miércoles, 29 de octubre de 2008

Tu cerebro te puede delatar

La intimidad del pensamiento peligra - Nuevas técnicas para leer la mente impulsan el detector de mentiras para acusados y empleados.


Hasta ahora ha sido una posibilidad más o menos remota, y más o menos incómoda. Pero un tribunal en India lo ha convertido en realidad: una mujer fue condenada en junio por asesinato tras haber aceptado el juez como prueba el resultado de un detector de mentiras cerebral. La acusada -que se declara inocente y se sometió voluntariamente a la prueba- no tuvo que abrir la boca; su cerebro, supuestamente, lo dijo todo, y acabó inculpándola. La marea de reacciones no se ha hecho esperar, entre otras cosas porque la noticia cae en campo abonado.

Un tribunal indio utilizó el nuevo método para resolver un crimen.
Los especialistas alertan de que no existen máquinas fiables al 100%.
El Pentágono comprueba la sinceridad de 5.700 trabajadores al año.
El escáner se ofrece a parejas celosas o a padres de adolescentes.
El comportamiento y las actitudes están producidos por las neuronas.
Los expertos piden límites al uso de las tecnologías, pero éstas avanzan.

En los últimos años empresas estadounidenses han anunciado su intención de ofrecer este tipo de servicio, así que los neurocientíficos y los expertos en ética y en derecho llevan tiempo preguntándose si la técnica es fiable... y más cosas: ¿Qué más se podría leer en el cerebro, además de la mentira? ¿Es un avance o un peligro?.

Cuando la ciencia y la sociedad van por caminos distintos hay problemas. Como los que encuentran los alimentos transgénicos para entrar en el mercado europeo, o los que deben sortear los propios investigadores para trabajar con células madre embrionarias. Los neurocientíficos lo saben, y por eso ha ganado peso entre ellos una corriente que aboga por discutir los aspectos éticos, y sociales en general, de muchos de sus resultados.

La neuroética se considera ya una nueva disciplina. En la publicación científica con ese mismo nombre, Neuroethics, se analiza desde la responsabilidad penal de los adictos hasta el uso de fármacos para alterar la memoria -hay al menos un caso real: una mujer que escuchó en la mesa de quirófano el grave diagnóstico del cáncer que padecía y a la que el anestesista borró deliberadamente, y con éxito, el recuerdo de haberlo escuchado-. El desarrollo de detectores de mentiras cerebrales es uno de los temas estrella.

El caso indio es paradigmático del uso que podría darse a esta versión sofisticada del polígrafo: tras examinar con el detector de mentiras a 75 sospechosos de crímenes, Aditi Sharma, de 24 años, fue la primera condenada por el tribunal de Bombay -con cadena perpetua- por haber envenenado junto a su novio actual a su ex pareja con arsénico en un MacDonald's, informa Ana Gabriela Rojas.

En España, la onda neuroética aún no ha llegado con toda su intensidad, pero los expertos reaccionan rápido si se les pide opinión. Alberto Ferrús, del Instituto Cajal de Neurociencias, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), responde rotundo sobre el caso: "Si se acepta esto, no hay argumento alguno que pueda impedir la clonación humana y tantas otras cosas que no queremos para nuestra sociedad". Su colega Javier Cudeiro, del grupo de Neurociencia y Control Motor de la Universidad de A Coruña, dice que recurrir a los escáneres cerebrales para detectar mentiras, hoy por hoy, es "conceptualmente similar" al uso de la frenología hace dos siglos, cuando se analizaba la personalidad de un individuo midiendo los relieves de su cráneo -molde de los bultos que, en el cerebro, albergarían sentimientos como el amor, el odio o el sentido de justicia-.

Esto ya responde a la primera pregunta de la lista: no, actualmente ninguna técnica de detección de mentiras es fiable. Pero no sólo las basadas en la neurociencia; tampoco es seguro el polígrafo, ni los movimientos involuntarios de los ojos, ni la medición de la temperatura del rostro, entre otras variadas técnicas a las que se ha recurrido alguna vez -la Inquisición daba pan y queso a sus víctimas y si se atragantaban es que tenían la boca seca y, por tanto, mentían-. Esa es, hoy por hoy, la opinión mayoritaria de la comunidad científica internacional.

