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Si quiero que funcione debe de ser exacto.
Entonces no he cantado, he contado
de uno en uno los muertos que llevamos
Me he sentado ante mi mesa, y he apuntado
sus nombres y apellidos. Sin comentarios.
Al llegar al noveno ya estaba llorando
pero hacia dentro. Sin comentarios.
Veintidós, veintitrés y veinticuatro.
La rabia me retorcía. Las lágrimas corrían.
Pero había que tragarlas. Sin comentarios.
Treinta y tres. Treinta y cuatro.
¿Se pueden llevar más lejos el dolor y el espanto?
He tirado mi boli. He suspirado pensando:
Cumplí lo que podía. Mi poema ha terminado.
Y entonces un amigo me ha anunciado
que acaban de matar al treinta y ¿cuántos?
Gabriel Celaya
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