viernes, 11 de enero de 2008

Sí, sí, sí...

Desde el silencio que me rodea escucho hablar a mi esposa y a todos vosotros, dirigiéndoos a mí. A pesar de vuestro disimulo, observo la inseguridad que os guía en las recomendaciones que intentáis que asimile. Queréis que siga vuestros consejos y que actúe como se espera de mí, pero esto ya no depende ni de vuestras sugerencias, ni de mi voluntad. ¡Qué ilusa!, ¡ qué ilusos!, aún creéis posible que mi antigua serenidad vuelva a acomodarse en mi cerebro, y que ponga en orden mi desasosiego. Estoy indignado con la falta de respeto que se tiene hacia mi condición, y con el comportamiento tan poco cívico del destino.

Ella intenta atraer mi atención y conseguir que la confianza que siempre ha presidido nuestras relaciones, siguiera latente entre nosotros. Mi gorgoteo incomprensible quiere llamar su atención o distraerle de su compromiso para liberarle de éste. Me gustaría trasladarle una de mis anteriores intenciones, como era la de escribir un libro en el cual le relataría mi vida, pero esto no será posible si no dispongo de una guía que me dirija... o algo; algún consejo que me resuelva el orden que debo de seguir para plasmar mi realidad. En otras circunstancias – en mis anteriores circunstancias- hubiera sido capaz de construir un mundo desde el cuál poder entrar y salir en infinidad de ocasiones. Y ser cantor y ser embustero..., y ser ángel y ser demonio. Efectivamente se puede entrar y salir desde ese mundo que yo habitaba; desde el mundo que habito ahora, ya no.

Pero ella es tenaz, incapaz de aceptar mi realidad y la suya. Cree que aún puedo ser capaz de inventar un hábitat a nuestra medida igual al que disfrutan una paloma torcaz junto a un ruiseñor de plumaje gris-anaranjado. ¿Cómo es posible indicarle que desde mi mundo ya no es posible retornar? Un hombre me mira dentro de los ojos; pretende que estos le digan algo. Yo sólo puedo hablar con mis ojos y con estos le digo: Estoy habitando en un mundo que alguien ha fabricado a mi medida, aunque la verdad, no ha tenido que esforzarse mucho, sin embargo para transitar por aquí, me hace falta la ayuda vuestra tolerancia para que entendáis mi comportamiento. Éste no es el que dejan entrever mis gestos y mis palabras, las cuales se vuelven torpes y atropelladas, y consigo que no sean coherentes. Y lo siento; naturalmente que lo siento. Afortunadamente, soy capaz de entender vuestras miradas, las que a veces disfrazáis de compasión y alguno de alegría. En realidad he dejado de ser un estorbo para muchos de vosotros, y una preocupación para varios más; un número menos en la estadística que fabricáis, y un consumidor inútil para vuestros productos, un rival para el silencio y un amigo para el sereno, al cual acompañaré en su soledad y tal vez en el frío.

Tengo infinidad de cosas que deciros, sin embargo, me doy cuenta de que a nadie le interesan. Me habéis reducido a un espacio interno, y yo me he agazapado en mi ostracismo. Vuestras simplezas no pueden sacarme de él. Desde aquí quisiera que ella no se esforzara más y que me deje circular por el sendero que se presenta ante mí, donde siempre encuentro el mismo obstáculo..., los mismos obstáculos ya que son cientos de ellos: mi incapacidad para reírme, para llorar, para guardar silencio en determinadas circunstancias, y es posible que para sentir. Sentir que no puedo contestar a su llamada, a su risa, y que ya no puedo acompañarla.

Es fácil que os confundan mis aspavientos y que os parezcan gestos incontrolados y sin sentido, pero yo sé lo que me hago, y sé que estoy habitando en territorios inalcanzables inacabados y complicados para vuestro entendimiento, pero para mí, misteriosos y atractivos. Evidentemente no comprendéis la fascinación que me embarga. Varias veces me había planteado que mi retorno fuera inaccesible para el desaliento y es muy posible que ahora lo esté consiguiendo.

