viernes, 8 de julio de 2011

Monólogo desolado

¿Que por qué le quise tanto, me pregunta? Realmente ya no lo sé... tengo que echar la vista muy atrás, navegar en mis recuerdos, perderme en aquellos días en que le conocí ¿Sabe? Entonces él era un muchacho alegre y cariñoso, sí, lo era... lo fue. Me hacía reír, me decía cosas bonitas... ¡Yo era tan joven! Me deslumbró su seguridad, su facilidad de palabra, su don de gentes... me enamoré, me ilusioné... no sé, yo nunca antes había tenido novio. Él es el único hombre que he conocido. Recuerdo que la primera vez que le vi enfadado me asuste realmente, jamás le había visto esos ojos llenos de ira, su tono de voz, esa forma de hablar como escupiendo cada palabra. Aquel día me quedé paralizada y él, cuándo se le pasó el enfado, volvió a ser el mismo de siempre, alegre y cariñoso. Yo, a partir de entonces, procuré no crear discusiones ni enfados, pero no quise tampoco darle mayor importancia... Tenía que habérsela dado ¿verdad? Sí, eso lo descubrí más tarde ¿Cuándo? Después de regresar del viaje de bodas. No sé muy bien por qué fue, seguramente por una tontería, como siempre, lo que sí recuerdo perfectamente es ese dolor caliente cuando su mano abierta dio contra mi cara, también recuerdo claramente sus palabras, pero no las voy a repetir... para qué, ¿verdad? Aquello fue algo tan inesperado... Él, a los cinco minutos, lloraba como un niño pidiendo perdón, jurando que jamás volvería a hacerlo... y yo le perdoné, era la primera vez y le creí, llegué, incluso, a sentir pena: ¿se puede creer eso? Sentí pena por el hombre que durante años ha machacado mi cuerpo y mi alma... Le he perdonado tantas y tantas veces. Después dejó de pedir perdón, incluso llegué a creer que se comportaba así por mi culpa, sí, llegué a sentirme culpable de... a saber de qué. Pero ya no más... no puedo seguir así, me muero de miedo, siento miedo de hablar, de reírme... de todo. Hoy me hizo tanto daño. Yo le suplicaba que parase, que no me pegase más, pero estaba como loco, peor que nunca, quería morirme para dejar de sufrir... Sus patadas me dolían, me dolían tanto... tanto... Pero ya no más. Si viene a verme no le dejen entrar, por favor, se lo suplico, tengo miedo, no le dejen... Estoy cansada, muy cansada...

La enfermera la miró desde la puerta, antes de salir de la habitación, y vio cómo se quedaba dormida. Tenía la cara completamente amoratada e hinchada por los golpes, dos costillas rotas, una de las cuales le había perforado un pulmón, y los hematomas le cubrían el cuerpo.

-Si sale de esta tendrá suerte -pensó la enfermera-. Pobre mujer, está destrozada por dentro y por fuera. Qué infierno ha debido de vivir. ¿Cómo reaccionará, qué sentimientos tendrá cuando sepa que su marido se ha suicidado?

Lourdes Macías Torrecillas
lourdes42mt@hotmail.com

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