martes, 31 de marzo de 2009

POR AMOR

A Miguel Hernández.
Los ojos se me cierran y no puedo
atarme al sueño de las horas muertas.
Despertar es peor, cuando despiertas
ya estás atornillado con el miedo.
Una luz en la noche dice adiós
y en un instante el beso se hace amargo;
donde hay dos hay dolor y sin embargo
la vida sólo empieza donde hay dos.

Debo tener los ojos tan abiertos
que despierto insepulto, y es la vida
una disposición entelerida:
hay despertares que producen muertos.
Esta España de luz, mierda y aulaga,
que muere de su misma obstinación,
confunde la soberbia y la ambición
y duele siempre con la misma llaga.

Y este amontonamiento, este despiece
que nos va arrinconando en el trastero;
la vida nunca es mutua, ya prefiero
que el tiempo acabe y el silencio empiece.

La prensa con su ayer momificado
que todo lo sujeta a su dominio;
las noticias de Bolsa y su exterminio,
el odio divisor y acelerado.

Nos basta hablar para pagar tributo
y el revés de la trama vuelve a verse
cuando el tapiz empieza a destejerse
y el cuerpo vive ya su propio luto,

y sabes que el orgasmo es un autismo
que tienen el amado y el amante,
y sientes su terror participante
que te hace resbalar hacia ti mismo.

Doy todo lo que tengo y lo que soy
y de mi propia entrega desconfío,
quizás no he dado nunca nada mío,
tiempo perdido y testamento doy.
Si el alba nos renueva el nacimiento,
la noche nos confirma la agonía,
y entre un súbito olor de enfermería,
despierto, busco, sufro, callo y siento
la herida hereditaria en que me hundo,
y este sabor de sangre en el amor,
y ese largo deshielo de estupor
que va llenando con su sombra el mundo.
17 de agosto de 1977
Luis Rosales

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