Me habíais hecho creer que mis vivencias iban a ser capaces de conformarme, pero no me brindabais ninguna alternativa para ello. Sólo que detrás de unas cañas, detrás de una sonrisa, permanece inalterable mi utopía de la cuál no puedo desprenderme. También me decís – porfiando en vuestra intención- que puedo inventar un mundo a mi medida..., pero no os dais cuenta de que yo ya estoy habitando en éste. Y entro y salgo de él las veces que quiero. No tengo nada que decir y me alejo, y cuando necesito comentaros alguna anécdota, vuelvo. Esta vez he vuelto porque quiero redactaros mi vida, pero me hace falta la ayuda de alguna quimera para plasmar mi realidad. Plasmar no sería el término adecuado, ya que este vivir mío sólo es una anécdota y a pesar de eso, tengo infinitas cosas que decir. Y sin embargo me aterra pensar que nadie me va a escuchar. Vuestra recomendación para que salga de mi ostracismo es una constante que se repite en mi vida y nunca os hago caso, ya que siempre encuentro el mismo obstáculo. A pesar de mi esfuerzo no consigo que ninguna de vuestras pretensiones consigan encandilarme, y nada más lográis que mi mirada se vuelva torva e insensible, y a veces temerosa. Ya no puedo continuar andando en vuestro mismo camino, aunque la senda que me había trazado era atractiva, y eso tal vez fue mi perdición. Desbocado, mi afán fue desbocado en busca de la meta que habíais diseñado para mí, y acaso la imposibilidad de conseguirla ha hecho que deje de lado todas las pretensiones que a pesar de que no eran mis auténticas necesidades, las asumí como tales. Muy tarde me di cuenta del error que estaba cometiendo con mi vida. Ésta es una de las causas para mi negativa, pero aún hay más. Lo difícil es que consiga catalogarlas cronológicamente: ¿Cuál es la principal?, ¿cuál la que ha decidido por mi?, ¿cuál es la que puede hacerme retornar?, ¿cuál la que continua empujándome? Y ¿cuál la que me aleja de su lado?

Desde el silencio que me rodea escucho hablar a mi esposa y a todos vosotros, dirigiéndoos a mí. A pesar de vues-tro disimulo, observo la inseguridad que os guía en las recomendaciones que intentáis que asimile. Queréis que siga vuestros consejos y que actúe como se espera de mí, pero esto ya no depende ni de vuestras sugerencias, ni de mi voluntad. ¡Qué ilusa!, ¡ qué ilusos!, aún creéis posible que mi antigua serenidad vuelva a acomodarse en mi cerebro, y que ponga en orden mi desasosiego. Estoy indignado con la falta de respeto que se tiene hacia mi condición, y con el comportamiento tan poco cívico del destino.

Ella intenta atraer mi atención y conseguir que la confianza que siempre ha presidido nuestras relaciones, siguiera latente entre nosotros. Mi gorgoteo incomprensible quiere llamar su atención o distraerle de su compromiso para liberarle de éste. Me gustaría trasladarle una de mis anteriores intenciones, como era la de escribir un libro en el cual le relataría mi vida, pero esto no será posible si no dispongo de una guía que me dirija... o algo; algún consejo que me resuelva el orden que debo de seguir para plasmar mi realidad. En otras circunstancias – en mis anteriores circunstancias- hubiera sido capaz de construir un mundo desde el cuál poder entrar y salir en infinidad de ocasiones. Y ser cantor y ser embustero..., y ser ángel y ser demonio. Efectivamente se puede entrar y salir desde ese mundo que yo habitaba; desde el mundo que habito ahora, ya no.

Pero ella es tenaz, incapaz de aceptar mi realidad y la suya. Cree que aún puedo ser capaz de inventar un hábitat a nuestra medida igual al que disfrutan una paloma torcaz junto a un ruiseñor de plumaje gris-anaranjado. ¿Cómo es posible indicarle que desde mi mundo ya no es posible retornar? Un hombre me mira dentro de los ojos; pretende que estos le digan algo. Yo sólo puedo hablar con mis ojos y con estos le digo: Estoy habitando en un mundo que alguien ha fabricado a mi medida, aunque la verdad, no ha tenido que esforzarse mucho, sin embargo para transitar por aquí, me hace falta la ayuda vuestra tolerancia para que entendáis mi comportamiento. Éste no es el que dejan entrever mis gestos y mis palabras, las cuales se vuelven torpes y atropelladas, y consigo que no sean coherentes. Y lo siento; naturalmente que lo siento. Afortunadamente, soy capaz de entender vuestras miradas, las que a veces disfrazáis de compasión y alguno de alegría. En realidad he dejado de ser un estorbo para muchos de vosotros, y una preocupación para varios más; un número menos en la estadística que fabricáis, y un consumidor inútil para vuestros productos, un rival para el silencio y un amigo para el sereno, al cual acompañaré en su soledad y tal vez en el frío.

