viernes, 26 de octubre de 2012

Letras


En ocasiones solemos coger la pluma 
Y escribimos, sobre una hoja en blanco, 
Signos que dicen ésto y aquello: todos los conocen, 
Es un juego que tiene sus reglas. 
Si viniera, en cambio, algún salvaje o loco, 
Y, curioso observador, acercase a sus ojos a
Una de esas hojas con su campo rúnico, 
Otra imagen del mundo -extraña- ahí observaría. 

Acaso un salón de mágicos retratos; 
Vería la A y la B como un hombre o animal
Moverse, como los ojos, cabellos y miembros, 
Allí pensativos, impulsados aquí por el instinto;
Leería como en la nieve las huellas de las cornejas, 
Correría, reposaría, sufriría y volaría con ellas 
Y vería trasguear entre los signos negros, fijos, 
O deslizarse entre los breves trazos, 
De cualquier creación las posibilidades. 

Vería arder el amor, el dolor contraerse, 
Y se admiraría, reiría, lloraría, temblaría, 
Pues tras las mejillas de aquella escritura 
El mundo entero, con su ciego impulso, 
Pequeño se le antojaría, embrujado, exiliado
Entre los signos que, con rígida marcha, 
Avanzan prisioneros y tanto se asemejan 
Que impulso vital y muerte, deseos y pesares,
Fraternizan hasta hacerse indiscernibles 

Gritos de intolerable angustia lanzaría 
Finalmente el salvaje, atizaría el fuego y, 
Entre golpes de frente y letanías, 
La blanca hoja entregaría a las llamas.
Luego, tal vez adormilado, sentiría 
Cómo ese No-mundo, ese espejismo 
Insoportable lentamente retorna 
A lo nunca-sido, al ningún-lado, 
Y suspiraría, sonreiría, sanaría.

Hermann Hesse

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