martes, 24 de abril de 2007

A sangre fría ...

El día era insoportablemente caluroso, y el efecto invernadero se hacía sentir con demasiada intensidad para ignorarlo. La ignorancia y la insensible estupidez de aquellos que continuaban talando la selva amazónica con el pretexto de abrir caminos para la civilización estaban consiguiendo exactamente todo lo contrario y nos estaban destruyendo a todos.
Los gobiernos títeres del hemisferio sur continuaban demasiado inmersos en sus propios y pecuniarios interés para ocuparse de la ecología y ni siquiera pensaban en sus descendientes, ya que estos hijos y nietos de la corrupción ni siquiera tendrían oportunidad de poder disfrutar de tan mal habido dinero. Aquel día llevaba mi chaqueta en la mano, pues ya no soportaba su peso sobre mi cuerpo. Me desempeñaba en una repartición estatal, y no era bien visto que fuera a trabajar sin ella, aunque la temperatura rondara los 40 grados centígrados, algo que ni siquiera los vetustos equipos de aire acondicionado conseguían mitigar medianamente.
Cuando abrí la puerta del departamento me recibió la vaharada de calor sofocante. No podía quejarme, y si lo hacía para que alguien se apiadara de mí tampoco serviría de nada pues vivía sola. Aquellas que viven solas me van a comprender sin más explicaciones.
Dejé la chaqueta en el perchero y mientras me dirigía al dormitorio, tan minúsculo como el resto del departamento, me quité la blusa empapada en transpiración que se me pegaba al cuerpo. Buscando un poco de aire abrí la ventana que daba casi sobre la medianera del edificio vecino, un edificio un poco más viejo que el que yo habitaba, es decir con una antigüedad que rondaba siete décadas. El reflejo del sol sobre la pared no alcanzó a deslumbrarme porque en el apuro por sacarme la ropa, aún conservaba puestos los anteojos de sol, unas gafas que habían conocido mejores épocas y que tendrían que continuar desempeñando su función hasta tanto y cuanto pudiera reemplazarlas por algunas mas modernas. Pero ahora eso podía esperar, tenía otras urgencias para cubrir y las gafas no representaban ninguna prioridad. Terminada la aliviante tarea de desvestirme, acomodé la ropa que me tenía que volver a poner al otro día y enfilé hacia el cuarto de baño. Las cañerías comenzaron a dejar a escuchar su característico crujido cuando abrí las llaves del agua. El chorrito marrón fue desapareciendo para dar paso a otro chorrito agonizante pero esa vez de agua limpia. Mientras aguardaba a que la bañera se llenara, tenía tiempo suficiente para prepararme un café y aproveché plenamente aquellos segundos de paz. Volví con el jarro de café al baño, el agua había llegado a un nivel bastante aceptable. El agua parecía tan caliente como el resto del ambiente, pero unos segundos después comencé a sentir el alivio que tanto había buscado. La verdad que después de un día tan difícil como el que había pasado, necesitaba ese descanso como algo impensable. Dejé el jarro sobre el borde de la bañera y traté de relajarme, y después de unos minutos lo conseguí aunque a medias. El primer sorbo me supo a gloria y después de la primer pitada al cigarrillo me supo todavía mucho mejor. Extendí el brazo izquierdo para encender la radio y la melodía de un programa de música tranquila inundó el ambiente. Todo parecía de maravillas y disfruté los siguientes minutos de mi tan preciada soledad, hasta que lo vi asomándose a la ventana.
El odio, uno tan recalcitrante que bastaba para encenderme la sangre a niveles insospechados hizo presa en mi. Traté de ignorarlo, pero sus ojos parecían fijos en los míos atento a cada uno de mis movimientos. Siempre odié a los mirones y ese era uno de los más persistentes.
Tomé otro sorbo de café mientras no dejaba de mirarlo de reojo, pero el muy desgraciado permanecía quieto tratando de pasar inadvertido. Sacudí la ceniza del cigarrillo y no me importó que me cayera sobre la pierna que el agua todavía no había alcanzado a cubrir. Me mordí los labios para no soltar el exabrupto que me merecía, no quería que él se diera cuenta de que yo sabía que estaba ahí como lo venía haciendo desde unos cuantos días antes.
Fingí que todo estaba bien y traté de tranquilizarme, aunque mi corazón latía cada vez más rápido y el pulso comenzaba a temblarme. Terminé el café casi atragantándome y le di una larga chupada al cigarrillo.
La confrontación se acercaba y quería tener las manos completamente libres para enfrentarme con ese mirón que ya había llegado al límite de lo soportable. Por dos veces se me había escapado, pero ese día había estado practicando en la oficina y mis reflejos habían mejorado notablemente.
Estaba seguro de poder ganarle y si la fuerza no era un inconveniente, su astucia y su rapidez para desaparecer eran sus mejores armas. Cualquier recoveco le servía para desaparecer y regresar cuando se le diera la gana, como si mi casa fuese la suya.
Quizás era eso lo que más me enojaba, que se paseara por mi casa como si le perteneciera. Como si él hubiese sido el que durante quince años hubiese hecho frente a las cuotas de la interminable hipoteca que había sacado cuando decidí irme a vivir sola.