Tengo infinidad de cosas que deciros, sin embargo, me doy cuenta de que a nadie le interesan. Me habéis reducido a un espacio interno, y yo me he agazapado en mi ostracismo. Vuestras simplezas no pueden sacarme de él. Desde aquí quisiera que ella no se esforzara más y que me deje circular por el sendero que se presenta ante mí, donde siempre encuentro el mismo obstáculo..., los mismos obstáculos ya que son cientos de ellos: mi incapacidad para reírme, para llorar, para guardar silencio en determinadas circunstancias, y es posible que para sentir. Sentir que no puedo contestar a su llamada, a su risa, y que ya no puedo acompañarla.

Es fácil que os confundan mis aspavientos y que os parezcan gestos incontrolados y sin sentido, pero yo sé lo que me hago, y sé que estoy habitando en territorios inalcanzables inacabados y complicados para vuestro entendimiento, pero para mí, misteriosos y atractivos. Evidentemente no comprendéis la fascinación que me embarga. Varias veces me había planteado que mi retorno fuera inaccesible para el desaliento y es muy posible que ahora lo esté consiguiendo.

Me habíais hecho creer que mis vivencias iban a ser capaces de conformarme, pero no me brindabais ninguna alternativa para ello. Sólo que detrás de unas cañas, detrás de una sonrisa, permanece inalterable mi utopía de la cuál no puedo desprenderme. También me decís – porfiando en vuestra intención- que puedo inventar un mundo a mi medida..., pero no os dais cuenta de que yo ya estoy habitando en éste. Y entro y salgo de él las veces que quiero. No tengo nada que decir y me alejo, y cuando necesito comentaros alguna anécdota, vuelvo. Esta vez he vuelto porque quiero redactaros mi vida, pero me hace falta la ayuda de alguna quimera para plasmar mi realidad. Plasmar no sería el término adecuado, ya que este vivir mío sólo es una anécdota y a pesar de eso, tengo infinitas cosas que decir. Y sin embargo me aterra pensar que nadie me va a escuchar. Vuestra recomendación para que salga de mi ostracismo es una constante que se repite en mi vida y nunca os hago caso, ya que siempre encuentro el mismo obstáculo. A pesar de mi esfuerzo no consigo que ninguna de vuestras pretensiones consigan encandilarme, y nada más lográis que mi mirada se vuelva torva e insensible, y a veces temerosa. Ya no puedo continuar andando en vuestro mismo camino, aunque la senda que me había trazado era atractiva, y eso tal vez fue mi perdición. Desbocado, mi afán fue desbocado en busca de la meta que habíais diseñado para mí, y acaso la imposibilidad de conseguirla ha hecho que deje de lado todas las pretensiones que a pesar de que no eran mis auténticas necesidades, las asumí como tales. Muy tarde me di cuenta del error que estaba cometiendo con mi vida. Ésta es una de las causas para mi negativa, pero aún hay más. Lo difícil es que consiga catalogarlas cronológicamente: ¿Cuál es la principal?, ¿cuál la que ha decidido por mi?, ¿cuál es la que puede hacerme retornar?, ¿cuál la que continua empujándome? Y ¿cuál la que me aleja de su lado? Me colocan dentro de un aparato que destellan miles de luces y emite sonidos que martillean mi cerebro, e intentan que el eco les traslade mis inquietudes, pero éste, está aletargado. Es posible que sea yo mismo el que lo ha adormecido. Ahora ya se repiten siempre las mismas circunstancias, por eso los episodios que vivo pasan desapercibidos para vosotros, y es posible que mis movimientos no os llamen la atención y penséis que son gestos incontrolados y sin sentido, desconectados de las normas en uso, pero ya os he dicho que yo sé lo que me hago. Yo sé que habito en territorios inalcanzables en el que ocupan un lugar preeminente los enigmas y vuestra fascinación por resolverlos. A veces me sumerjo en un cuento en el que tienen cabida todas mis aventuras, sobre todo las de ayer... ¿las de hoy? Las de mi presente. Si tuviera las mismas facultades de antaño, seguro que sería capaz de trazarme un cauce por donde discurrir y poder ser el dueño de mi navegación. Ser capaz de transformar mi desenlace en una fantasía, y que me acompañe cuando deambulo por la calle, alarmando a vuestra indiferencia. Alguno me tildáis de loco y yo lo admito.

