Ahora cuelgan los huesos descarnados
ante el asombro esquivo de los pájaros
que a veces, por descuido,
se posan en el cráneo pelado.
Va pasando septiembre y la dehesa
se cubre de un légamo de niebla.
Los charcones agotan su humedad en el estío
el barro paraliza el crecimiento de las algas.
El esqueleto cuelga de una soga de esparto
anudada a su cuello quieto y calcinado.
El aire espeso repta por las vértebras,
llega a las cuencas de los ojos,
y resbala por las fosas vacías hasta los dientes.
El ahorcado no mueve al llanto ni ala risa
tiene la calavera ligeramente escorada a la derecha
la luz del día ilumina la cal de su osamenta
la noche, sin embargo, lo transforma en silueta.
Con la luna sus huesos rezuman humedad
y el aire ligero que mueve sus caderas
le regresa a una infancia de erizos y de conchas
donde nadar al viento de la nada
para así prestar el vacío de sus ojos a una estrella.
Escrito por Musaraña
Benacazón 09.06.1995
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