Un sueño, curiosamente no una pesadilla
Es un pueblo a orillas de un lago, un pueblo de casas de madera, sin edificios altos ni modernos, rodeado por vegetación muy verde, por bosques de enormes árboles que se alzan como despeñaderos junto al lago, en la otra orilla de este lugar que podría ser Puerto Varas o Paguipulli. Hace frío, seguramente es invierno.
Soy yo en el sueño. Quiero decir: tengo mi apariencia y mis actitudes, tengo mi nombre. No hay nadie conocido pero hay una gran cantidad de gente, todo un pueblo. Conozco a algunos y todo parece normal. Parece. Hay algo que me hace sentir incómodo, una especie de comezón interna. De pronto me doy cuenta que las uñas me crecen muy rápido y debo cortármelas todos los días. Alguien menciona, a la pasada, que estoy muy chascón y al mirarme al espejo me doy cuenta que tengo el pelo particularmente largo y que la barba está más tupida de lo usual. Puedo oír ruidos distantes con gran precisión y cuando estoy solo me quito los lentes para leer libros que coloco a cinco, seis metros de distancia. Todo es extraño, pero lo más extraño es lo bien que me siento. Como renacido, como despertando de un largo sopor.
Hay algo más. Cuando estoy mucho tiempo junto a alguien, esta persona se molesta, me grita, parece que no puede controlarse. Una chica en la calle me pega una bofetada sin razón alguna, y un comerciante me echa de su tienda sin querer atenderme. Mis amigos -tengo un grupo de ellos- se irritan en mi presencia, discuten violentamente entre ellos y conmigo. A pesar de cuidar mi apariencia, de cortarme la barba, el pelo y las uñas para parecer normal, ellos parecen intuir que hay algo que no encaja. Pero sus reacciones no son conscientes, sino que parecen generadas por algo profundo, atávico.
Un sujeto de mi grupo de amigos también parece distinto. No se violenta y, muy por el contrario, parece disfrutar la situación. Puedo sentir que él, como yo, está cambiando. Pero de otro modo, sin preocupaciones, sin pensar mucho en ello, hasta que se revela. Su cuerpo crece y él trata de ocupar su poder para someter a otros. Mata a alguien sin remordimientos. ¿Debo también revelarme, mostrar mi nueva esencia y combatir a este engendro maligno? ¿No soy yo también un monstruo? ¿No es este sujeto mi alter ego, mi reflejo en el espejo distorsionado de la vida, mi doppelgänger?
Un nuevo crimen es cometido en mitad de la noche y el miedo se huele en todo el pueblo. El sujeto ya no tiene freno, está lanzado a su propia y sangrienta cruzada. Cuando comienzo a buscarlo, la noche se abre para mi como un nuevo misterio, silencioso y fantástico. Es como caminar sobre un corazón que palpita a mil revoluciones por minuto, es como nadar con tiburones, es como convertirse en un tiburón y sumergirse en la oscuridad nocturna del océano.
Lo encuentro al tipo cuando está a punto de matar a mi amigo -eso es en el sueño-, un chico de anteojos y pelo claro. Me abalanzo contra el sujeto y nos trenzamos en una pelea. Es fuerte, pero yo también lo soy. Mis uñas crecen, y también mi pelo. Con cada golpe que le doy mi cuerpo acelera su transformación, mi piel se cubre de rugosidades, mis orejas crecen, mis extremidades se alargan rasgando mis ropas. La pelea me abre heridas que cierran al momento, la pelea se convierte en un rastro de sangre que se abre camino entre la gente hasta la orilla misma del lago. Finalmente, contra un árbol de ancho tronco, despedazo el pecho de mi oponente y su cuerpo, inerte, queda colgando de una de mis manos.
Vuelto a la paz, cansado, me encuentro con los ojos aterrorizados de la multitud. Mi amigo, el chico que estaba a punto ser asesinado, coje una rama del suelo y la parte en dos contra su muslo. Se lanza contra mi enardecido, dispuesto a enterrarme la improvisada arma. Los otros, todo el pueblo, grita pero no espanto, sino de furia, y siguen al chico en su carrera asesina. Huyo hacia el bosque, corro tan rápido como puedo hasta que me alcanzan y me acorralan. Entonces oigo a mis huesos acomodarse por última vez y desde la espalda me nace un par de monstruosas alas que se despliegan en frente de la multitud asombrada.
Al primer batir de las alas un ventarrón deja por el suelo a mis perseguidores. Al segundo batir mi cuerpo se eleva, ligero como una hoja de árbol en otoño, y deja la tierra abajo. Muy abajo. Lo último que recuerdo del sueño es estar volando sobre el lago, brillante en mitad de la noche, con una sensación de total libertad.
por El señor K.
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