Admito que todos estamos locos. ¿Quién de vosotros no ha tenido sueños en los que un hada le brindaba tres oportunidades de conseguir otros tantos deseos? Yo sí, lo difícil ha sido conformarme con tres oportunidades, ya que son cientos de desarreglos los que veía a mí alrededor, y cada grito que sale de mi garganta es el recuerdo de alguno de ellos. Y grito por el mar, y grito por el cielo, por el canario enjaulado y por la paloma libre, por mi perro y su ladrido prisionero, por mi sueño y por la ausencia, por un consejo desoído, por un futuro inacabado y por un presente sin comenzar. De nuevo quiero contactar con vosotros ya que tal vez, me ayudéis a decidir si la elección que he escogido es la correcta. Así será más fácil que asuma ésta como una escapatoria, y que desestime las múltiple negativas que yo he materializado, y que me pregunte el motivo por el cuál quiero irme. Me pregunto cuáles serán vuestras peticiones; seguro que una de ellas es el deseo de que os corresponda algún premio en el juego, y ya ves, a mí eso, apenas me interesa. ¿No lo comprendéis, verdad? Veréis en mi desorientación, pero sólo estoy disfrazando mi vida y aprovecho la contingencia de que me consideráis “ no apto “ para hacer lo que me interesa. Para vosotros sólo son decisiones sin fundamento. Unos lazos invisibles mueven mis brazos y en ocasiones los adecuan a vuestro deseo. El mío, mi deseo, ha sido sustituido y destruido; un Dios vengativo y cruel decide mantenerme en esta postración. Ojalá penséis que todo lo que os digo tiene algún fundamento.

Mis alaridos, los que a menudo os estorban y otras veces os alborozan, asustan a algunos niños, y a mí se me hace imposible adivinar el motivo para ese miedo, ya que sólo son lamentos, sólo es mi lamento por la vida que alguien me está haciendo arrastrar. Ésta, tal vez os parezca artificial; para mí es fantástica, sobre todo cuando paso alguna página de ella, imperceptible para todos vosotros que no sois capaces de ver el lienzo del que dispongo para plasmar mi realidad. Y lo mismo que vosotros debo amueblar mi vida o enturbiar este lienzo que se muestra inacabado ante mi ausencia, y tal vez por eso, tengo alguna ventaja sobre vosotros. Deberíais de introduciros en mi mundo y comprobar lo que os digo. En efecto he pasado una de mis páginas, y desde mi actual precario entendimiento, la veo impoluta, llena de rasgos y de mensajes que deberíais de seguir para mantener vuestro frente en común con el mío. Me han dicho muchas cosas, seguramente las mismas que a vosotros, y estamos tomando diferentes soluciones. ¿Es la vuestra más agradable?

De verdad, nada más veo que aún podéis escalar las metas que os han marcado y pensáis que son vuestros auténticos deseos. La diferencia entre vosotros y yo, es que aún podéis conseguirlo. Yo, ya no, Yo ahora entono canciones, y éstas retumban en mi cabeza repitiendo el estribillo, y en mi interior adquieren diferentes matices, a pesar de que es la misma canción y nadie la escuche, e intento que ninguno vea la posibilidad de que la mía esté envuelta en euforia y que hago caso omiso de vuestros argumentos. No sois capaces de escuchar la suave melodía que me componen los pájaros en el cielo, cuando mi canto suena en el mismo momento del amanecer y les obligo a levantar el vuelo. Con las primeras luces del alba los observo como huyen hacia el sol, pero antes me dibujan en el cielo formas muy curiosas, siguiendo la estela que marca el primero de ellos; a éste, le ordeno le ordeno que gire a la derecha, y los siguientes le siguen estilizándose y componiendo la vistosa melodía que os he dicho, y que sólo yo tengo el privilegio de escuchar y saludar con el vaho de mi aliento.

