El estudio que hace 15 años deslumbró con Toy Story sigue brillando por la misma, vieja y sabia receta de siempre: relatar un buen cuento. Rindiéndole honor a esta tradición, Toy Story 3 se convierte en un gran filme.
Hubo un tiempo en que los estudios de animación Pixar apenas competían contra sí mismos, buscando mejorar el excelso estándar anterior, refinando la técnica digital, aceitando los engranajes del guión antes de echarlo a correr de nuevo. Eso fue hace 11 años, cuando se estrenó Toy Story 2, una película que ha permanecido en el corazón de quienes ahora andan en la adolescencia y que desde entonces han visto desfilar un resurgimiento de la animación, protagonizado en primer lugar por Pixar y en segundo término por Dreamworks, su competidor más aguerrido y exitoso.
Si Pixar fue siempre candor, amor por los personajes y predilección hacia la historia, Dreamworks fue la broma hacia los adultos, la preferencia por el 3D y el gag de la risa inmediata. Si Pixar hacía reír y llorar con Monsters Inc. en el 2001, Dreamworks hacía llorar de la risa el mismo año con Shrek. Si la primera compañía esperó pacientemente más de una década para su tercera parte de Toy Story, la división creada por Steven Spielberg agotó en nueve años las cuatro partes de Shrek, hasta el total aniquilamiento creativo.
Hoy llega a los cines chilenos Toy Story 3, la esperada tercera parte de esta historia de personajes de plástico y amistad invencibles La vida se ha puesto difícil para los juguetes de Andy, el ex niño que los poseyó con cuidado y amor y que al irse a la universidad se enfrenta a la encrucijada de tener que deshacerse de ellos. En pocos minutos el vaquero Woody, el robot Buzz Lightyear y el señor Cabeza de Papa (más el resto de esta banda de compinches, a excepción de un par de juguetes que no repiten en esta secuela) habrán ido a parar por error a un jardín infantil poblado de niños de manos bastante destructivas. Además, en la guardería deben soportar una especie de régimen carcelario impuesto por los juguetes residentes.
Tal como las anteriores partes, la película se apodera de un género para desarrollar su acción: ahora adscribe al de las cintas en las que los personajes se fugan, a la manera de El gran escape. Aquí, los juguetes intentan huir del jardín para regresar a la casa de Andy.
Las películas de Pixar siempre han tenido el coraje de enfrentar a la muerte (un tema largamente ausente de las cintas infantiles) con envidiable gusto y destreza y así lo ejemplifican el deceso de la madre en Buscando a Nemo y el fallecimiento de la esposa en Up, una aventura de altura. En Toy Story 3 no hay muertes, pero sí hay angustia y venganza en aquel gran oso de peluche que es reemplazado por un ejemplar idéntico por su propietaria. Con gran coherencia, esta secuela desarrolla el tópico del abandono ya tratado en Toy Story 2 por el personaje del Oloroso Pete, un juguete tan desgraciado que jamás fue sacado de su caja.
La habilidad del director Lee Unkrich y de sus guionistas es hacer de Toy Story 3 una película donde el humor, el avanzado 3D o el guiño adulto (todas características muy patentadas por Dreamworks) están al servicio de una historia rica y sin trampas, de personajes con más profundidad que, por ejemplo, los de la floja Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton.
El visionario estudio de John Lasseter, que hace 15 años deslumbró a medio planeta con Toy Story (el filme que inició la revolución de los dibujos computarizados), sigue brillando por la misma, vieja y sabia receta de siempre: relatar un buen cuento. Esta virtud tiene poco que ver con la tecnología y sí con el talento de un narrador. Rindiéndole honor a esta tradición, Toy Story 3 se convierte en una gran película.
Director: Lee Unkrich.
Reparto: Tom Hanks (voz de Woody), Tim Allen (voz de Buzz Lightyear), Michael Keaton (voz de Ken).
Género: animación.
País y año de producción: Estados Unidos, 2010.
Sitio oficial: Disney.go.com/toystory/
Duración: 103 minutos
Calificación: TE