domingo, 28 de octubre de 2007

El Nido...

Por ese lugar no podía pasar, habían construido una casa y la tranquera estaba cerrada. Decidí ir entonces por la callecita de tierra, por dónde siempre había ido.

Recuerdo que ese lugar, en otra época, era una playa, llana, extensa, arena y río.

Ahora, estaba todo cubierto de juncos, y los días como ese, cuando el río estaba crecido, la costa era sólo agua y verde. Un verde compuesto por juncos, camalotes varados en la arena, pasto y algunos arbustos desparramados. Tenía la certeza de que en alguno de esos raquíticos matorrales encontraría el nido. Y casi en el instante en que
lo pensé me encontré agachado junto a un pequeño arbusto.

Allí estaba el nido, había en él un huevito diminuto, de pronto noté que algo se movía por debajo del nido, entre los juncos. Era algo así como un pichón de ave, con movimientos torpes, tenía piel de reptil en lugar de plumas. Pero lo más inquietante era su lomo, estaba en carne viva, una enorme llaga en su piel provocaba espanto.

Dio un tosco salto y quedó enredado en el arbusto, allí vi más claramente su piel verde con manchas negras. Buen camuflage para mimetizarse, pensé. El animal saltó nuevamente, pero ya no tendría el mismo aspecto, ahora era una enorme bestia felina, como un puma, aunque conservaba la misma piel de reptil y la llaga en su lomo.

No se por qué, pero mi reacción fue la de estar con un perro doméstico, troté por la arena mojada e hice un gesto al animal. Como si se tratase de un juego, la bestia corrió a la par y delante de mi, con un elegante trote.

Luego de un trecho me detuve y la bestia me imitó. En ese momento, por la arena cubierta de pasto, vi que se acercaba un león con ojos adormecidos, una mano humana asomaba de su boca.

Detrás de él venía una hembra, con el mismo aspecto de alfombra raída y apolillada.
Pasaron a mi lado ignorándome, los seguí con la mirada y noté que el león ya había tragado la mano.

Retomé el trote amistoso con la bestia que continuó acompañándome. Corrimos juntos sobre unos pastos humeantes. Bordeamos el barranco donde unas máquinas comenzaban a hacer estragos y fue allí, allí mismo, dónde la bestia se trenzó en lucha con el león.

La pelea era feroz, en la falda del médano. Me oculté entre unos árboles, y mientras la umedad de la sombra me empezó a envolver, fui notando cómo, en plena lucha, en un abrazo mortal, bestia y adversario se convirtieron en tierra que, deshaciéndose, fue deslizándose barranca abajo...

Textos seleccionados - Literatura
Contribución de Milton Blanco

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