Nunca me equivoco ya que si giran a la izquierda, yo rectifico mi orden. Un noctámbulo que pasa por mi lado suelta un bufido de complacencia, o de desagrado, según haya transcurrido su noche. La mía ha pasado cómo la de ayer y cómo pasará la de mañana; soy consciente de que voy a hacer un requerimiento inútil: también he estado en la misma posición que vosotros, y seguramente sentiría la misma pena que sentís vosotros al verme, y que yo sentía al mirar la confusión de otro. Ahora la confusión impera en mi alma y abotarga mis sentidos.

Pero el mismo sol no hace distinciones entre vosotros y yo... pero... calificar mi mal como más os plazca y refugiaros en mi melancolía o imaginaros que llevo conmigo una alegría desbordante. Es posible que así justifiquéis mi sonrisa, y podáis apuntaros un tanto a vuestro favor, o una excusa. Podéis decir que me río gracias a algún comentario que hacéis en mi presencia, pero no. Vuestras interjecciones ya no me hacen gracia y sólo escucho palabras que no respondo. Nada más respondo al silencio. No puedo sustraerme a oír las frases que vienen desde mi interior, aunque apriete mis oídos para no escucharlas ya que me relatan mi vida, que aunque ya no forma parte de mí, me recuerda mi primer fracaso. Un fracaso igual al que estoy viviendo ahora.

Sólo era un primer desnivel, pero mi retirada fue patética ante él. No, apretar mis manos sobre mis oídos no es ningún gesto de anomalía, si acaso, de desesperación. ¿No es tan peligrosa mi conducta, verdad? A veces desconcertante, lo reconozco, como el día que volando, volando, con impulso me dirigí hacia un estanque donde introduje la cabeza y el tórax. El frescor del agua me devolvió a mi realidad. Era de los días en que entero de cómo transcurre ésta y no me gusta, pero no puedo escapar de ella. Era necesario que disimulara mi azoramiento y es lo que quise hacer para acallar las risas de los presentes. Me limité a pegar unos cómicos saltitos que acrecentaron el regocijo de los espectadores. Me dirigí hacia uno de los árboles del parque para que se respetara mi intimidad. Mi disimulada retirada consiguió que las risas fueran disminuyendo. En el árbol abrazo mi desorientación y mi chaqueta mojada, a la cuál enrollé todo lo que mi fuerza me permitía. Al retorcerla lo hacia con mi propia imposibilidad y los diversos acontecimientos que rodean mi vida: el milagro de la ciencia que no se produce, la mentira de un sanador, y la fe de uno que quiere ser sanado, con la pierna de cera que inútilmente prende de un hilo y de una ilusión, con la esperanza de algún pueblo que quiere respetar su origen, con la lluvia que no quiere caer cuando es llamada, con el sol cuando no me calienta pese a mi provocación, y con las figuras que los pájaros dibujan para mí. Con la furia que se estaba apoderando de mí, y con la protección de mi hermano. Con la ausencia de ella, y con nuestro sueño inacabado, con el hijo que no hemos tenido, y que en ciertos momentos lacera mi corazón. Con lo que pudo haber sido y no fue, y con lo que fue y pudo no haber sido. Una rabia desconocida se estaba apoderando de mis sentimientos y era necesario contrarrestarla de alguna manera, aunque no sabía cuál. Como una burla, el agua caía a mis pies y las gotas salpicaban mis zapatos. Estaba demostrando al mundo la certificación de mi locura. Hubiera sido suficiente con estirar mis brazos para que este hecho no se produjera, pero mis manos apretaban y apretaban, ya que en muy difícil que actúe con cordura. Ahora sí, me encontraba ante el mundo como demuestra mi intelecto, y éste, precisamente hoy creo que me ha liberado: me ha hecho volar y amerizar en un estanque, otro día me convierte en una máquina de tren que arrastra a varios niños del parque que quieran subirse en ella, y otros me hace pender de un cachirulo mientras los niños cantan y se ríen; otros, por fin, me sitúan en la justificación de unos hechos que atemperan miedos ajenos. Creo que dos lágrimas alumbran mis ojos, y siguiendo los dictados de mi insensatez, me recosté en el tronco del árbol para seguir abrazando a mi chaqueta y a mi soledad.

