martes, 24 de abril de 2007

Y en la distancia un llanto ...

Hacía ya más de un mes que se había separado de sus cosas amadas. La distancia, la distancia que hace amar los objetos conocidos mucho más de lo que pensábamos, que nos hace amarlos de una forma sobrenatural, por encima de todo, esa distancia, era la culpable de sus llantos.

En la pequeña habitación que le habían asignado tenía dos ventanas, pero él sólo miraba por la más pequeña, por la que daba al sur. Desde allí pensaba. Le gustaba pensar y ver de vez en cuando algún bando de gaviotas, que surcando el cielo, cortaba por la mitad el único cristal que para él en su cuarto existía, mientras de la lejanía llegaba difuso el balido perdido de una oveja.

Pensó y se dió cuenta de que no se avergonzaba de haber llorado. No lloraba desde hacía un año. Empezó de nuevo a llorar. Llorando, mirando al sur, le llegaban a la mente recuerdos. Recuerdos fuertes que hacían daño, pero a pesar de todo, del dolor interno y del llanto, era feliz. ¿No es fabuloso tener unos recuerdos tan intensos, por los que llegues a llorar de felicidad?


Alejandro Beato Beato - Isle of Eigg. Junio 1.988.

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