Soneto
en que te conocí y me enamoraste;
alegre tarde aquella en que dejaste
de amor y posía el alma llena.
Eras hermosa, complaciente y buena.
Cuando yo te miré tú me miraste
y luego sonreiste y te ocultaste
con virginal rubor, pero sin pena.
En tu sonrisa juvenil y fresca,
que subrayó mirada picaresca,
adiviné yo un mundo de alegrías.
Y pienso, al recordarte tristemente,
que nunca más aureolará mi frente
aquel buen sol de mis primeros días.
Madrid, hace demasiado tiempo ya ...
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