Me sorprendió el estupor de una pareja de pájaros que me miraba desde una de las ramas; les asombraría encontrarse con un solitario cuya mirada despedía fuego, y unos brazos que estrujaban y estrujaban. Es posible que ellos sí que tengan posibilidades de descifrar pensamientos y adivinaran sin dificultad mi mudo ruego, y entenderían el estridente grito que proferí pidiéndoles sus alas para volar al más remoto confín del universo donde esconder mi locura y enterrar mi cólera. El pájaro es capaz de alejarse, de escapar al sentir el menor síntoma de peligro. Basta una simple ráfaga de viento que arrastre una hoja, o un sonido que le llegara desde el mismo cielo y que acerara el viento desde los más recónditos lugares. Les solicitaría que me dejaran el rítmico movimiento de sus cabezas diciendo siempre sí, sí, sí... y sí.

Sosteniendo la mirada de los pájaros se me había disipado la cólera.

Que absurdo es el destino. Por un momento he pensado que podría equilibrase mi balanza, pero la lucecita que nuevamente martillea mi cerebro me ha devuelto a la realidad, la misma que me enseña mis manos gastadas de perseguir una quimera volando, y a mi hermano y su entorno, planificando mi futuro: “ lo mejor es que lo internemos en un psiquiátrico”, se dicen unos a otros, y se complacen su acierto.

¿Lo mejor, para quién? , yo quiero seguir corriendo detrás de un sombrero empujado por el viento, o fumando alguna de las colillas que abandonáis. Internándome descargo la conciencia de mi hermano... ¿y la de ella?, y cargo la mía, porque yo aún soy consciente del futuro que se está formando en torno a mí.

Mis requerimientos no son atendidos, ni siquiera escuchados y mis desabridos balbuceos no trasladan ningún mensaje. Sólo a mí. Sigo pidiendo ayuda con gritos desgarrados que no encuentran respuesta, y los mismos gritos desbaratan mis intenciones. Todavía me queda el consuelo de recurrir a súplicas, pero levantando mi puño lanzo una amenaza dirigida al viento, que repetidamente grita mi queja y traslada mi alejamiento. Es preciso que no declaréis mi locura, es necesario que toméis conciencia de que mi estancia en esta dimensión sólo es pasajera.

Pero el que ha mirado en mi interior ya ha declarado mi locura. Siento que soy sacado de mi casa y me entra un miedo terrible, un miedo que sobrepasa la frontera de lo imaginable. Mis piernas se niegan a trasladarme. Los gritos acuden a mi garganta, y sólo sirven para acelerar mi partida, para dejar conciencias conformadas, para dejar preguntas sin contestación y confusión en muchas mentes

Espero que se retrate ante mí el tiempo que se va alejando, y veo la sombra que un día se alejó de mi lado, y una voz me habla desde mi interior. Una voz que posiblemente fue mi guía y que pretendió introducirme en su vereda... pero yo, rehusé y creo que aún es su voz la que me enturbia. Aprieto las manos en los oídos para no escucharla, pero ya debería de saber que es un gesto inútil, ya que es un gesto que repito con mucha asiduidad. Se repite en mi interior una frase que escuché hace mucho tiempo: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver” y yo... ¿ quiero ver? La voz siguió llamándome y yo seguí haciendo oídos sordos a su llamada, no sé si fue una cobardía, entonces no quise averiguarlo y fue cuando empecé a alejarme y a encontrar calor en mi soledad. Ella intentó darme fuerzas, pero a mí me fue imposible seguir a su lado. Me lo impidió mi altanería o la ambición de otras personas de la que me hice partícipe. Luego intenté regresar con ella a reanudar nuestro recorrido, pero fue ella la que se negó. Fue el primer objeto de mi deseo, la primera cosa que ambicioné realmente pero que se fue. Ahí empecé a desatar mi fantasía. Ahora vivo enclaustrado en mi ayer, pero no puedo aferrarme a él para alejarme de aquí.

Un extraño desasosiego se apodera de mí, e imitando la conducta de uno de los compañeros, levanto los brazos y grito. Grito expulsando la rabia que me corroe. Grito para que ella me escuche y me perdone. Grito invocando a los pájaros del cielo para que acudan a mi lado. Me encuentro rodeado de almas situadas en la misma dimensión que yo. Si al menos pudiera conseguir su misma simpleza, podría conseguir su mismo alejamiento, y el mismo esfuerzo que hacemos dando vueltas alrededor del patio, enfriará nuestra cobardía, y la esperanza de llegar al final, será recíproca.

por Emilia Cortés Zaragoza

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