El pasado agosto, el Consejo Nacional de Investigación estadounidense -una agencia de la Academia Nacional de Ciencias- hizo público un informe sobre el interés potencial para defensa y seguridad de tecnologías derivadas de la neurociencia. El trabajo, financiado por la Agencia de Inteligencia para la Defensa, afirmaba categóricamente: "No ha habido hasta ahora suficiente investigación de calidad que respalde empíricamente el uso de cualquier dispositivo neurofisiológico para detectar el engaño". Este organismo llegó en 2003 a la misma conclusión sobre el polígrafo.

Las múltiples críticas que los neurocientíficos hacen al uso de escáneres cerebrales para detectar mentiras se basan en argumentos muy simples. Uno, fundamental, es que los experimentos en que se hace mentir a voluntarios no se acercan ni de lejos a la vida real: no es lo mismo mentir en un laboratorio sobre si se ha cogido una carta u otra, que jugarse la familia, el patrimonio, la reputación o todo junto en un juicio. Otra dificultad consiste en aplicar a una sola persona valores medios, obtenidos tras experimentar con un grupo pequeño. Las investigaciones en esta área publicadas en revistas científicas de prestigio -en las que cada artículo, antes de ser aceptado, es revisado por científicos independientes y tan expertos como el autor- son aún pocas. Y están basadas en voluntarios sanos y jóvenes. ¿Cómo saber si los resultados valen para drogadictos o ancianos, por ejemplo?

Una última crítica. Los escáneres cerebrales para detectar mentiras parten del principio de que el cerebro trabaja más para mentir. Pero ¿y si el sospechoso cree cierto un hecho falso? Si un psicópata sin remordimiento alguno engaña tranquilamente a un polígrafo, ¿qué dirá un cerebro con falsos recuerdos? "Los resultados serían muy distintos si el sospechoso fuera un neurótico frente a un psicópata; el primero puede tender a autoculparse, y el segundo ni se emociona con la rememoración del caso. Si ya es difícil saber la verdad con palabras, ¿por qué esperan que sea más fácil registrando la actividad cerebral?", dice José María Delgado García, neurofisiólogo de la Universidad Pablo de Olavide.

Con tanto en contra, se diría que la idea de pillar a un mentiroso por su cerebro debería estar enterrada. Pero es al revés. Y lo prueban hechos relacionados, como el hecho de que los principales usuarios del polígrafo en Estados Unidos sean las agencias de seguridad y defensa, que someten a sus empleados a la prueba. Según The International Herald Tribune, el Pentágono -que cuenta con un instituto especializado en técnicas de detección de mentiras, como el propio polígrafo- pretende probar la sinceridad de 5.700 empleados y aspirantes cada año, para lo que tendrá que recurrir por primera vez a subcontratas. La ley que prohíbe a las compañías estadounidenses despedir o seleccionar a sus empleados basándose en el polígrafo no afecta a los empleados públicos. Entonces ¿cuál es la diferencia entre el caso en India y las dos empresas estadounidenses que comercializan servicios de detección de mentiras con escáneres cerebrales? Ningún tribunal ha aceptado aún sus técnicas y menos en un caso de asesinato. Pero tampoco ha hecho falta para que empiecen a ganar dinero.

Ambas compañías recurren a la resonancia magnética cerebral funcional (RMNF), que permite visualizar el cerebro en funcionamiento. La primera en salir al mercado, hace algo más de un año, ha sido NoLie, que nace del trabajo de Daniel Langleben, de la Universidad de Pensilvania. En 2002 este investigador publicó en la revista NeuroImage que en el cerebro de un grupo de estudiantes que mentían -sobre haber visto una carta u otra- se activaban áreas distintas que en los de quienes decían la verdad. Langleben ha declarado a la revista Nature que la técnica es fiable en un 88%, y eso parece bastar a los clientes de NoLie. El director de la compañía, Joel Huizenga -que no ha respondido a los correos de este periódico-, dijo hace un año tener ya una docena de clientes, a los que cobraba unos 10.000 dólares (7.000 euros) por análisis. En su web, NoLie se dirige a quienes quieren probar su fidelidad ante parejas celosas; a los padres de adolescentes díscolos; y a cualquiera que vaya a tener una cita amorosa en estos tiempos tan malos para la sinceridad.

