sábado, 21 de abril de 2012

AL LECTOR


Estupidez, error, pecado, mezquindad,
Ocupan nuestras almas, nuestros cuerpos alteran,
Y los remordimientos en nosotros prosperan
Al igual que los piojos en la mendicidad.

Nuestras faltas son tercas, no el arrepentimiento,
Nos hacen pagar caras las confesiones,
Y al cieno retornamos porque nuestros borrones
Creemos que los lava un llanto fraudulento.

Satán el Trimegisto sobre el cojín del Mal
Sin cesar mece nuestro espíritu encantado,
Y este sabio alquimista en mayor ha cambiado
De nuestra voluntad el precioso metal.

¡El sostiene los hilos que nos hacen mover!
En entes repugnantes seducción encontramos,
¡Cada día al infierno un paso más bajamos,
A través de tinieblas hediondas, sin temer!

Igual que besa y roe el seno lacerado
De una vieja ramera un triste libertino,
Queremos aferrarnos a un placer clandestino
Como una naranja que seca hemos dejado.

Como un millón de helmitos, apretado e hirviente,
Un pueblo de demonios ríe en nuestras cabezas,
Y al respirar, la muerte, con oscuras tristezas,
Baja a nuestros pulmones, invisible corriente.

Si el estupro, el veneno, el incendio, el puñal,
No bordaron aún sus formas atrevidas
En la tela trivial de nuestras pobres vidas,
Es porque en nuestra alma no hay osadía tal.

Pero entre las panteras, las lobas, los chacales,
Los monos, las tarántulas, los buitres, las serpientes,
Los monstruos aulladores, reptadores, rugientes,
En la caterva de nuestros vicios fatales,

¡Hay uno más horrible, más perverso e inmundo!
Aunque no grite nunca ni gesticule tanto,
De buena gana haría de la tierra un espanto
Y en un largo bostezo se tragaría el mundo:

¡Es el Aburrimiento! Con su aire lejano,
En su narguile fuma mientras sueña matanzas.
Tú, lector, de ese monstruo sabes las acechanzas:
¡Hipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano.

Charles Baudelaire

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