miércoles, 4 de diciembre de 2013

Capitán Phillips, de Paul Greengrass

Capitán Phillips, de Paul Greengrass, es una película extraordinaria. No recuerdo tanta tensión, tanta maestría en el montaje –con el uso magistral de la geografía de un barco mercante al servicio de una cámara de cine–desde los tiempos de Argo o La Noche Más Oscura. Esta historia de un capitán americano –interpretado aquí por Tom Hanks en una actuación memorable– que juega al gato y al ratón con un grupo de piratas somalíes– estuvo basada en un hecho real acontecido en abril de 2009.
Cuatro piratas a bordo de una barca motora nada sofisticada lograron secuestrar el mercante Maerskt Alabama, enganchando una escalera y burlando todos los intentos del gigante para escapar. Los piratas se hicieron con el control parcial del barco, pero las cosas no suelen salir como se planean. 

Omitiremos los detalles del argumento, de los sucesos ocurridos en los  cinco días siguientes, cargados de una enorme tensión, en los que se involucraron la marina norteamericana y los grupos SEAL antiterroristas. Pero gracias a un comentario, hecho con cierto sarcasmo, por el actor somalí Barkhad Abdi, que interpreta al líder de los piratas (Abdulawi Abdukhadir Muse), sabemos que el grupo de piratas eran pescadores en origen, comandados por un jefe al que debían obedecer. 

Los piratas somalíes persiguen a su presa en una frágil embarcación. Cortesía de Columbia Pictures/Hopper Stone.
Y la razón de su piratería se debía a la sobrepesca por parte de las grandes potencias en aguas somalíes. Al quitarles la mayor parte de su sustento, se nos viene a decir, muchos pescadores locales se convirtieron en piratas.
Hay una parte de realidad y una de ficción en esta afirmación cinematográfica. Al comienzo de la película, los aldeanos de una localidad frente al mar ven la llegada de unos todo terreno con esbirros armados. Quieren hablar con Muse para exigirle otro secuestro, pese a que sus hombres habían secuestrado un barco la semana pasada. Venos aquí una mano invisible, la de un jefe local, un mafioso, que exige y amenaza para que los secuestros no cesen. Casi a punta de pistola.
En la realidad, dos días después de que acabara la tragedia del Maerskt Alabama, los piratas somalíes secuestraron otros cuatro barcos. A mediados de mayo de 2009 los piratas ya habían atacado unas 102 embarcaciones. Ese año lograron secuestrar un petrolero saudí repleto de petróleo y un carguero ucraniano repleto de tanques y armas. 

Estos números hablan por sí solos. La piratería es mucho más que un grupo de pescadores armados. Constituye un negocio muy lucrativo, y por tanto, muy organizado. No conviene simplificar el argumento. Existe una sobrepesca en la zona, de acuerdo con un informe de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Pero otro de la ONU concluía que, de 56 piratas, solamente 14 eran en origen pescadores. El sarcasmo de los piratas en la película es muy revelador.
Hay otro matiz que forma parte de este thriller. Los piratas obedecen reglas. Tienen un jefe al que rendir cuentas, una especie de mafioso que es el que se encarga de organizar la embarcación nodriza que acompaña a las barcas, y también de llevar a cabo la negociación por los rehenes con las compañías de seguros. 
Jessica Smith, una experta analista de la institución Brookings, indica que estos mafiosos suelen tener educación universitaria y recaban un 5 por ciento del rescate. También hay inversores –ilegales, por supuesto– que financian los intentos de abordaje. Cada intento, tenga éxito o no, cuesta unos 50.000 dólares, que se destinan a los gastos del mafioso local, las armas y la estrategia. 

Pero si el secuestro tiene éxito, estos inversores reclaman sus beneficios a partir de un mínimo de un 30 por ciento del rescate. La idea de que los pagos por los rescates repercuten en la pobreza de la población local mejorando la vida de los somalíes es más una ilusión que algo real, en un país con una de las renta per cápita más bajas del mundo, en torno a los seiscientos dólares anuales.
Los ataques de piratería con éxito en esta zona marítima, surcada cada año por 33.000 cargueros, han descendido de 40 en 2011 hasta 15 en 2012. Los barcos que transitan la zona suelen llevar ahora seguridad privada y armas. Responder con fuego al ataque aumenta el riesgo para los propios piratas. Y en el caso de ser capturados, les espera una larga estancia en la cárcel. El desmantelamiento de los líderes mafiosos que organizan los rescates y el suministro a los habitantes locales de otras formas rentables de ganarse la vida podrían reducir la piratería en la zona.
Claro que hay otros puntos de vista del que aporta el excelente film de Greengrass. No he tenido ocasión aún de ver el documental Stolen Seas, del director Thymaya Payne. Habla de Ishmael Ali, un ciudadano norteamericano de origen somalí que vivía como electricista en Nueva York y que volvió a Somalia. 
Gracias a su excelente inglés, Alí se vio arrastrado a negociar en nombre de unos piratas con una compañía de seguros británica, según indicó el propio Payne al diario The Guardian. Ali fue invitado a dar una conferencia en Estados Unidos y nada más poner el pie en Washington fue detenido, acusado de ser un pirata. El propio Payne tendrá que testificar en el juicio.

“Greengrass ha hecho una gran película, pero no trata de la piratería en Somalia. Esta piratería no es la historia de un capitán americano secuestrado por piratas, sino la de un grupo de pobres personas que son retenidos por otro grupo de pobres personas durante un año a la espera de lo que tengan que decidir las compañías de seguro”, manifestó el propioPayne al citado diario británico.
El cine, al contrario que el documental, es ficción, aunque en este caso el argumento se base en hechos reales. Y tengo que confesar que ambos géneros fílmicos me fascinan por igual. 
The Guardian recoge las impresiones de los tripulantes auténticos del Maerskt Alabama, que arrojan una historia bastante diferente al héroe que interpreta Hanks, describiendo al capitán Phillips como alguien arrogante, que tomó decisiones arriesgadas –como navegar cerca de la costa somalí, o no ajustarse al plan de cortar la electricidad y refugiarse en la sala de máquinas en caso de un ataque pirata. Estos tripulantes también han interpuesto demandas contra la compañía Maerskt por valor de cincuenta millones de dólares.
La piratería es un acto despreciable y no tiene justificación, pero no olvidemos que en el pasado fue utilizada como un arma política y una estrategia contra los enemigos por países ahora tan respetables como Francia, y sobre todo, el Reino Unido. Francis Drake, Walter Raleight y John Hawkins practicaron la piratería contra barcos españoles bajo la protección de la reina Elisabeth en el siglo XVI. 

Y el propio Drake usaba la misma estrategia que los piratas somalíes a la hora de abordar grandes barcos mediante embarcaciones pequeñas, nos recuerda Max Boot en un excelente estudio de la revista Foreign Affairs. Claro que, un siglo después, la piratería empezó a convertirse en un asunto menos tolerable, ya que suponía una seria amenaza al comercio marítimo, que convertiría a Inglaterra en una superpotencia. La caza y ajusticiamiento de los piratas que se intensificaría tuvo unas profundas raíces comerciales.

Por: Luis M. Ariza | 03 de noviembre de 2013

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