martes, 5 de octubre de 2010

LA ÚLTIMA HOJITA DE OTOÑO

¿Qué sucede? Los días comienzan a acortarse, raudas bandadas azabache se alejan hacia el norte.

Los rayos del sol que iluminan mi dermis, los siento cada día más débiles. ¿Qué pasa con mis hermanas? Su hermoso y brillante color verde se está transformando en un amarillo... que no me parece nada saludable. Las siento ansiosas, excitadas, temblorosas. Hasta que un día comienzan a caer, una tras otra. Se atropellan, saltan, juegan con la brisa, caen hasta el suelo y vuelven a elevarse en remolinos. Quiero detenerlas, gritarles ¡Vuelvan!.

Mi padre árbol, al ver mi desesperada impotencia, ríe bonachón diciendo. _ Es su destino, han terminado su ciclo, tu también deberás marcharte.
- Me estremezco de miedo y hundo más mi vaina en el nudo. Mis hermanas siguen danzando, y quedan amontonadas unas sobre otras al borde de la acera. Llega un hombre que pala y escoba en mano, las recoge y las hecha todas juntas en un gran tacho con ruedas, sigue recogiendo y siguen cayendo. Miro con temor mi epidermis, está tan verde y lozana como siempre. Por esos misterios de la naturaleza, la savia sigue llegando a mí.

Ya todas mis hermanas han caído, soy la única sobreviviente. Se que pronto llegará el momento en que yo también... ¡No! ¡No quiero ni mencionarlo! No puedo resignarme. No quiero ir en ese tacho a... ¿Quién sabe qué espantoso lugar?.
- No, yo sé, yo presiento que mi destino es otro.

La voz dulce de mi padre me anima,_¡Vamos pequeña! No seas remolona, es el destino de todas las hojas caducas... y ya es otoño_. Suavemente desprende mi vaina de su tallo y comienza mi descenso vertiginoso.

Un viento suave y húmedo viene a jugar conmigo. Comenzamos a dar unas vueltas, pero no tengo deseos, ni alegría; viento se vuelve brusco; por momentos me arrastra por el suelo, me estrella contra la pared._ ¡No seas bruto! ¡ Arruinarás mi limbo!_ (presiento que debo mantener mi belleza, se que algo va a ocurrir) Viento, ofendido me grita con un soplido final. _¡Presumida!_ Y me deja tirada en el medio de la vereda. ¡Grosero!.

Pero... ¡ay! Creo que aquí empieza mi verdadero tormento. _¡Ay ¡ ¡ay! ¡pero señora! ¿Por qué no se fija lo que pisa? Además... podría bajar un poco de peso ¡eh!. ¡Ay, me duelen todas las nervaduras!. ¡Oh, no! ¡No! ¡Esto es el colmo! Es lo último que puede soportar una pobre hoja como yo. ¡No! ¡fuera! ¡fuera pichicho!... puaajj! ¡Qué Ignominia!.

Algo increíble ocurre... una hermosa niña, de tez morena, largos cabellos y grandes ojos oscuros, me levanta, me limpia cuidadosamente, me observa con interés: el borde, las nervaduras, la lámina, el pecíolo... por fin, con un gesto de aprobación, me coloca dentro de un libro gordo y malhumorado que aprieta sin piedad mis nervaduras.

Con el paso de los días la presión va cediendo.
¿Qué será de mí? ¿Será este mi destino presentido? ¡Qué tremendos deseos de llorar! ¿Por qué no seré como el resto de mis hermanas? Que no piensan, ni sienten, ni... Pero... el libro se abre, las suaves manitos de la niña morena (con singular delicadeza) me depositan sobre una blanquísima cartulina, pone sobre el pecíolo una cinta pegajosa que me mantiene firme. Una tapa de cartón me encierra suavemente. ¡Cuánta paz! ¡Me siento tan bien! Aunque... un poco sola.

¡Oh! ¿Qué ocurre? ¿Un terremoto? ¡Todo se bambolea, gira!. ¡Qué golpe! ¡¡Ay!! Mi estructura está a punto de resquebrajarse. Por fin quedo quieta. Unos ojos claros ( en un rostro con los mismos rasgos de la niña, pero menos moreno) me miran un momento. (tiene algo en la boca que succiona permanentemente y emite sonidos ininteligibles). De pronto... ¡Horror! su mano cae bruscamente sobre mí: una , y otra, y otra vez. Golpea, me zarandea, me aplasta, tira del pecíolo tratando de arrancarme. ¡Pobre de mí!. Cuando ya veo acercarse mi fin, aparece la niña con su mirada entre asustada y furiosa, pero al verme intacta, se dulcifica. Sus dedos acariciantes parecen aleteos de mariposas. El pequeño monstruito, mira con los ojos muy abiertos, estira su mano hacia mí... y yo... ¡Tiemblo! Pero solo me roza con mucho cuidado. Casi... bueno... sin el casi, podría decir que me he encariñado con él ¡ Me encanta! Cuando posa su dedito regordete sobre mí.

Luego de un corto viaje, creo haber llegado. “por fin” a mi destino definitivo.Me colocan en una pequeña caja con vidrio en la parte superior: Y todos los días, en sus blancos guardapolvos, decenas de caritas hermosas se asoman y me miran. Y siento... siento... ¿Qué siento?... siento como si... como si por mis nervaduras volviese a correr la savia como si los ojitos pícaros e inocentes, plenos de amor, fuesen los rayos del sol, como si mi epidermis volviese a liberar oxígeno, como si con ellos llegara cada día la vida. Y siento... siento algo muy parecido a la felicidad.

Paty Sartori
Corral de Bustos-Argentina.

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