lunes, 6 de junio de 2011

Del mito de Borg al mito de Nadal

El maravilloso partido de Federer hace aún más valioso el triunfo del español, que se mantiene como número uno, en Roland Garros
El mallorquín iguala los seis títulos del sueco y suma 10 grandes

Entre las tinieblas de la tormenta y los aullidos de la grada ("¡Ro-ger! ¡Ro-ger!"), cuatro pelotas deciden el destino de Rafael Nadal (7-5, 7-6, 5-7 y 6-1) ante el suizo Federer y la conquista de su décimo título grande, que es su sexto Roland Garros, igualando el récord del sueco Björn Borg, el mítico hombre de hielo.
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La final coronó al balear y el torneo, al suizo, que solo se inclinó ante el número uno
El español, que con la victoria mantiene el número uno mundial, compite en la cuarta manga rodeado de malas señales. Federer llega lanzado tras imponerse en la tercera con un tenis vertiginoso, lleno de precisión y furia. Inmediatamente, el suizo se procura un 0-40 sobre su primer juego al saque (0-0). Para el número tres es ahora o nunca. La grada chilla. Su palco grita. Nadal gestiona cada una de esas pelotas sin agobios. El huracán acaba en silbido. El mallorquín mantiene el saque y empieza a buscarse el futuro con un vendaval de derechas altas sobre el revés de su rival. Al poco, la misma situación se produce a la inversa. Es 1-2 y 0-40 para Nadal sobre el saque de Federer, que ya ha vivido de todo en el partido: una salida fulgurante y frenada, un parón de 10 minutos por la lluvia en la segunda manga del que vuelve para recuperar la ventaja perdida (de 4-5 a 5-5), un desempate terriblemente mal jugado en el segundo set y ahora, en el momento decisivo del cuarto parcial, tres bolas de rotura en contra. A la primera, tiembla y cede. Ya no volverá al encuentro.

Mucho antes, sin embargo, hubo otro partido. A su llegada a la pista central, está el público en pie para recibir a los tenistas. El ceremonial tiene más que ver con los protagonistas que con el título en juego. Federer aparece como el animal que huye del fuego, sin mirar a los lados, sin preguntar nada, por el camino más rápido y directo. Suyos son seis de los primeros ocho puntos. Suyo es el primer break. Suyo un servicio impecable (81% de primeros saques), que le va dando puntos gratis sin que Nadal pueda hacer nada. Es un sueño hecho tenista. No hay nada que ese jugador se proponga y no realice. El número uno no forma parte del partido. Es Federer contra Federer. Son Federer y sus circunstancias. Nadal quiere un combate cuerpo a cuerpo y la salida del suizo produce un baile trepidante. Corre más rápido el marcador que el segundero. Federer disfruta. Nadal reniega. El tanteo lo dice todo: 5-2 y bola de set al resto para el helvético.

El número tres decide definir ese punto con una dejada que siga sangrando cuando el set ya sea suyo, con un tiro que marque a Nadal a fuego. Parece perfecta, el verso suelto de un gran poeta, hasta que llega el juez árbitro, que la sentencia como mala por lo que mide un mosquito. Media hora después, Federer ha encajado un 0-7, ha perdido esa manga 7-5 y va un break abajo (2-0) en la segunda. Nadal, ya se sabe, es de puro granito. Un competidor genial y único.

Federer, claro, no entiende nada. Las estadísticas explican mucho. Según avanza el encuentro, baja su porcentaje de acierto con el saque (68%), lo que le resta capacidad de decisión y de dominio (solo ganó el 39% de los puntos con el segundo). Con más peloteos, empieza a cocerse al fuego de Nadal. Ya no es ese tenista ligero, sino uno más reconocible, fallón con el revés y embrujado por las recuperaciones de su adversario. El español juega sin pensar en el marcador, insensible a las ventajas perdidas en la segunda manga y la tercera, artista que mezcla talento y sufrimiento. Federer es otra cosa. Unas veces es el mito campeón de 16 grandes. Otras, el hombre que ha perdido contra Nadal tantas finales. En los momentos decisivos, la persona se impone a la leyenda. Nadie mejor que el mallorquín cuando todo se decide desde la mente y las emociones.

La final corona a Nadal. El torneo, a Federer.

El español deja París con un grande más tras superar su mala primera semana y sin enfrentarse al fantasma de Novak Djokovic, que le ha ganado cuatro finales en 2011. Ese fue el mérito de Federer, verdugo del serbio en las semifinales: demostrar que sigue vivo para los grandes escenarios y que su rivalidad con Nadal todavía no está lista para ser historia. Ocurrió en Roland Garros: el suizo solo se inclinó ante un campeón extraordinario.
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JUAN JOSÉ MATEO - París - 06/06/2011
EL PAÍS

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