Y eso era lo que quería: vivir sola, sin que nadie estuviese mirándome cuando se le diera la gana como si mi voluntad no fuera nada que le importara, pero sabia que el momento de la confrontación final había llegado y me iba a esforzar por ser la triunfadora de la desigual contienda.
Traté de mantenerme relajada mientras lo observaba moverse, con la misma sigilosidad de un comando entrenado. No podía dejar de creer que ni siquiera se inmutaba, seguramente estaba preparado para ese tipo de cosas o tenia la cualidad innata para pasar desapercibido, aunque ya no para mi, pues había descubierto su juego, un juego infernal que cada vez me ponía mas nerviosa, pero seguramente a él no le importaba o si le importaba era para que yo me pusiera todavía mas nerviosa.
A veces pensaba que disfrutaba haciendo lo que hacía pero a mi me ponía cada vez más loca, algo que a él parecía divertirle, pues aunque el ángulo no me resultaba favorable me parecía verlo sonreír. Maldito, pensé para mis adentros, ya te queda poco y estoy seguro de que no te vas a reír nunca más.
El enojo no me dejaba pensar con claridad, tanto que decidí hacer un poco de meditación para poder relajarme y actuar con la celeridad y la rapidez de reflejos que la situación imponía.
Una situación que pensé que nunca iba a llegar. Me volví como si lo hiciera casualmente y pude notar que sus ojos estaban fijos en los míos como si me estuviera desafiando. Le sostuve la mirada y el muy cretino pareció que me miraba con total y absoluto desprecio. Eso era más de lo que podía soportar y mis ansias de asesinarlo se incrementaron al punto tal que sentí erizarse los pelos de mi nuca y la piel de mi cuerpo.
Un movimiento mío pareció alertarlo y retrocedió sobre sus pasos, el maldito mirón parecía tener miedo pero solo fue una ilusión pasajera pues rápidamente recuperó el terreno perdido y creo que hasta se atrevió a acercarse un poco mas. Seguro que me consideraba una cobarde, algo que me ponía realmente frenética, mucho más cuando fui una de las pocas que había visto la muerte demasiado de cerca durante la guerra de Malvinas. Allí había terminado de familiarizarme con el uso de las armas y cuando había entrado al baño había llevado conmigo la que me parecía mas efectiva para asegurarme el triunfo.
Aquella era una lucha en la que no iba a dar ni pedir cuartel, al menos yo, él quizás tratara de escapar, pero no estaba dispuesto a tomar prisioneros, no me importa lo que dijera la convención de Ginebra al respecto. Era una lucha a muerte. Tratando de que mis movimientos le resultaran naturales extendí el brazo por encima del borde de la bañera y lo deje quieto allí un rato para que tomara confianza, me pareció que volvía a retroceder, pero un rayo de luz me impidió distinguirlo bien, parecía que tenia miedo y si titubeaba tendría mas ventaja a mi favor. Lo dejé confiarse mientras me puse a cantar bajito para tratar de calmar mi ansiedad, que en ese momento ya era mucha, pero no podía permitirme que él lo supiera, si no perdería toda la ventaja. El sudor comenzaba a correrme por la cara, los ojos comenzaron a arderme mientras trataba de mantener fija la mirada perdida en un punto inexistente en el espacio, el sudor amenazaba con metérseme en los ojos pero no quería hacer el menor movimiento para no alentarlo sobre mis intenciones. Que en ese momento no podían ser otra que las peores. Detestaba a los mirones y los acosadores, esa iba a ser mi manera de vengarme de todos los malditos mirones y acosadores del mundo entero.
Después de lo que me pareció una eternidad las puntas de mis dedos alcanzaron a rozar el arma que había dejado junto a la toalla. El contacto rugoso me devolvió un poco de la confianza que había empezado a perder con el correr de los minutos, estiré un poco más la mano y el contacto se hizo tan intenso que un escalofrío me corrió por la espalda.
Estaba tan concentrada que me olvidé del calor, de la oficina, de lo rutinaria que se había vuelto mi vida durante los últimos meses. Quizás a partir de ese momento se produjera el cambio que tanto esperaba. Un nuevo camino parecía abrirse ante mi y no pensaba desaprovechar esa oportunidad esperada desde largo tiempo antes. Mientras mi mano se cerraba sobre el arma le eché un vistazo de reojo y vi que comenzaba a acercarse mas confiadamente que de costumbre. No podía creer el desparpajo que mostraba, como si yo fuera una rival insignificante a la que se la podía despreciar a su antojo. Los dedos se me pusieron blancos cuando aferré mi arma, la furia asesina se había apoderado de mi y ya no había ninguna posibilidad de que diera marcha atrás. Es más, no quería hacerlo. Era su vida o la mía. Le eché una última ojeada y me pareció que en sus ojos se reflejó una gran dosis de sorpresa cuando de la nada apareció mi mano armada.
El chasquido sonó como un disparo de gran calibre y mi enemigo, el mirón empedernido y desvergonzado que había generado en mi un odio más que acérrimo pareció disolverse bajo el impacto de mi pantufla.
La cucaracha estaba muerta y ya era hora de poder disfrutar de ese baño que tanto me merecía.


Oscar Salatino

No hay comentarios: