrió esos años, en los que él era el profesor local.

por Popeye Doyle

miércoles, 13 de abril de 2011

Dormido consumes tanta energía como durante la vigilia

Vía Muy Interesante

Clearing Storm Glencoe, Glencoe, Scotland.

La mejor Pasta para cada receta

Cocina Ligera

martes, 12 de abril de 2011

Gelatina de Naranja con Plátano

Cocina Ligera

Chuletas de Cerdo Ibérico con salsa de Pepinillos

Cocina Ligera

Ensalada de Bacalao con Garbanzos

Cocina Ligera

lunes, 11 de abril de 2011

Arroz Dulce

Cocina Ligera

WinePod - Vino casero para el brindis

En los últimos años la industria gastronómica ha crecido como nunca. Ya no es cuestión de sentarse a la mesa para satisfacer una necesidad básica sino que hay un mundo que se esconde detrás de cada bocado que llevamos a la boca. Esta evolución trajo aparejada el crecimiento de otra industria: la del vino.

Si hace unos años pocos de nosotros podíamos distinguir un Cabernet Sauvignon de un Syrah hoy los vinos están en boca de todos y la atracción por la degustación se ha vuelto objeto de reuniones. En este marco, una marca llamada ProVina ha diseñado un accesorio que se ocupa de elaborar vino en forma casera.

Su nombre es Winepod y se trata de una suerte de copón en el que hay que depositar las uvas para que ¡magia! el sistema elabore un vino delicioso. Este accesorio fue presentado en los Estados Unidos con una buena acogida y ahora llega a otros continentes por un precio aproximado de 3.500 dólares.

Vía: Born Rich
María José Almirón

El monte de las ánimas – Gustavo Adolfo Bécquer (1861)

La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

I
—Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
—¡Tan pronto!
—A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
—No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
—Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

II
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
—Hermosa prima —exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban—; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
—Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido —se apresuró a añadir el joven—. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte… Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía… ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar… ¿Lo quieres?
—No sé en el tuyo —contestó la hermosa—, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo… que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
—Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
—Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? —dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
—¿Por qué no? —exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro… Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
—¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
—Sí.
—Pues… ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
—¡Se ha perdido!, ¿y dónde? —preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
—No sé…. en el monte acaso.
—¡En el Monte de las Ánimas —murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial—; en el Monte de las Ánimas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
—Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche… esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas… ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
—¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
—Adiós Beatriz, adiós… Hasta pronto.
—¡Alonso! ¡Alonso! —dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III
Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
—¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
—Será el viento —dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho—; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir…; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!

IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
FIN

domingo, 10 de abril de 2011