sábado, 16 de febrero de 2013

La suerte está echada


La credibilidad de Rajoy era escasa y
la ha consumido a velocidad récord

Cada día que pasa parece más obvio que Mariano Rajoy no puede continuar siendo presidente del Gobierno. Dispone de una mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, pero su palabra carece de todo valor. No puede, en consecuencia, dirigir políticamente el país, porque no puede dirigirse a los ciudadanos y explicarles qué es lo que está pasando y qué piensa hacer para superar la situación de emergencia en que nos encontramos. Y en esto, precisamente, es en lo que consiste gobernar en democracia.

La credibilidad de Mariano Rajoy nunca ha sido alta. Ha sido, con diferencia, el candidato a la presidencia del Gobierno con menos credibilidad desde el comienzo de la Transición. El depósito de credibilidad con que ha llegado al Gobierno ha sido mucho más reducido que el de todos sus predecesores, a pesar de que la mayoría que le dieron los ciudadanos en las urnas parece que podría indicar lo contrario, ya que ha sido la segunda mayor en la historia de la democracia.

En todas las elecciones anteriores a la del 20-N de 2011 ha habido una correspondencia entre el resultado de las urnas y la credibilidad del candidato a la presidencia del Gobierno. Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero tenían una credibilidad elevada entre los ciudadanos en el momento de la investidura. En las últimas elecciones no ha sido así. Los ciudadanos dieron una mayoría parlamentaria enorme a un candidato respecto del que tenían muchas dudas del uso que podía hacer de la misma.

Esa falta de correspondencia inicial entre resultado electoral y credibilidad presidencial no ha hecho más que aumentar desde casi inmediatamente después de la investidura. El depósito inicial de credibilidad de Mariano Rajoy era reducido, pero la velocidad a la que lo ha vaciado no tiene precedentes. Ninguno de los presidentes anteriores se ha encontrado, al año de estar en La Moncloa, en la situación en la que se encuentra Mariano Rajoy. La luz ámbar indicando que el depósito de gasolina está en reserva se encendió hace ya algún tiempo.

Y en estas llegó Bárcenas. El affaire Bárcenas es grave en sí mismo. Pero lo que lo convierte en un asunto políticamente inmanejable es el hecho de que ha destruido la presunción de veracidad de la palabra del presidente del Gobierno de manera prácticamente irreversible. Es verdad que la contabilidad de Bárcenas, al tratarse de una fotocopia, puede que no alcance la categoría de prueba susceptible de destruir la presunción de inocencia en un proceso penal, pero no lo es menos que toda la información que se va publicando le otorga una enorme presunción de veracidad ante el tribunal de la opinión pública, que es el relevante para la responsabilidad política.

Estoy convencido de que la mayoría de los españoles, entre los que me incluyo, preferiríamos dar por buena la palabra de Mariano Rajoy ante la dirección del PP el pasado sábado de que “todo es falso”. Pero no podemos. Sin faltarnos el respeto a nosotros mismos, no podemos hacerlo.

El “todo es falso” ha puesto a Mariano Rajoy en una posición insostenible como presidente del Gobierno. Ha perdido de hecho la facultad de nombrar y destituir libremente a los ministros, como los casos de Ana Mato y de Cristóbal Montoro están poniendo de manifiesto. Ha tenido que hacer perder la imparcialidad al presidente de Congreso de los Diputados, forzándole al alterar las reglas para la celebración del debate del estado de la nación. Está lesionando el derecho a recibir y transmitir información veraz por los medios de comunicación al no admitir preguntas de los periodistas. Está insultando la inteligencia de los ciudadanos con la explicación de Carlos Floriano de que el pago de las cuotas de la seguridad social al señor Bárcenas “es lo que se hace” y se ajusta a la ley.

Así no se puede seguir. Usted lo sabe, pero actúa fingiendo que no lo sabe, porque preferiría no saberlo. Pero lo sabe y debería actuar en consecuencia. Debería hacer suyas las palabras de la ministra de Educación de Alemania al presentar su dimisión acerca de la prelación del interés de país y del partido sobre el suyo personal.

Comprendo que poner fin a una trayectoria política de esta manera sea espantoso. Pero la alternativa es peor. Para usted, para su partido y para su país. Acuérdese de Nixon y el Watergate, que, dicho sea de paso, fue un asunto de no más envergadura que al que usted tiene que responder. Nadie puede gobernar, en democracia, cuando su palabra ha perdido todo valor y cuando, en lugar de ir al encuentro de la ciudadanía, se tiene que huir de ella. Su suerte, señor Rajoy, como presidente del Gobierno, está echada.

EL PAÍS

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