57º Festival de San Sebastián
Recuerdo determinados festivales por haber sido privilegiado testigo de una película que te remueve el alma, que te provoca esa infrecuente revelación de que has conocido una obra maestra, algo que conecta a niveles superiores con tu sensibilidad, con tu comprensión y con tu inteligencia. He visto en este festival cómo irresponsables, o miopes, o mezquinamente estratégicos jurados, en los que supones debido a su arte individual que poseen una notable capacidad para valorar lo incontestablemente bueno, se pasan por sus arrogantes genitales películas maravillosas tituladas Muerte entre las flores y Promesas del Este. Porque el progresismo del jurado deduce que el internacional talento de sus autores y de los protagonistas no necesita el aval de un galardón, porque hay que tirarse el infame e inútil rollo premiando lo exótico, lo diferente, lo radical, lo inestrenable.
'El secreto de sus ojos' ha sido ignorada ladinamente en el palmarés.
No es el caso de esta edición. Han premiado la película china Ciudad de vida y muerte, una gran producción que tiene el aliento, la complejidad, la fuerza visual, el emotivo retrato de personajes, la capacidad para estremecer al espectador con lo que ocurre en una conquistada ciudad china en la que todo está permitido para los depredadores invasores japoneses, en la que te cuentan con expresividad, lucidez y sentimiento la angustia de los que intentan sobrevivir al estratégico holocausto pero también el tormento, las contradicciones, la humanidad y el sentido de culpa de algunos ganadores a los que el ardor guerrero y la permisividad de que todo vale con el vencido no acaban de convencerles. Te admira la capacidad del director Lu Chuan para hablarte con imágenes tan potentes, con intensidad, épica, veracidad, ferocidad, lirismo y sentimiento de tantas historias individuales en medio de una tragedia colectiva.
Y en mi caso, me resulta insólito respetar y admirar una película china, cinematografía que logra frecuentes orgasmos en fulanos muy raros y profundos, tan vanguardistas y malditos como transparentemente mal pagados. Pero resulta que el arranque de Ciudad de vida y muerte reúne estimulantes parecidos con el inicio de Salvad al soldado Ryan y con el espeluznante desarrollo de La lista de Schindler. Aclarada mi admiración por esta contundente reconstrucción de otra barbarie de la historia, no tengo más remedio que juzgar la injusticia ante el disparate de que no le hayan concedido ningún premio a una película que se los merece todos. Aunque mi trabajo esté muy bien pagado, a veces me siento desaprovechado o imbécil cuando tengo que hablar día tras día en los festivales de un aluvión de películas cuya cochambre ustedes no van a tener que sufrir nunca porque son inestrenables, aunque su selección en subvencionados festivales les permita comer bien durante todo el año a los impresentables autores y a los cultivados espíritus que organizan y promocionan el cultural negocio. En este venturoso caso, la pueden ver ustedes porque ya ha tenido su lógico y puntual estreno comercial. Esa despreciada obra de arte se titula El secreto de sus ojos, una historia dura y tierna, maravillosamente contada por Juan José Campanella, a la que han ignorado ladinamente en el palmarés. Mi economía no se atreve a asegurar que le pago la entrada a cualquier espectador decepcionado que siga desde hace tiempo mi concepción del cine, pero si saben de lo que llevo hablando toda mi vida respecto al cine y se sienten medianamente cómplices, vean esta maravillosa película. Es de las que hacen sentir, en las que todo adquiere sentido, extraordinariamente interpretada y vivida por Ricardo Darín y por Soledad Villamil, ese bellezón de mujer y de actriz.
Si el trabajo de esos actores argentinos me parece que está más allá del elogio, me gusta mucho que hayan premiado a la poderosa, irónica, turbadora y entrañable química que establece la siempre modélica Lola Dueñas con su insólito compañero Pablo Pineda, un hombre con síndrome de Down y excepcional en lo bueno y en lo malo, alguien que va a encontrar su único y justificado lugar como actor con esta interpretación.
Que el premio al mejor director a ese profesional del estilo vacío, de los muermos con pretensiones metafísicas, le sirva al tal Javier Rebollo para que se disputen el estreno de sus películas en los festivales vanguardistas y radicales, que algunos espíritus afines al suyo le dediquen un ensayo riguroso (pagado por alguna trascendente filmoteca, asociación cultural, museo vanguardista, "hola, universalista Chema Prado, viajero gubernamental aunque sofisticado, entrañable amigo de los infinitos y artísticos amigos, fraternal mecenas con fondos públicos de cualquier imbécil que haya gozado de moda culturalista"), me parece normal en un festival de cine, pero que esto no induzca a depresión o a desconfianza en su arte a un director tan bueno como Campanella en El secreto de sus ojos. Lo del premio especial del Jurado a François Ozon es menos irritante, pero da igual. El tal Cantet, presidente del jurado y apresuradamente glorificado por reproducir la vida sin artificios, tenía la obligación de pillar algo para sus colegas del cine francés, más caro, mejor recibido en su país, pero igual de infame que la mayoría del cine español. Ese que también me hace feliz con películas tan frescas, inteligentes y defendibles como Tres días con la familia, Celda 211 y Pagafantas.
He pasado este festival en brumas, con enorme trabajo para concentrarme en lo que me ofrecía la pantalla, con el tormento de saber que está muy malita una persona entrañable que junto a su marido me ha dado hospitalidad, refugio, comprensión, cariño y mimo en este festival a lo largo de 20 años. Quiero decir: que me la sudan las películas, que mi cabeza y mis sentidos estaban en otra parte, anhelando el milagro.
A pesar de esas horrorosas circunstancias han existido algunas películas que me han hecho revivir. Un festival sólo aceptable, como éste, me parece un lujo al lado de la impune pesadilla con la que te castiga la Mostra en los últimos años. Pesadilla amortizada con fondos públicos, dirigida por un grotesco intelectual de izquierdas que resulta tan abyecto en su política cultural como el impresentable Berlusconi. Aquí se lo curran, les puede salir mejor o peor, pero son profesionales, intentan crear algo vivo aunque no puedan disponer del material que puede elegir la esperpéntica Mostra veneciana. Mis responsabilidades hacen que no haya podido revisar lo que más me apetecía, la obra de un señor llamado Richard Brooks. Y la mayoría de lo que exhiben en la sabrosa Zabaltegui ya lo he visto en otros festivales. Pero siempre me quedará el recuerdo de El secreto de sus ojos.
LOS PREMIADOS
- Concha de Oro a la mejor película: City of life and death (China), de Lu Chuan.
- Premio especial del jurado: El refugio (Francia), de François Ozon.
- Concha de Plata al mejor director: Javier Rebollo, por La mujer sin piano.
- Concha de Plata a la mejor actriz: Lola Dueñas, por Yo, también.
- Concha de Plata al mejor actor: Pablo Pineda, por Yo, también.
- Premio a la mejor fotografía: Cao Yu, por City of life and death.
- Premio al mejor guión: A. Bowell, M. Reeves, P. Cornelius y C. Tsiolkas, por Blessed (Australia).
- Premio Nuevos Realizadores: Le tour où Dieu est parti en voyage (Bélgica), de Philippe Van Leeuw. Mención especial: Sammen / Together (Noruega), de Matias Armand Jordal.
- Premio Horizontes: Gigante (Uruguay), de Adrián Biniez.
Si te ha interesado esta información, te recomendamos:
· Personaje: Carlos Boyero
· Tema: Festivales de cine
· El triunfo de una pareja singular
CARLOS BOYERO 27/09/2009