lunes, 1 de octubre de 2012

Ryder Cup 28, 29 y 30 octubre de 2012


El milagro de Medinah
Contra todo pronóstico y esperanza, la Europa de Olazábal derrota a Estados Unidos gracias a un ‘putt’ victorioso de Kaymer 
· Olazábal: “Por nuestro capitán” 
· Revista de prensa: “No hay mejor manera de honrar a Seve”

Una marea azul inundó Medinah, el impoluto y elegantísimo club de golf a las afueras de Chicago. Una marea insoportable, omnipresente, omnipotente, que no dejó rincón sin tocar, alma que espantar. Era el equipo europeo de golf, que saltó al campo pronto por la mañana —salvo su número uno, Rory McIlroy, que se equivocó de hora y por poco llega tarde— dispuesto a convertir no solo en posible, sino en inevitable, un imposible: retener aquella Ryder Cup ganada en 2010 en la última jornada, en los 12 últimos, a la que llegaban perdiendo 10-6 en los partidos por parejas, su especialidad. Necesitaban ganar ocho de los 12 partidos individuales.
Nunca en mi vida he experimentado una emoción como esta”
 No hay mejor manera de honrar a Seve”
Los medios internacionales ensalzan la “remontada épica” del equipo europeo, “12 guerreros con una fe implacable”, comandados por un Olazábal “de leyenda”

·     Los medios de comunicación coinciden. La derrota de Estados Unidos en la Copa Ryder no tiene excusa posible salvo la esperanza europea y sus ganas de honrar a Severiano Ballesteros. El equipo de José María Olazábal lo consiguió con la remontada más improbable de la competición. “El equipo estadounidense llegó al domingo con una gran ventaja y la afición de su parte. Pero la Ryder es uno de los eventos deportivos más impredecibles e irresistibles”, comienza a explicar el periódico The New York Times. “Se trata de la remontada o la caída más notable en los 85 años de la competición, dependiendo del punto de vista”, sentencia el periódico neoyorquino. Y contextualiza: “En 1999, en Massachusetts, los estadounidenses remontaron el 10-6 al que llegaron el último día de competición. Igual que esta vez los europeos, pero es que estos tuvieron que luchar también con 40.000 personas aplaudiendo sus fallos y mofándose de ellos cuando iban del green al tee”.
·         “Una remontada de proporciones épicas”, titula el británico de The Guardian. “Los europeos retuvieron la Copa Ryder ganada en 2010 comenzando la jornada del domingo con una desventaja de cuatro puntos”, continúa el periodista. “Parecían listos para ser empaquetados y enviados de vuelta a casa. Fue entonces cuando esa docena de guerreros comenzó una actuación basada en una fe implacable”. En la historia de una competición que se remonta a 1927, esta edición, la 39º, se mantendrá en un lugar especial por su dramatismo, mantiene el reportero: “Nada podría haber honrado de mejor manera la memoria de Severiano Ballesteros”.
·         Otro periódico estadounidense, el Chicago Tribune, se centra en el campo de Medinah, pradera, trampas de arena, árboles y lagos radicados en dicha ciudad. “Los europeos se referirán a uno de los mayores acontecimientos deportivos que ha acogido Chicago como el milagro de Medinah. Para los estadounidenses, será la pesadilla de Medin-¡ahhhhhhh!, satiriza el rotativo. “Europa remontó en un campo hostil en el que no habían mostrado vida hasta que perdían 10 a 4. Lo hicieron por Seve”.
·         De nuevo en Europa, Peter Alliss, un británico que participó en ocho Ryder y ganó una, analizó el torneo para la BBC: “Europa no la ha retenido, la ha ganado”. El experimentado Alliss lo tiene claro: “Ha sido el final de Ryder más emocionante que yo haya visto. Y he visto muchas”. Para alguien que lleva más de 50 años comentando el golf para la cadena pública británica no quedan adjetivos: “Fue absolutamente brillante lo que han hecho los europeos. Kaymer hizo dos tremendos putts; Lawrie se salió; Poulter, inmenso todo el fin de semana; Olazábal pareció verse superado como capitán e invisible la mayor parte del tiempo, pero no importa: será recordado por haber ganado la Ryder en suelo estadounidense. Por eso se convertirá en una leyenda”.
 José María Olazabal
Ganaron ocho de los 12 partidos. Y empataron uno. El medio punto que tiró Tiger Woods en el último suspiro y que certificó la victoria final por 14,5 a 13,5. Convirtieron el tan bien cuidado césped del hoyo 18º en un valle de lágrimas estadounidenses, en una caverna en cuya boca se estremecieron hombres hechos y derechos, algunos de los mejores golfistas del mundo, pegadores de tremenda longitud, ganadores de grandes y de millones de dólares. Todos ellos, norteamericanos.