La competencia de NoLie es Cephos. Su responsable, Steven Laken, con una carrera en investigación en biomedicina tras de sí, explica por e-mail que el índice de eficacia de su técnica "ha variado del 78% al 97%. Con mejoras sutiles alcanzamos ahora el 97% de precisión". ¿Qué opina Laken de la condena en India? "Buscar en el cerebro las mentiras tiene una base científica mucho más sólida que analizar los rasgos faciales, como hace en EE UU el Departamento de Seguridad Interior; la voz, como hacen miles de comisarías, o el sudor, como hace el Departamento de Defensa. El electro-encefalograma (EEG), la resonancia magnética funcional y el resto de técnicas de detección de mentiras deberían superar el mismo examen, esto es, una revisión rigurosa por expertos independientes". En su opinión, la técnica aplicada en el juicio contra Aditi Sharma -basada en el EEG- "no ha superado las pruebas que exigiría un tribunal estadounidense".

Quedan más preguntas. ¿Y si la técnica realmente llegara a ser fiable? Podría llegar a ocurrir; el problema hoy estriba en la complejidad de la información a procesar, pero no existe un obstáculo fundamental, dice Agnés Gruart, neurocientífica en la Universidad Pablo de Olavide. "El cerebro funciona por la activación de determinados circuitos cerebrales en un tiempo y un orden determinados, así que es perfectamente correcto que alguien determine mediante técnicas de neuroimagen o similares dónde se produce dicha activación, y sus características. El problema es que aún no podemos interpretar de forma precisa este funcionamiento. Todo el comportamiento y el pensamiento están producidos en el cerebro; con más información y refinamiento técnicos podría llegar a describir cómo se generan el comportamiento y el pensamiento".

También Cudeiro diferencia entre hoy y pasado mañana: "Es posible que en un futuro no lejano seamos capaces de encontrar los correlatos neuronales de la intención o de la verdad. En la actualidad la incertidumbre de los datos todavía no lo permite".

Es fácil imaginar: en los aeropuertos no habría que abrir las maletas, sino el cerebro -eso sí, el aparataje tendría que cambiar mucho; hacerse hoy una RMN no es un proceso rápido, ni cómodo, ni para todo el mundo-. Quizás tampoco haría falta jurados, y la policía tendría dispositivos portátiles. Para Javier Sádaba, director del Instituto de Bioética y Humanidades Médicas, "la modificación de la vida sería bastante considerable". Pero es, en su opinión, un escenario creíble: "Estamos entrando en el cerebro a una velocidad sorprendente, los avances son espectaculares y plantean cuestiones estrictamente morales relacionadas con la intimidad". Para Sádaba habría que establecer límites al uso de estas tecnologías, pero debería primar el bien común: "Imaginemos que la vida de 200 personas depende de si alguien miente. No tendría ningún inconveniente en recurrir a estas técnicas".

El mentiroso no da pistas.
"El que menos, miente unas 20 o 30 veces al día", dice el catedrático en ética de la Universidad Autónoma de Madrid Javier Sádaba. La mentira forma parte de nuestra vida. "Pero claro, hay mentiras y mentiras. Las mentiras light, que no hacen daño, la mayoría, serían virtualmente indetectables por una máquina".

Ni por una máquina ni por una
persona, se podría añadir. Varios trabajos psicológicos, como los de Bella DePaulo, de la Universidad de California (EE UU), han demostrado que los humanos no somos buenos detectores de mentiras: en los experimentos los participantes se dan cuenta de que se les está mintiendo sólo la mitad de las veces. Los investigadores advirtieron que, a la hora de detectar a un mentiroso, es fácil dejarse llevar por falsos estereotipos. Uno es que el mentiroso se siente atormentado por su conciencia y vive angustiado. Pero, según DePaulo, hay mentirosos consumados que incluso sienten placer colándola.

La conclusión es que no hay narices de Pinocho. Puede que si la mentira es complicada se hagan pausas más largas al contarla; pero cuando la trola es sencilla puede salir sola.

Las mentiras podrían estar mejor preparadas, de forma que su relato sea más claro, en orden cronológico, mientras que a menudo los hechos reales se narran con titubeos o de forma desordenada.

Además, los buenos mentirosos pueden conocer todos los trucos e inhibirlos, como explica DePaulo en The New Yorker: "No necesitan saber qué distingue a un mentiroso de alguien que dice la verdad; sólo saber qué cree la gente que los distingue".

MÓNICA SALOMONE 19/09/2008
EL PAÍS

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