Capitán Phillips, de Paul Greengrass
Capitán Phillips, de Paul Greengrass, es una película extraordinaria. No
recuerdo tanta tensión, tanta maestría en el montaje –con el uso magistral de
la geografía de un barco mercante al servicio de una cámara de cine–desde los
tiempos de Argo o La Noche Más Oscura. Esta
historia de un capitán americano –interpretado aquí por Tom Hanks en
una actuación memorable– que juega al gato y al ratón con un grupo de piratas
somalíes– estuvo basada en un hecho real acontecido en abril de 2009.
Cuatro piratas a bordo de una barca motora nada sofisticada lograron
secuestrar el mercante Maerskt Alabama, enganchando una escalera y
burlando todos los intentos del gigante para escapar. Los piratas se hicieron
con el control parcial del barco, pero las cosas no suelen salir como se
planean.
Omitiremos los detalles del argumento, de los sucesos ocurridos en
los cinco días siguientes, cargados de una enorme tensión, en los que se
involucraron la marina norteamericana y los grupos SEAL antiterroristas.
Pero gracias a un comentario, hecho con cierto sarcasmo, por el actor
somalí Barkhad Abdi, que interpreta al líder de los piratas (Abdulawi
Abdukhadir Muse), sabemos que el grupo de piratas eran pescadores en
origen, comandados por un jefe al que debían obedecer.
Los piratas somalíes persiguen a su presa en una frágil embarcación.
Cortesía de Columbia Pictures/Hopper Stone.
Y la razón de su piratería se debía a la sobrepesca por parte de las
grandes potencias en aguas somalíes. Al quitarles la mayor parte de su
sustento, se nos viene a decir, muchos pescadores locales se convirtieron en
piratas.
Hay una parte de realidad y una de ficción en esta afirmación
cinematográfica. Al comienzo de la película, los aldeanos de una localidad
frente al mar ven la llegada de unos todo terreno con esbirros armados. Quieren
hablar con Muse para exigirle otro secuestro, pese a que sus
hombres habían secuestrado un barco la semana pasada. Venos aquí una mano
invisible, la de un jefe local, un mafioso, que exige y amenaza para que los
secuestros no cesen. Casi a punta de pistola.
En la realidad, dos días después de que acabara la tragedia del Maerskt
Alabama, los piratas somalíes secuestraron otros cuatro barcos. A mediados
de mayo de 2009 los piratas ya habían atacado unas 102 embarcaciones. Ese año
lograron secuestrar un petrolero saudí repleto de petróleo y un carguero
ucraniano repleto de tanques y armas.
Estos números hablan por sí solos. La piratería es mucho más que un grupo
de pescadores armados. Constituye un negocio muy lucrativo, y por tanto, muy
organizado. No conviene simplificar el argumento. Existe una sobrepesca en la
zona, de acuerdo con un informe de la FAO (Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Pero otro de la ONU concluía
que, de 56 piratas, solamente 14 eran en origen pescadores. El sarcasmo de los
piratas en la película es muy revelador.
Hay otro matiz que forma parte de este thriller. Los piratas
obedecen reglas. Tienen un jefe al que rendir cuentas, una especie de mafioso
que es el que se encarga de organizar la embarcación nodriza que acompaña a las
barcas, y también de llevar a cabo la negociación por los rehenes con las
compañías de seguros.
Jessica Smith, una experta analista de la institución Brookings, indica que
estos mafiosos suelen tener educación universitaria y recaban un 5 por ciento
del rescate. También hay inversores –ilegales, por supuesto– que financian los
intentos de abordaje. Cada intento, tenga éxito o no, cuesta unos 50.000
dólares, que se destinan a los gastos del mafioso local, las armas y la
estrategia.
Pero si el secuestro tiene éxito, estos inversores reclaman sus beneficios
a partir de un mínimo de un 30 por ciento del rescate. La idea de que los pagos
por los rescates repercuten en la pobreza de la población local mejorando la
vida de los somalíes es más una ilusión que algo real, en un país con una de
las renta per cápita más bajas del mundo, en torno a los seiscientos dólares
anuales.
Los ataques de piratería con éxito en esta zona marítima, surcada cada año
por 33.000 cargueros, han descendido de 40 en 2011 hasta 15 en 2012. Los barcos
que transitan la zona suelen llevar ahora seguridad privada y armas. Responder
con fuego al ataque aumenta el riesgo para los propios piratas. Y en el caso de
ser capturados, les espera una larga estancia en la cárcel. El desmantelamiento
de los líderes mafiosos que organizan los rescates y el suministro a los
habitantes locales de otras formas rentables de ganarse la vida podrían reducir
la piratería en la zona.
Claro que hay otros puntos de vista del que aporta el excelente film
de Greengrass. No he tenido ocasión aún de ver el documental Stolen
Seas, del director Thymaya Payne. Habla de Ishmael Ali,
un ciudadano norteamericano de origen somalí que vivía como electricista
en Nueva York y que volvió a Somalia.
Gracias a su excelente
inglés, Alí se vio arrastrado a negociar en nombre de unos
piratas con una compañía de seguros británica, según indicó el propio Payne al
diario The Guardian. Ali fue invitado a dar una
conferencia en Estados Unidos y nada más poner el pie en Washington fue
detenido, acusado de ser un pirata. El propio Payne tendrá que
testificar en el juicio.
“Greengrass ha hecho una gran película, pero no trata de la
piratería en Somalia. Esta piratería no es la historia de un
capitán americano secuestrado por piratas, sino la de un grupo de pobres
personas que son retenidos por otro grupo de pobres personas durante un año a
la espera de lo que tengan que decidir las compañías de seguro”, manifestó el
propioPayne al citado diario británico.
El cine, al contrario que el documental, es ficción, aunque en este caso el
argumento se base en hechos reales. Y tengo que confesar que ambos géneros
fílmicos me fascinan por igual.
The Guardian recoge las impresiones de los tripulantes auténticos del Maerskt
Alabama, que arrojan una historia bastante diferente al héroe que
interpreta Hanks, describiendo al capitán Phillips como
alguien arrogante, que tomó decisiones arriesgadas –como navegar cerca de la
costa somalí, o no ajustarse al plan de cortar la electricidad y refugiarse en
la sala de máquinas en caso de un ataque pirata. Estos tripulantes también han
interpuesto demandas contra la compañía Maerskt por valor de
cincuenta millones de dólares.
La piratería es un acto
despreciable y no tiene justificación, pero no olvidemos que en el pasado fue
utilizada como un arma política y una estrategia contra los enemigos por países
ahora tan respetables como Francia, y sobre todo, el Reino
Unido. Francis Drake, Walter Raleight y John
Hawkins practicaron la piratería contra barcos españoles bajo la
protección de la reina Elisabeth en el siglo XVI.
Y el propio Drake usaba la misma estrategia que los piratas
somalíes a la hora de abordar grandes barcos mediante embarcaciones pequeñas,
nos recuerda Max Boot en un excelente estudio de la
revista Foreign Affairs. Claro que, un siglo después, la piratería
empezó a convertirse en un asunto menos tolerable, ya que suponía una seria
amenaza al comercio marítimo, que convertiría a Inglaterra en
una superpotencia. La caza y ajusticiamiento de los piratas que se
intensificaría tuvo unas profundas raíces comerciales.
Por: Luis M. Ariza | 03 de noviembre de 2013
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