EE UU, 13,5; EUROPA, 14,5

Watson pierde con Donald por 2 y 1. Simpson pierde con Poulter por dos hoyos. Bradley pierde con McIlroy por 2 y 1. Mickelson pierde con Rose por uno. Snedeker pierde con Lawrie por 5 y 3. Johnson gana a Colsaerts por 3 y 2. Johnson gana a McDowell por 2 y 1. Furyk pierde con García por uno. Dufner gana a Hanson por dos. Kuchar pierde con Westwood por 3 y 2. Stricker pierde con Kaymer por uno. Woods y Molinari empatan.
Un putt del alemán Martin Kaymer, uno de los jugadores menos usados por el equipo, en el último hoyo del penúltimo partido, dos metros y medio, no más, para derrotar por uno a Steven Stricker, fue el golpe del empate que era una victoria —los ganadores en la edición anterior retienen la copa simplemente empatando—Salieron todos los europeos de azul marino, como le gustaba a Seve, y con las palabras de arenga de su capitán, José María Olazábal, grabadas en su espíritu como un lema al que no podían traicionar.
“Yo creo”, les dijo el golfista vasco. “Poco más os tengo que decir: salid ahí y dadle duro”. Hizo eso (“hice lo que me enseñó Seve”, dijo, “que nada termina hasta que no termina, que nada está perdido hasta el final”) y también diseñó una estrategia agresiva para los emparejamientos individuales. Envió por delante a su núcleo duro —sus mejores jugadores, en los que más confiaba: Luke Donald, Ian Poulter, el mejor de todos, el más sólido, el de espíritu más combativo, el más sentimental, “merece un monumento”, dijo Olazábal; Rory McIlroy, Justin Rose, Paul Lawrie—, confiando en que sus probables victorias crearan tal sensación que minaran hasta derrumbar la moral de sus rivales.

La jugada fue perfecta. Todos respondieron. la primera victoria fue la de Donald sobre el ganador del último Master, Bubba Watson; le siguió Lawrie, un veterano terrible, que destrozó a Brandt Snedeker, el mejor del circuito de la PGA; después McIlroy, que acabó con el hombre milagro de EE UU, el joven invicto Keegan Bradley, ganador de un grande; y la cuarta victoria también fue europea, la que empezó a decantar el día, la de Rose (dos birdies en los dos últimos hoyos) frente al atónito zurdo Phil Mickelson, que había llegado al 16ª con un hoyo de ventaja. En ese momento, el “yo creo” dejó de ser un deseo para convertirse en una certidumbre: “yo gano”. Y, luego, para certificarlo, como si hiciera falta, tras dos victorias estadounidenses, llegó el momento de Sergio García. El español, como Rose, perdía con Jim Furyk por uno a falta de dos hoyos. Y del veteranísimo norteamericano tenía un recuerdo amargo, pues en su primera Ryder, en 1999, cuando la gran remontada estadounidense, le había masacrado por cuatro golpes. Ayer fue Furyk el que se derrumbó con estrépito: dos bogeys en los dos últimos hoyos acabaron con su espíritu, y su desánimo se contagió a sus compañeros.
No lo tenían todo perdido. Tenían a sus mejores jugadores en pista frente a la segunda fila de europeos. Kuchar, Stricker y Woods contra Westwood, Kaymer y el italiano Francesco Molinari. Necesitaban una sola victoria en esos tres partidos. Los perdieron los tres. Todos, salvo el de Westwood, que arrolló a Kuchar, en el último hoyo, en el momento en el que el temple era la clave. Ganó Europa de forma milagrosa, y las emociones se desbordaron. “Los chavales han hecho un esfuerzo increíble”, dijo Olazábal. “Nunca he experimentado una emoción como esta. Se lo dedico a mi amigo Seve”. Y Olazábal, uno que ha ganado dos chaquetas verdes en Augusta, el lapicero en la oreja como un tendero para hacer sus cuentas, se echó a llorar y se tapó la cara con la gorra, tímido ante la cámara. “Ha sido increíble la sensación de ver a 12 jugadores darlo todo, sacrificarse por el colectivo, y creer. Ha sido la victoria de la fe. Nunca hemos dejado de creer en nosotros”.

Y escrito en el cielo, “hazlo por Seve”

Quizás por su tendencia a la modestia también, pero sobre todo porque conoce el valor catalizador que la memoria de Severiano Ballesteros (fallecido en mayo de 2011) tiene sobre los golfistas europeos nacidos en los últimos 50 años, José María Olazábal, el capitán que condujo a Europa a la mayor, la más épica, remontada de su historia en la Copa Ryder, se refugió toda la semana en lo que se dio por llamar el espíritu de Seve.
Llegó el golfista de Hondarribia, que toda su vida tomó al cántabro como ejemplo, hasta el punto de convertir el espíritu de su amigo en sustancia y en letras, letras de vapor blanquísimo que una avioneta escribió gigantes sobre el campo de Medinah, su casa club, de vago estilo morisco, contra el azul del cielo como una película de Douglas Sirk. “Hazlo por Seve”, decía el mensaje, el recordatorio, como si la docena de europeos que ayer pelearon con fe indestructible necesitaran un recordatorio. Llevaban a Seve, su silueta, bordada en la manga del niki blanco que tanto le gustaba vestir los domingos al de Pedreña y grabado en las bolsas y, seguramente, guiando no sus brazos, pues ellos lo sabían hacer muy bien, sino liberando su pasión, su corazón, su combate sin miedo.



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